El Papa Francisco hace poco acabó de publicar una
encíclica sobre la fe: Lumen Fidei. Parece que ha sido escrita a cuatro manos
entre los dos Pontífices, lo que aumenta mucho su valor. Este documento sigue a
otras dos encíclicas del Papa Benedicto XVI: Deus Caritas est y Spe salvi. Así,
como regalo a toda la Iglesia, se honran las tres virtudes teologales: la fe,
la esperanza y la caridad.
¿Cómo nos tocan a nosotros estos mensajes? Poniendo
el dedo en la llaga, digamos que en Sucumbíos constatamos grandes fallas en la
caridad por parte de la gente que se embandera con la sigla Isamis: soberbia,
autosuficiencia y un desprecio no pequeño a los que no piensan como ellos, especialmente
oposición en relación a la autoridad de la Iglesia. A los lobos, sean
desenmascarados o disfrazados, se los escucha y se los sigue, mientras que a
los pastores se los desacata. Y a las ovejas, se las oprime ¿Eso es odio o
caridad?
En materia de esperanza, profesando un
extraño culto a lo que llaman “el reino”, han desviado el rumbo de todas las
energías espirituales y materiales hacia una utopía que no tiene nada que ver
con el Reino social de Jesucristo ni, mucho menos, con el Paraíso celestial.
Quien puede explicar esta confusa teoría es el no muy creíble Padre Edgar Pinos.
Pero lo más grave es lo que toca a la fe. Sin
duda, si existiesen aún los tribunales de la inquisición, su iglesia estaría
condenada y sus miembros neutralizados. Si existiese el “index de los libros prohibidos” que vigoró hasta 1966, sus manuales
y cartillas elaborados en Puerto Libre o en Burgos (?) no envenenarían a los
misioneros y a la pobre gente de por aquí. Si aún tuviese vigor el “Juramento
antimodernista” que el Papa San Pío X estableció para los clérigos hace cien
años atrás (fue Pablo VI que lo suprimió), no hubiéramos padecido las
arbitrariedades y las locuras de sacramentos y liturgias celebradas de cualquier
forma, desvirtuando su sentido propio… y configurando “otro modelo de iglesia”.
Pero bueno, los tiempos cambian. No se trata,
para profesar la fe, de restaurar cosas del pasado como inquisiciones o
anatemas. Se trata de hacer lo que hace el papa Francisco: adaptar las
estructuras de la Iglesia para que, precisamente, sirvan mejor a la fe, a la
esperanza y a la caridad, sirvan mejor al pueblo de Dios.
Estas tres Encíclicas vienen maravillosamente
a iluminar el caminar de los fieles, en medio de la oscuridad que nos impone el
materialismo y el relativismo en boga.
Sobre Lumen Fidei, como catequesis
especialmente apropiada para nuestro Vicariato, es oportuno leer y meditar los
capítulos segundo y tercero (numerales 28 al 63) que nos hablan de cosas que
causan ojeriza en Isamis: Fe y verdad, fe y teología, la Iglesia, madre de
nuestra fe, los sacramentos y la transmisión de la fe, unidad e integridad de
la fe, etc.
“Si la
fe no es una, no es fe” (47), “La fe
debe ser confesada en toda su pureza e integridad” (48), “Se ha intentado construir la fraternidad
universal entre los hombres fundándose sobre la igualdad (…) esta fraternidad,
sin referencia a un Padre común como fundamento último, no logra subsistir”
(54), “En la hora de la prueba, la fe nos
ilumina y, precisamente en medio del sufrimiento y la debilidad, aparece claro
que no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” (56),
“la autoridad viene de Dios para estar al
servicio del bien común” (55); ¡parecen enseñanzas dirigidas directamente a
los que desvirtúan la fe o apostatan de ella en este sufrido rincón del oriente
ecuatoriano!
La encíclica concluye con menciones a María, la
bienaventurada que ha creído… y no la mujer “de lucha que busca y grita liberación”, “porque no hay plata para vivir”, “contra los dueños del dinero, de nuestras tierras y del país”, “que lucha contra la explotación”, etc.
Así celebran a la Madre de Dios nuestros hermanos separados, como si la Virgen
María fuese un miembro más de la escuálida FMS.
Es que aquí, en Sucumbíos, se trata de otra
María, de otra iglesia y de otra fe.
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