“La invitación a evangelizar se traduce en una llamada a la conversión” (5). Esta reflexión parece fundamental. No se evangeliza promoviendo protestas, mingas, huelgas o vigilias. Se debe buscar la conversión, el cambio espiritual de las personas. No conocimos eso con ISAMIS, en que todo era actividad, movilizaciones y obras exteriores.
“Hemos de reconocer con humildad que la miseria, las debilidades de los discípulos de Jesús, especialmente de sus ministros, hacen mella en la credibilidad de la misión. Somos plenamente conscientes, nosotros los Obispos los primeros, de no poder estar nunca a la altura de la llamada del Señor y del Evangelio que nos ha entregado para su anuncio a las gentes. Sabemos que hemos reconocer humildemente nuestra debilidad ante las heridas de la historia y no dejamos de reconocer nuestros pecados personales” (5) ¡Qué lindo y qué noble es reconocer con humildad las debilidades y los pecados personales! ISAMIS se jacta permanentemente de su bondad y de su verdad, no es capaz de una auto-crítica. Solo ellos tienen razón; los demás, nada. Mientras no se revea en profundidad este punto de la humildad y del arrepentimiento, la crisis perdurará y la pretendida comunión no será sino una utopía… de esas que son del gusto de ISAMIS.
“A pesar de la diversidad de las situaciones geográficas, culturales y sociales, todos los obispos del Sínodo han confirmado este papel esencial de la familia en la transmisión de la fe. No se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa” (6). La institución de la familia, primera célula social e iglesia doméstica, es ignorada en ISAMIS. No se la valora, ni se la defiende. Para ISAMIS cuentan las organizaciones populares, sociales, ONGs, políticas, etc., pero no la organización familiar.
“Hay parejas que conviven sin el vínculo sacramental del matrimonio; se extienden situaciones familiares irregulares construidas sobre el fracaso de matrimonios anteriores: acontecimientos dolorosos que repercuten incluso sobre la educación en la fe de los hijos. A todos ellos les queremos decir que el amor de Dios no abandona a nadie, que la Iglesia los ama y es una casa acogedora con todos, que siguen siendo miembros de la Iglesia, aunque no pueden recibir la absolución sacramental ni la Eucaristía. Que las comunidades católicas estén abiertas a acompañar a cuantos viven estas situaciones y favorezcan caminos de conversión y de re Jesús no se presenta a la mujer samaritana simplemente como aquel que da la vida sino como el que da la “vida eterna” (Jn 4, 14). El don de Dios que la fe hace presente, no es simplemente la promesa de unas mejores condiciones de vida en este mundo, sino el anuncio de que el sentido último de nuestra vida va más allá de este mundo y se encuentra en aquella comunión plena con Dios que esperamos en el final de los tiempos. De este sentido de la vida humana más allá de lo terrenal son particulares testigos en la Iglesia y en el mundo cuantos el Señor ha llamado a la vida consagrada, una vida que, precisamente porque está dedicada totalmente a él, en el ejercicio de la pobreza, la castidad y la obediencia, es el signo de un mundo futuro que relativiza cualquier bien de este mundo” (7).
En ISAMIS no se preocupan en regularizar uniones ni en encaminar a los tribunales eclesiásticos casos de pedido de nulidad. ¡Si hasta “ministerios” (que deberían ser ejemplo para el pueblo) están en situación irregular! Y se ha dado la Eucaristía a personas juntadas, sin el sacramento del matrimonio, que no están aptas para recibirla.
Cuanto a la radicalidad de vidas consagradas y fidelidad a los votos de pobreza, castidad y obediencia, eso está por ser verificado en carmelitas, teresianas, consolatos, anas, etc. ¿Qué interés tienen en ISAMIS de ser “signo de un mundo futuro que relativiza cualquier bien de este mundo” si para ellos “el reino” no es más que un cambio de estructuras sociales y políticas, una realización terrenal…?
Continuará.
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