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jueves, 1 de noviembre de 2012

Sínodo en Roma: Luces para nuestro Vicariato (V)

Concluimos con este artículo el tema que venimos tratando: la utilidad de las enseñanzas del Sínodo y la comprobación de cómo las recientes propuestas de los Obispos (en que se recapitula lo principal de la evangelización) no se tenían en cuenta en Sucumbíos durante la administración isamita.

13.- El mismo sentimiento de gratitud dirige la Asamblea del Sínodo a las Iglesia de América Latina y el Caribe. Nos llama la atención en particular cómo se han desarrollado a través de los siglos en vuestros países formas de piedad popular fuertemente enraizadas en los corazones de tantos de vosotros, formas de servicio en la caridad y de diálogo con las culturas. Ahora, frente a los desafíos del presente, sobre todo la pobreza y la violencia, la Iglesia en Latinoamérica y en el Caribe os exhortamos a vivir en un estado permanente de misión, anunciando el Evangelio con esperanza y alegría, formando comunidades de verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo, mostrando con vuestro testimonio como el Evangelio es fuente de una sociedad justa y fraterna. También el pluralismo religioso interroga a vuestras Iglesias y les exige un renovado anuncio del Evangelio”.

¡Estado permanente de misión y renovado anuncio del Evangelio! Pero ¿qué es la misión?

En ISAMIS hay que comenzar… por el comienzo, pues ellos han forjado un concepto de misión muy particular con una jerga propia: utopía del reino, iglesia ministerial y comunitaria, organizaciones populares, horizontalidad en que se pone en foco a laicos y mujeres y se desplaza al sacerdote, confesión comunitaria, bautismo celebrado por laicos, unción de los enfermos administrada por diáconos, en fin, tantas originalidades que no terminaríamos de citarlas. La misión permanente y el anuncio de ISAMIS corresponden a otra praxis y a otro evangelio.

El documento sinodal concluye con referencias a María, la Madre de Dios:

“La estrella de María ilumina el desierto
Agradecidos por el don recibido de él en estos días le dirigimos nuestro canto de alabanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor [...] Ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46.49). Las palabras de María son también las nuestras: el Señor ha hecho realmente grandes cosas a través de los siglos por su Iglesia en los diversos rincones del mundo y nosotros lo alabamos, con la certeza de que no dejará de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros días y sostenernos en el camino de la nueva evangelización.
La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace florecer el desierto y como en la noche en el desierto las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, estrella de la nueva evangelización a quien, confiados, nos encomendamos
” (14).

A ella le pedimos por nuestro Vicariato, su Administrador, pastores y ovejas. Le pedimos que aparte los lobos que merodean disfrazados de ovejas, en “inofensivas” vigilias, en anónimas “cartas abiertas” o detrás de los micrófonos de una radio comercial.

-          La cercanía de Jesús que se da en comunión con su Iglesia,
-          la verdad de su Palabra que no puede callarse ni deturparse, y que debe ser anunciada por auténticos heraldos de Evangelio, con o sin botas, prestados, regalados o definitivos,
-          el pan eucarístico que nos alimenta y que pide templos abiertos, sagrarios seguros, Misas regulares y adoradores fieles (cosas que vamos logrando de a poco después del desierto… vivido en plena selva),
-          la fraternidad de la comunión eclesial que pasa por el respeto y la obediencia a la autoridad y a la diversidad,
-          el impulso de la caridad (y no de la filantropía o de la revolución social);

Todo eso, auguramos para los isamitas. Mientras no conciban así la fe, los seguiremos considerando como ajenos a nuestra Iglesia y tendremos, cuando mucho, el empeño ecuménico que se tiene con los hermanos separados.

Que la Virgen les toque el corazón y los haga recapacitar, pues desde la salida de Monseñor Gonzalo, solo se han hundido más y más en la rebelión. ¡Dos años de impenitencia!

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