(RV).Lunes
29 de abril de 2013, avergonzarse de los propios pecados es la virtud del humilde
que prepara a acoger el perdón de Dios: fue la reflexión de Francisco, el lunes
29 de abril por la mañana, durante la Misa presidida en la Capilla de la Casa
de Santa Marta, en presencia de algunos empleados vaticanos del Apsa, la
Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica y de un grupo de
religiosas. En esta oportunidad concelebraron con el Santo Padre el cardenal
Domenico Calcagno, presidente del Apsa, y el arzobispo Francesco Gioia,
presidente de la Peregrinatio ad Petri Sedem.
Comentando
la primera Carta de San Juan, en la que se dice que “Dios es luz y en Él no hay
tiniebla alguna”, el Papa Francisco subrayó que “todos nosotros tenemos
oscuridades en nuestra vida”, momentos “donde todo, también en la propia
consciencia, es oscuro”, pero esto - precisó - no significa caminar en las
tinieblas:
“Caminar
en las tinieblas significa estar satisfecho de sí mismo; estar convencido de no
tener necesidad de salvación. ¡Aquellas son las tinieblas! Cuando uno se
adentra en este camino de las tinieblas, no es fácil dar marcha atrás. Por ello
Juan continua, porque quizás este modo de pensar lo ha hecho reflexionar:
‘Si decimos de estar sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros’. Miren sus pecados, nuestros pecados: todos somos pecadores, todos… Este es el punto de partida. Pero si confesamos nuestros pecados, Él es fiel, es justo hasta perdonarnos los pecados y purificarnos de toda iniquidad. Y nos presenta – ¿no es verdad? - a aquel Señor tan bueno, tan fiel, tan justo que nos perdona”.
“Cuando el Señor nos perdona hace justicia” – prosiguió diciendo el Obispo de Roma- sobre todo a sí mismo, “porque Él ha venido para salvarnos y perdonarnos”, acogiéndonos con la ternura de un padre hacia los hijos: “el Señor es tierno hacia aquellos que lo temen, hacia aquellos que van hacia Él” y con ternura “nos comprende siempre”, quiere donarnos “aquella paz que solo Él da”.
“Esto -afirmó - es lo que sucede en el Sacramento de la Reconciliación” aunque “tantas veces pensemos que ir a confesarnos es como ir a la lavandería” para limpiar la suciedad de nuestra ropa: “Pero Jesús en el confesionario no es una lavandería: es un encuentro con Jesús, pero con este Jesús que nos espera, que nos espera como somos. ‘Pero Señor, mira yo soy así…’, me da vergüenza decir la verdad: ‘He hecho esto, he pensado esto’. Pero la vergüenza es una verdadera virtud cristiana y también humana… la capacidad de avergonzarse: No sé si en italiano se dice así, pero en nuestra tierra a aquellos que no pueden avergonzarse se les llama ‘sin vergüenza’, porque no tienen la capacidad de avergonzarse y avergonzarse es una virtud del humilde, de aquel hombre y de aquella mujer que es humilde”.
Es necesario tener confianza - prosiguió el Papa - porque cuando pecamos tenemos un defensor ante el Padre: “Jesucristo, el justo”. Y Él “nos sostiene ante el Padre” y nos defiende frente a nuestras debilidades. Pero es necesario ponerse frente al Señor “con nuestra verdad de pecadores”, “con confianza, también con gozo, sin maquillarnos… ¡No debemos jamás maquillarnos delante de Dios!”. Y la vergüenza es una virtud: “bendita vergüenza”. “Esta es la virtud que Jesús nos pide: la humildad y la docilidad”:
“Humildad y docilidad son como el marco de una vida cristiana. Un cristiano va siempre así, en la humildad y en la docilidad. Y Jesús nos espera para perdonarnos.
