“13.- El mismo sentimiento de gratitud dirige
la Asamblea del Sínodo a las Iglesia de América Latina y el Caribe. Nos llama
la atención en particular cómo se han desarrollado a través de los siglos en
vuestros países formas de piedad popular fuertemente enraizadas en los
corazones de tantos de vosotros, formas de servicio en la caridad y de diálogo
con las culturas. Ahora, frente a los desafíos del presente, sobre todo la
pobreza y la violencia, la Iglesia en Latinoamérica y en el Caribe os
exhortamos a vivir en un estado permanente de misión, anunciando el Evangelio
con esperanza y alegría, formando comunidades de verdaderos discípulos
misioneros de Jesucristo, mostrando con vuestro testimonio como el Evangelio es
fuente de una sociedad justa y fraterna. También el pluralismo religioso
interroga a vuestras Iglesias y les exige un renovado anuncio del Evangelio”.
¡Estado
permanente de misión y renovado anuncio del Evangelio! Pero ¿qué es la misión?
En ISAMIS hay
que comenzar… por el comienzo, pues ellos han forjado un concepto de misión muy
particular con una jerga propia: utopía del reino, iglesia ministerial y
comunitaria, organizaciones populares, horizontalidad en que se pone en foco a
laicos y mujeres y se desplaza al sacerdote, confesión comunitaria, bautismo
celebrado por laicos, unción de los enfermos administrada por diáconos, en fin,
tantas originalidades que no terminaríamos de citarlas. La misión permanente y
el anuncio de ISAMIS corresponden a otra praxis y a otro evangelio.
El documento
sinodal concluye con referencias a María, la Madre de Dios:
“La estrella de María ilumina el
desierto
Agradecidos por el don recibido de él en estos días le dirigimos nuestro canto de alabanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor [...] Ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46.49). Las palabras de María son también las nuestras: el Señor ha hecho realmente grandes cosas a través de los siglos por su Iglesia en los diversos rincones del mundo y nosotros lo alabamos, con la certeza de que no dejará de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros días y sostenernos en el camino de la nueva evangelización.
La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace florecer el desierto y como en la noche en el desierto las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, estrella de la nueva evangelización a quien, confiados, nos encomendamos” (14).
Agradecidos por el don recibido de él en estos días le dirigimos nuestro canto de alabanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor [...] Ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46.49). Las palabras de María son también las nuestras: el Señor ha hecho realmente grandes cosas a través de los siglos por su Iglesia en los diversos rincones del mundo y nosotros lo alabamos, con la certeza de que no dejará de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros días y sostenernos en el camino de la nueva evangelización.
La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace florecer el desierto y como en la noche en el desierto las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, estrella de la nueva evangelización a quien, confiados, nos encomendamos” (14).
A ella le
pedimos por nuestro Vicariato, su Administrador, pastores y ovejas. Le pedimos
que aparte los lobos que merodean disfrazados de ovejas, en “inofensivas”
vigilias, en anónimas “cartas abiertas” o detrás de los micrófonos de una radio
comercial.
-
La
cercanía de Jesús que se da en comunión con su Iglesia,
-
la
verdad de su Palabra que no puede callarse ni deturparse, y que debe ser
anunciada por auténticos heraldos de Evangelio, con o sin botas, prestados,
regalados o definitivos,
-
el
pan eucarístico que nos alimenta y que pide templos abiertos, sagrarios
seguros, Misas regulares y adoradores fieles (cosas que vamos logrando de a
poco después del desierto… vivido en plena selva),
-
la
fraternidad de la comunión eclesial que pasa por el respeto y la obediencia a
la autoridad y a la diversidad,
-
el
impulso de la caridad (y no de la filantropía o de la revolución social);
Todo eso,
auguramos para los isamitas. Mientras no conciban así la fe, los seguiremos
considerando como ajenos a nuestra Iglesia y tendremos, cuando mucho, el empeño
ecuménico que se tiene con los hermanos separados.
Que la Virgen
les toque el corazón y los haga recapacitar, pues desde la salida de Monseñor
Gonzalo, solo se han hundido más y más en la rebelión. ¡Dos años de
impenitencia!
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