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1.11.12
A las 12:33 AM, por Luis Fernando
El P. Adolfo Nicolás, sj, Prepósito
General de la Compañía de Jesús, ha concedido una entrevista al Servicio
Digital de Información de su orden religiosa. El “papa negro” ha dado su
opinión sobre el último Sínodo. Aunque reconoce aspectos positivos en
el mismo, lo cierto es que sus críticas son muy contundentes. Ha dicho que
la voz del Pueblo de Dios no ha tenido ocasión de expresarse en Roma, lo cual
ha hecho difícil evitar el sentimiento de que se trataba de una reunión de
«hombres de Iglesia afirmando la Iglesia», lo que puede llevar a caer en el
peligro de buscar «más de lo mismo».
No estoy de acuerdo con esa crítica. Un
sínodo de obispos es un sínodo de obispos. Está para lo que está. Y si no, se
llamaría de otra manera. Si ya es difícil que los obispos puedan tener
intervenciones largas en este tipo de asambleas, ni les cuento lo que sería si
se diera paso a los sacerdotes, diáconos y seglares. Por otra parte, los fieles
pueden dar su parecer a sus respectivos obispos en las jornadas diocesanas. En
las mismas se puede escuchar su voz. Y luego el obispo es el responsable de
llevar a Roma lo que crea oportuno.
Sin embargo, me parece mucho más
precoupante lo que ha manifestado el P. Nicolás en relación a un tema tan
fundamental como las misiones y la salvación de los hombres. Al comentar la
espiritualidad de los pueblos asiáticos, asegura que en ellos se da lo
siguiente:
… piedad filial
que en ocasiones alcanza niveles heroicos; la búsqueda totalmente absorbente
del Absoluto, y el gran respeto que se tributa a los que se dedican a ella; la
compasión como modo de vida que surge de una profunda conciencia de la
fragilidad e impotencia humana; tolerancia, generosidad y aceptación de los
otros; apertura de mente; reverencia, cortesía, atención a las necesidades de
los otros, etc.
El Apóstol más evangelizador de la
historia, San Pablo,
tiene de los judíos y de los paganosuna visión mucho más pesimista (Romanos
1-2). Él se gasta y se desgasta por el Evangelio, viendo, iluminado por el
Espíritu Santo, que “todos pecaron y todos están privados de la gloria de
Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención
realizada en Cristo Jesús” (Rm 3,23-24). Uno se pregunta si Asia es
un continente que cuenta con el privilegio de que el pecado original no haya
afectado mucho a sus habitantes, pues incluso sin conocer a Cristo, pueden
florecer nada menos que en “santos". Si son tan buenos, tan santos
y tan maravillosos sin que el cristianismo haya sido un elemento esencial de su
culturas, ¿para qué vamos a molestarles llevándoles a Cristo? Es cierto,
y desde el principio lo ha sabido la Iglesia, que Dios “acepta al que lo
teme [al que cree en Él] y practica la justicia, sea de la
nación que sea” (Hch 10,35). Pero un optimismo extremo sobre la
posibilidad de santidad en los paganos no parece conforme a la urgencia que los
Apóstoles sentían por la evangelización del mundo: “¡Ay de mí si no
evangelizase!” (1 Cor 9,16). La que hacía igualmente de un San Francisco
Javier, S. J., una llama ardiente para encender a los pueblos en la luz de
Cristo.
No en vano, le preguntan don Adolfo:
- ¿Cómo es posible que los misioneros, o
la Iglesia, no hayan sido capaces de «ver» esos maravillosos signos como obra
de Dios?
A veces es muy difícil interpretar por qué
no ocurre algo. Uno tiene la tentación de acudir a explicaciones que podrían
ser correctas pero también podrían ser teorías ajenas a la cuestión. Quizás no
nos sentimos a gusto con un Dios de sorpresas; un Dios que no sigue
necesariamente la lógica humana; un Dios que siempre saca lo mejor del corazón
humano sin violentar las raíces culturales, o la religiosidad de la gente
sencilla.
Si el P. Adolfo tiene razón, me
imagino a los pobres misioneros católicos ante la tesitura de que van
a evangelizar a pueblos donde hay tantas señales de santidad, que casi
son ellos los evangelizados por esa religiosidad de gente sencilla
que, loado sea el Altísimo, les descubre y los conduce por el camino de la
salvación.
Y claro, ante semejante derroche
de santidad nominalmente no cristiana -no digamos católica-, la
pregunta sobre si hay salvación fuera de la Iglesia recibe del Prepósito
General una respuesta afirmativa sin restricción alguna:
- Lo que está Vd. diciendo es que hay «santidad»
fuera de la Iglesia. Pero si hay «santidad» ¿no deberíamos decir también que
hay salvación?
¡Por supuesto! Eso lo sabemos desde
siempre. Es parte de la libertad de Dios. Dios es libre para hacer lo que Dios
quiere con su pueblo (hombres y mujeres) en cualquier situación y cualquier
contexto. Jesús nunca tuvo dificultad en reconocer en un soldado pagano de Roma
o en una mujer extranjera, una profundidad de fe que faltaba entre sus propios
discípulos. ¡Pero yo no tengo una teoría propia de salvación! ¡Así le ahorro su
siguiente pregunta! Mi preocupación más profunda es encontrar cómo Dios actúa
en la gente, y así cooperar con el trabajo de Dios. De este modo no me puedo
equivocar: si construyo una teoría ciertamente podría equivocarme.