Podemos hacerle una pregunta: entonces ir a confesarse ¿no es ir a una sesión de tortura? ¡No! Es ir a alabar a Dios, porque yo pecador he sido salvado por Él. ¿Y Él me espera para apalearme? No, con ternura para perdonarme. ¿Y si mañana hago lo mismo? Va otra vez, y otra y otra y otra… Él te espera siempre. Esta ternura del Señor, esta humildad, esta docilidad…”.
Esta confianza “nos da respiro”. “Que el Señor - finalizó el Papa su homilía en Santa Marta- nos dé esta gracia, este coraje de ir siempre hacia él con la verdad, porque la verdad es luz, y no con las tinieblas de las medias verdades o de las mentiras ante Dios. ¡Que nos dé esta gracia! Así sea”. (RC-RV)
‘Si decimos de estar sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros’. Miren sus pecados, nuestros pecados: todos somos pecadores, todos… Este es el punto de partida. Pero si confesamos nuestros pecados, Él es fiel, es justo hasta perdonarnos los pecados y purificarnos de toda iniquidad. Y nos presenta – ¿no es verdad? - a aquel Señor tan bueno, tan fiel, tan justo que nos perdona”.
“Cuando el Señor nos perdona hace justicia” – prosiguió diciendo el Obispo de Roma- sobre todo a sí mismo, “porque Él ha venido para salvarnos y perdonarnos”, acogiéndonos con la ternura de un padre hacia los hijos: “el Señor es tierno hacia aquellos que lo temen, hacia aquellos que van hacia Él” y con ternura “nos comprende siempre”, quiere donarnos “aquella paz que solo Él da”.
“Esto -afirmó - es lo que sucede en el Sacramento de la Reconciliación” aunque “tantas veces pensemos que ir a confesarnos es como ir a la lavandería” para limpiar la suciedad de nuestra ropa: “Pero Jesús en el confesionario no es una lavandería: es un encuentro con Jesús, pero con este Jesús que nos espera, que nos espera como somos. ‘Pero Señor, mira yo soy así…’, me da vergüenza decir la verdad: ‘He hecho esto, he pensado esto’. Pero la vergüenza es una verdadera virtud cristiana y también humana… la capacidad de avergonzarse: No sé si en italiano se dice así, pero en nuestra tierra a aquellos que no pueden avergonzarse se les llama ‘sin vergüenza’, porque no tienen la capacidad de avergonzarse y avergonzarse es una virtud del humilde, de aquel hombre y de aquella mujer que es humilde”.
Es necesario tener confianza - prosiguió el Papa - porque cuando pecamos tenemos un defensor ante el Padre: “Jesucristo, el justo”. Y Él “nos sostiene ante el Padre” y nos defiende frente a nuestras debilidades. Pero es necesario ponerse frente al Señor “con nuestra verdad de pecadores”, “con confianza, también con gozo, sin maquillarnos… ¡No debemos jamás maquillarnos delante de Dios!”. Y la vergüenza es una virtud: “bendita vergüenza”. “Esta es la virtud que Jesús nos pide: la humildad y la docilidad”:
“Humildad y docilidad son como el marco de una vida cristiana. Un cristiano va siempre así, en la humildad y en la docilidad. Y Jesús nos espera para perdonarnos.
Podemos hacerle una pregunta: entonces ir a confesarse ¿no es ir a una sesión de tortura? ¡No! Es ir a alabar a Dios, porque yo pecador he sido salvado por Él. ¿Y Él me espera para apalearme? No, con ternura para perdonarme. ¿Y si mañana hago lo mismo? Va otra vez, y otra y otra y otra… Él te espera siempre. Esta ternura del Señor, esta humildad, esta docilidad…”.
Esta confianza “nos da respiro”. “Que el Señor - finalizó el Papa su homilía en Santa Marta- nos dé esta gracia, este coraje de ir siempre hacia él con la verdad, porque la verdad es luz, y no con las tinieblas de las medias verdades o de las mentiras ante Dios. ¡Que nos dé esta gracia! Así sea”. (RC-RV)
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