Se
afirma que una de las grandes intuiciones del Concilio Vaticano II fue la
atención prestada a esos signos de los tiempos, es decir a los nuevos fenómenos
culturales, sociales, políticos, y económicos, producido en la gran mutación de
la era moderna. Nunca hasta entonces se había mostrado la Iglesia tan abierta y
receptiva a esos “signos”, calificados otrora de enemigos de la
fe.
El
Vaticano II, habla de la necesidad de escrutar los signos de los tiempos, lo
que quiere decir que no se trataba de rendirse ante ellos sin condiciones, o de
aceptarlos sin crítica.
No fue una nueva primavera para la Iglesia, como lo
había imaginado su promotor, pero fue una inesperada revolución en todos los
sectores de la Iglesia, incluido el campo social (…) Una honda simpatía por la
solución socialista e incluso marxista-leninista se imponía en el mundo, que todavía
desconocía en su propia carne la cruel experiencia del socialismo real, y
fascinaba a intelectuales y estudiantes, sin excluir a los seminarios y al
clero más joven. Fidel Castro y Che Guevara eran sus ídolos. (…) Los
movimientos que se consideraban y proclamaban «progresistas», fuertemente
intelectualizados, apoyados en los medios de comunicación, agudizaron la
conciencia revolucionaria («concienciación» era el vocablo entonces divulgado
por Paulo Freire). El que no comulgaba con ellos era sumamente descalificado
como reaccionario, burgués y conservador (América Latina, Mons.
Boaventura Kloppenburg, OFM).
La
Iglesia en América Latina
estuvo
atenta a esta consigna conciliar de manera escrupulosa y escrutó los signos de
los tiempos, tal como se daban en los países subdesarrollados del Continente. Y
de entre todos ellos detectó uno, que la parecía a la vez el más significativo
y el más escandaloso: los pobres, los marginados del sistema, los sin voz, los
no hombres, que vivían en su mayoría en el tercer mundo y de este signo, mira
al mundo, relee la historia, juzga a los culpables, interpreta la realidad,
reformula el mensaje cristiano y pretende transformar la vida.
En
la década de los 1970, un tiempo de agitación y perturbación, irrumpió la «teología
de la liberación» (TL), bajo la influencia de la «nueva
teología», «principalmente dentro de la corriente que toma la
sociedad como objeto de su estudio, mostrando una tendencia hacia el
sociologismo dando prioridad a la sociedad frente al hombre»(La
«Teología de la liberación», P. Miguel Podarowski), en la que «la
palabra redención suele ser sustituida por liberación, la cual a su vez es
entendida, a la luz de la historia y de la lucha de clases, como proceso de
liberación en marcha. Finalmente es también fundamental hacer hincapié sobre la
praxis: la verdad no debe entenderse en el sentido metafísico, pues esto sería
“idealismo”. La verdad se realiza en la historia y en la praxis. La acción es
la verdad. Por consiguiente, las ideas que llevan a la acción son, en última
instancia, intercambiables. Lo único decisivo es la praxis. La ortopraxis es la
única ortodoxia» (Informe sobre la Fe, entrevista al
Cardenal Ratzinger por Vittorio Messori).
Esa
«relectura», de acuerdo al cardenal Ratzinger en el informe
citado, nació de dos fuentes: «el marxismo y la hermenéutica protestante
racionalista de Bultmann».
En
1971, el presbítero Gustavo Gutiérrez publica su obra «La teología de
liberación», en la que «pretende, en primer lugar, introducir
un nuevo concepto de la teología y, de conformidad con éste concepto, después
trata el tema de la liberación del hombre del régimen capitalista, para finalizar
su estudio con algunas consideraciones escatológicas muy confusas, en las
cuales quiere identificar “el reino de Dios en la tierra” con la sociedad ideal
del futuro, edificada por la revolución marxista». Posteriormente
(1979) publicó «La fuerza histórica de los pobres», obra
que en gran medida «es una repetición de su obra matriz», en una
perspectiva ortodoxamente marxista:
No
se lleva a cabo sino al interior de la lucha revolucionaria que cuestiona
radicalmente el orden social existente y postula la necesidad de un poder
popular para la construcción de una sociedad verdaderamente igualitaria y
libre. Sociedad en la que se haya eliminado la propiedad privada de los medios
de producción, la cual, al permitir que una minoría se apropie del fruto del
trabajo de la mayoría, engendra la división de la sociedad en clases y la
explotación de una clase por otra.
