El Pacto de las catacumbas fue un compromiso hecho entre unos cuarenta padres conciliares en una tenebrosa catacumba romana para desfigurar el rostro de la Iglesia y darle una apariencia de una vulgar ONG o de, como les gusta a los isamitas, de una organización popular. Los signatarios de ese pacto ya no están en este mundo (y habría que ver en qué medida fueron fieles a su compromiso…) y su proyecto voló por los aires o, más bien, se escurrió en alguna cloaca subterránea. Gracias a Dios estamos muy lejos de esa utopía. A pesar de las tempestades y de los piratas que a todo momento pretenden desviarla o hundirla, la Barca de Pedro navega majestuosa por los mares de un mundo conturbado, rumbo al puerto del Reino, conducida por el Romano Pontífice. Con la Eucaristía y con María, no tiene nada que temer.
¡Qué lejos se está de la fidelidad al Evangelio y de una profesión de fe plena, cuando se toma como maestros a “teólogos” heréticos censurados por la Iglesia como Boff, Sobrino o Torres Queiruga, “ex” sacerdotes (aunque se es sacerdote para siempre) e ideólogos renegados de sus carismas religiosos iniciales y cuyo solo prestigio entre sus seguidores les viene de un grito de rebelión!
¡Qué lejos estamos de tantas metas y compromisos… a años luz!
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