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miércoles, 8 de mayo de 2013

El reino utópico.

A la vista de las crisis y los riesgos que nos asaltan, da la impresión que la humanidad va desertando de su condición racional. Peor aún, ciertos cristianos, ante esa misma realidad amenazante, ciertos abandonan su fe, abdicando no solo de sus creencias -¡que son tan razonables! San Pablo dice que la fe y el culto a Dios son un “homenaje razonable” (Romanos 12,1.) - sino de la dimensión sobrenatural que nos lleva a contar con el auxilio de la omnipotencia de Cristo con el cual, “todo podemos” (Filipenses 4, 13).


Esa forma sutil de apostasía –eso de pasar al lado de la fe y de la razón, ¡olímpicamente!- se va generalizando en Europa, desde donde nos vino otrora el mismo tesoro de la fe. Y no ha tardado en llegar de este lado del océano, especialmente por medio de teólogos y pastores venidos de viejo mundo (aquí conocimos a varios españoles/as, italianos, la suiza Blaser o el francés Pierre, etc.). Las aplicaciones de estas teorías en nuestro continente son de llorar…

En un blog emblemático del progresismo eclesial (léase de la contestación eclesial) llamado “Redes Cristianas”, un sacerdote apóstata español, teólogo y escritor –tiene más de 60 libros publicados: el “teólogo” tiene tiempo para escribir y para embolsar, pero no para la celebración de los sacramentos-  llamado Juan José Tamayo, nos propone esta literatura y este programa:

“Hoy son más necesarias que nunca las utopías, porque, en tiempos de crisis tan aguda y que afecta a los sectores más vulnerables de la sociedad como la que estamos viviendo, tiende a apoderarse de la gente el pesimismo, la desesperanza, la depresión, la apatía, la indiferencia, la pasividad, el desencanto, porque nos roban la esperanza y nos prohíben soñar.

Es precisamente en tiempos de crisis cuando los sectores marginados toman conciencia de la negatividad de la historia, expresan su insatisfacción con la realidad, muestran su descontento e indignación, su protesta y su hartazgo. Es en esos momentos especialmente críticos cuando radicalizan su sentido crítico y formulan utopías movilizadoras de las energías emancipatorias de la Humanidad.

Es en los márgenes de la sociedad donde se han fraguado siempre –y siguen fraguándose- las alternativas, las grandes trasformaciones. Es en tiempos de crisis y desde los márgenes cuando resulta más necesario que nunca sacar a la luz los tesoros ocultos que anidan en lo profundo de la realidad y activar las potencialidades ínsitas en los seres humanos.

El Curso “Utopías para tiempos de crisis”, que venimos celebrando desde octubre de 2012, tiene como objetivo invitar, incitar, motivar a cultivar la utopía, si bien críticamente, a seguir escribiendo nuevos relatos utópicos y a pensar la realidad más allá de los límites de lo posible, como sugiere Walt Whitman: “Antes del alba, subí a las colinas, miré los cielos apretados de luminarias y le dije a mi espíritu: cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la sabiduría de todas las cosas que contienen, ¿estaremos tranquilos y satisfechos? Y mi espíritu dijo: No, ganaremos esas alturas para seguir adelante”.

La participación cada vez más numerosa en el Curso es un aliciente para seguir por el camino de la esperanza en dirección a la Utopía.
Libro-guía: Juan José Tamayo, Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis, Trotta, Madrid, 2012.”

¿Qué tal? Es una invitación a indignarse y a revelarse no se sabe bien contra qué ni contra quién, aunque en realidad es contra todo: contra Dios creador y contra su obra maravillosa; y una propuesta a lanzarse en el vacío, en lo desconocido; en un sueño irresponsable no muy diferente del budismo o del nihilismo.

Los horizontes de la fe, la vitalidad de la Palabra de Dios, la riqueza del cuerpo doctrinal del magisterio, la fascinación con la persona de Jesús, de María o de los santos, la fuerza de la mística o el ascetismo cristiano, nada de eso es referencia.

En Sucumbíos se nos ha martillado sin piedad con la idea de un reino utópico. ¿Ya estamos en ese reino o hay que seguir esperando? ¿O se trata de desertar también de la esperanza, como se desertó de la fe y del amor? Y cuando llegue ese “reino” anhelado e incógnito, pluri-multi-todo, ¿qué va a ser de nuestras vidas?, ¿ya no habrá más ideal o meta para ellas?

Desfigurada la fe, apagada la figura divina de Jesús, suprimidos los sacramentos salvíficos, y desprestigiada totalmente la esperanza del cielo, no queda más que la desesperación. Habrá llegado la hora de caer en la tentación del suicidio. Y mejor si ese suicidio es comunitario, como fue en la Guyana, en aquel suicidio colectivo de la secta de Jim Jones. Cuando eso suceda, la nefanda “utopía” habrá quedado desenmascarada. Y el diablo, eterno derrotado, pretenderá gozar de una felicidad también utópica, como su plano de destronar a Dios.


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