Personas que combaten o que ignoran sistemáticamente a la Iglesia, de golpe se ponen eufóricos a cacarear profecías. Y lo que antes les parecía irrelevante, ahora ocupa su atención, bajando hasta los mínimos detalles como el de opinar sobre cuál será el color de los zapatos del Papa emérito.
La Iglesia navega majestuosa y victoriosamente en los mares de la historia desde hace veinte siglos. Es sabido que otros Papas ya abdicaron en el pasado y que hasta por espacio de tres años duró vacante la sede de Pedro. Es totalmente normal y banal que un Papa salga de escena, que se reúnan los cardenales, y que elijan otro. El frenesí del mundo no maculará la paz de la Sixtina ni la blancura de la fumata cuando por fin nos anuncie en latín, una vez más y como siempre, que “habemus Papam”.
Los actuales cacareos sobre el mayordomo Paolo y el robo de documentos, sobre los pecados de ciertos eclesiásticos, sobre las finanzas vaticanas o sobre si el Papa será europeo, negro, joven, anciano, teólogo, pastor o burócrata, no tienen ninguna importancia y llevan a confundir a la gente.
Es que la Iglesia Católica no es un estado, ni una empresa, ni una ONG. Ella es pueblo de Dios, familia de los bautizados, cuerpo místico de Cristo. Jesús es su cabeza y el Espíritu Santo su guía. Por eso, siempre sale invicta –en virtud de su institución divina y de la promesa de inmortalidad- de cualquier tempestad o presiones, sean de imperios o de emporios. El cacareo cacofónico periodístico, realza su prestigio y pone en evidencia su permanencia y actualidad. La gente se interesa por la Iglesia, por el papado, por el Papa que se fue y por el que vendrá. Entonces se trata –para imperios y emporios modernos- de vender para satisfacer la sed de consumo…
Que un periódico como El Telégrafo diga sandeces al opinar sobre la Iglesia no choca tanto. Lo que duele es que algunos “católicos” la deshonren públicamente, como hicieron romanos y judíos en el Gólgota con Jesús.
La historia se repite y, con el aplauso o la execración del mundo, la Iglesia sigue su camino rumbo al Reino, teniendo siempre como capitán a algún “simple y humilde trabajador de la viña del Señor”.
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