Es
que en Gutiérrez como en Marx, la praxis es lucha de clases, por ende
revolución. Según Gutiérrez, la «praxis», o lucha por un régimen social justo, es
la esencia misma del cristianismo.
El
comentario del cardenal Ratzinger respecto de aquellos que «ya no leen
la Palabra de Dios con los ojos de la Iglesia, sino de acuerdo a la última moda
“científica"» se coloca precisamente en la definición citada.
La
teología es la ciencia de Dios. Luego de ninguna manera puede ser una
exposición política. Es sincero Gustavo Gutiérrez que dedica todo el primer
capítulo de su TL a justificar su propio concepto de «teología», a saber «la
reflexión crítica sobre la praxis» (La evaporación de la
teología, Juan Gutiérrez Gonzáles).
La
Iglesia ha enseñado de tantas maneras la primacía cronológica pero sobre todo
ontológica de la conversión personal respecto del cambio estructural, como la
explanó Paulo VI:
la
Iglesia considera ciertamente importante y urgente la edificación de
estructuras más humanas, más justas, más respetuosa de los derechos de la
persona, menos opresivas y menos avasalladoras, opero es consciente de que aún
las mejores estructuras, los sistemas más idealizados se transforman pronto en
inhumanos si las inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas, si no hay
una conversión de corazón y de mente por parte de quienes viven en esas
estructuras o las rigen (Evangelii nuntiandi, nº 36).
Reafirmada
por Juan Pablo II:
El
pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona, porque
es un acto libre de la persona individual, y no precisamente de un grupo o una
comunidad (…) No se puede ignorar esta verdad con el fin de descargar en
realidades externas –las estructuras, los sistemas, los demás –el pecado de los
individuos (Reconciliatio et paenitentia, nº 16).
En
contraposición a la Doctrina social de la Iglesia, el planteamiento de dicha «teología
de la liberación» es el siguiente: Cristo vino al
mundo para liberar al hombre; el cristianismo es el instrumento de esa
liberación; el hombre es un esclavo del capitalismo, pues el capitalismo es un
régimen de explotación opresor; la revolución marxista es la única fuerza capaz
de liberar al hombre.
Es
cierto que Gutiérrez pulió sus escritos de acuerdo a las indicaciones de la
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, eliminando las referencias a
Carlos Marx, empero «no ha rechazado el concepto de lucha de clases ni la
llamada ortopraxis», por lo que «esta concepción totalizante
impone su lógica y arrastra las ” teologías de la liberación ” a aceptar un
conjunto de posiciones incompatibles con la visión cristiana del hombre».
No
hay que generalizar y hay que distinguir.
Cuando
se habla de “teología de la liberación” sin el cuidado de matizar ni de hacer
las especificaciones necesarias que la materia comporta, naturalmente se piensa
en las lamentables derivas que llevaron a algunos obispos, sacerdotes y laicos
latinoamericanos a meterse en política, a coquetear con el marxismo, a optar
por la violencia y la lucha de clases, y a fabricar una iglesia de los pobres y
de los indígenas sin comunión con la jerarquía de la Iglesia católica.
Lamentablemente,
los isamitas de Sucumbíos -que no hacen esas distinciones- siguen afirmando que
la teología de la liberación es buena, en bloque y en exclusiva. Además, sustentan
que habría llegado el momento de ser implementada… desde el Vaticano.
Antes
tronaban sin piedad contra el Vaticano, sus nuncios y sus dictámenes. Ahora
fuerzan las cosas y ponen en las intenciones de los jerarcas de la Iglesia sus
propias malévolas intenciones y su espíritu revanchista.
Dicen
eufóricos: “¡Está llegando nuestra hora!”.
Lo
que importa no son los cálculos humanos sino que se acoja la hora de Dios…
No hay comentarios:
Publicar un comentario