Con estas enseñanzas, el Concilio nos invita a volver a los orígenes para comprender y asumir la verdadera identidad de la Iglesia, que es la asamblea de quienes creen en Cristo y que han sido congregados por el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por lo tanto, los cristianos, cuando pensamos en la Iglesia, hemos de verla como un don, como un regalo de la Santísima Trinidad para que todos los hombres puedan llegar a ser hijos de Dios, viviendo la experiencia de la verdadera fraternidad y alimentándose de la vida divina a través de la participación frecuente en los sacramentos.
En nuestros días, cuando se habla de la Iglesia, se olvidan con frecuencia sus orígenes y, por lo tanto, se corre el riesgo de ocultar su verdadera identidad. Cuando se habla de una Iglesia democrática, progresista, anclada en el pasado y trasnochada, se está equiparando a la Iglesia a otras organizaciones sociales, políticas o culturales. Como consecuencia de ello se oculta que la Iglesia es, ante todo, misterio de comunión, convocada para la misión, espacio de gracia y medio de salvación.
Si nos fijamos, podemos descubrir que detrás de estas visiones o concepciones externas de la Iglesia están normalmente los intereses, los gustos y las apetencias personales de quienes pretenden que la Iglesia diga lo que ellos quieren y justifique lo que hacen, aunque esto vaya en contra del Evangelio y de la misión confiada por el Señor. En este año de la fe, tendríamos que preguntarnos: ¿En qué Iglesia creemos? ¿Inconscientemente no estaremos intentando inventar distintas iglesias, que den respuesta a nuestros proyectos e ideologías, pero que ocultan el verdadero rostro de la única Iglesia fundada por Jesucristo?
Al responder a estas preguntas, no deberíamos olvidar que entramos y permanecemos en la Iglesia no porque esta nos guste más o menos, sino porque ella es nuestra Madre, la que nos ha engendrado a la vida de Dios y nos mantiene en ella. Al mismo tiempo, deberíamos tener presente que la misión de la Iglesia es la evangelización, es decir, el anuncio de Jesucristo, el único juez de nuestros actos, el que nos revela la verdadera identidad de la Iglesia y el que nos enseña cómo debe vivir un cristiano, aunque estas enseñanzas no coincidan con los criterios de la sociedad.
La profundización por parte de todos los cristianos en la identidad y naturaleza de la Iglesia es muy necesaria y urgente, no para enfrentarnos con la sociedad o negar el diálogo a quienes piensan de forma distinta a la nuestra, sino para dialogar desde la propia identidad y para mostrar al mundo lo que no es pagano. Para ello, todos deberíamos asumir con gozo que la Iglesia puede y debe ofrecer a la sociedad algo propio y específico, como es la presentación de Jesucristo, el único Salvador de los hombres, “el mismo ayer, hoy y siempre” (Heb 13, 8).
Con mi bendición, feliz día del Señor resucitado.
+ Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
http://www.revistaecclesia.com/creo-en-la-iglesia-por-el-obispo-de-siguenza-guadalajara/
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