Yo creo que, efectivamente, no
hacen falta teorías personales sobre la evangelización y la salvación del
mundo. Basta con acudir a la Escritura y al Catecismo de la Iglesia para
encontrar la doctrina verdadera. Es bastante simple, la verdad. El hombre peca
y como resultado del pecado, está separado de Dios. Entonces Dios, para no
dejar al hombre en sus pecados, envía a su Hijo para que sea luz de todos los
hombres y para ofrecerse como víctima propiciatoria de sus pecados, cosa que
cumple en la Cruz. El Hijo vence al pecado y a la muerte, libra al
hombre de la cautividad del diablo y del mundo, y resucitando al tercer
día, antes de subir a los cielos a prepararnos morada a todos, envía a su
Iglesia a predicar el evangelio a todas las naciones.
Voy a citar un documento fundametal del
Magisterio de la Iglesia, Dominus
Iesus, sobre la condición única e irremplazable de Cristo como Salvador:
Es también frecuente la tesis que niega la
unicidad y la universalidad salvífica del misterio de Jesucristo. Esta posición
no tiene ningún fundamento bíblico. En efecto, debe ser firmemente creída, como
dato perenne de la fe de la Iglesia, la proclamación de Jesucristo, Hijo de
Dios, Señor y único salvador, que en su evento de encarnación, muerte y
resurrección ha llevado a cumplimiento la historia de la salvación, que tiene
en él su plenitud y su centro.
Los testimonios neotestamentarios lo
certifican con claridad: «El Padre envió a su Hijo, como salvador del mundo »
(1 Jn 4,14); « He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn
1,29). En su discurso ante el sanedrín, Pedro, para justificar la curación del
tullido de nacimiento realizada en el nombre de Jesús (cf. Hch 3,1-8),
proclama: «Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el
que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4,12). El mismo apóstol añade además que
«Jesucristo es el Señor de todos»; «está constituido por Dios juez de vivos y
muertos»; por lo cual «todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón
de los pecados» (Hch 10,36.42.43).
Y:
Debe ser, por lo tanto, firmemente creída
como verdad de fe católica que la voluntad salvífica universal de Dios Uno y
Trino es ofrecida y cumplida una vez para siempre en el misterio de la
encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios.
Nadie se extrañe de que consideremos las
declaraciones del P. General de los jesuitas actuales con no poca reticencia,
sospecha y resistencia. No hacemos de sus palabras interpretaciones
temerarias.
Sabemos que en los últimos
decenios son varios los jesuitas que han recibido graves reprobaciones de
la Congregación de la Fe precisamente por enseñar sobre la salvación de
la humanidad, con unas u otras teorías, doctrinas inconciliables con la fe de
la Iglesia (Vaticano II, Ad gentes; Juan Pablo II, Redemptoris missio;
Dominus Iesus). Recordemos, por ejemplo, las reprobaciones de Teilhard de
Chardin (1955), Anthony De Mello (1998), Jacques Dupuis (2001), Roger Haight
(2004), Jon Sobrino (2006). Cuando leemos las declaraciones del P. Nicolás
tengamos en cuenta que “ya llueve sobre mojado".
La Congregación de la Fe, en la
Notificación sobre el P. Haight, S. J., señala que él «afirma que “solo Dios
obra la salvación, y la mediación universal de Jesús no es necesaria"».
«Según él, además, “es imposible en la cultura postmoderna pensar que… una
religión pueda pretender ser el centro, al cual todas las otras han de ser
reconducidas"».
Los errores de éstos y de otros jesuitas, difundidos durante muchos años,
preferentemente en centros teológicos de la Compañía, y en Editoriales muchas
veces jesuitas, no fueron detectados e impugnados públicamente por el
General o los Provinciales de la Compañía de Jesús, sino por la Santa Sede
romana. Y en ocasiones, aún después de ser reprobados, siguieron contando
estos autores con el apoyo público de algunos Provinciales, Profesores y
Editoriales de la Compañía.
Sabemos también, sin ir más lejos, que el P. Juan Masiá, sj, enamorado de las espiritualidades asiáticas, lleva años multiplicando sus herejías y blasfemias sin ser neutralizado por la Compañía de Jesús, por su Prepósito General, concretamente. Y con Masiá podríamos citar a tantos otros jesuitas semejantes.
No necesitamos pelagianismos baratos ni
sincretismos paganizantes, que paralizan de hecho la evangelización,
sustituyéndola por el diálogo interreligioso. Necesitamos hombres de Dios que confiesen la fe
de la Iglesia, y que anuncien el Evangelio con toda la fuerza persuasiva del
Espíritu Santo, enseñando la verdad de Cristo y refutando eficazmente todos los
errores que le son contrarios. Como lo hizo San Francisco de Javier, Patrono
universal de las misiones, y todos los grandes misioneros.
Puede dar gracias a Dios el P. Nicolás de
que en el Sínodo de los Obispos se ha escuchado solamente la voz de los
Padres Sinodales, que guardan al hablar una gran moderación, proporcionada a
sus altas jerarquías. Porque si en el Sínodo se hubiera podido oir “la
voz del Pueblo de Dios“, es decir, de los laicos, no cabe
excluir la posibilidad de que alguno de ellos dijera con toda franqueza
lo mismo que acabo de decir yo aquí con gran libertad.
Exurge Domine et judica causam tuam.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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