Esa forma sutil de apostasía –eso de pasar al
lado de la fe y de la razón, ¡olímpicamente!- se va generalizando en Europa,
desde donde nos vino otrora el mismo tesoro de la fe. Y no ha tardado en llegar
de este lado del océano, especialmente por medio de teólogos y pastores venidos
de viejo mundo (aquí conocimos a varios españoles/as, italianos, la suiza
Blaser o el francés Pierre, etc.). Las aplicaciones de estas teorías en nuestro
continente son de llorar…
En un blog emblemático del progresismo
eclesial (léase de la contestación eclesial) llamado “Redes Cristianas”, un
sacerdote apóstata español, teólogo y escritor –tiene más de 60 libros
publicados: el “teólogo” tiene tiempo para escribir y para embolsar, pero no
para la celebración de los sacramentos- llamado Juan José Tamayo, nos propone esta
literatura y este programa:
“Hoy
son más necesarias que nunca las utopías, porque, en tiempos de crisis tan
aguda y que afecta a los sectores más vulnerables de la sociedad como la que
estamos viviendo, tiende a apoderarse de la gente el pesimismo, la
desesperanza, la depresión, la apatía, la indiferencia, la pasividad, el
desencanto, porque nos roban la esperanza y nos prohíben soñar.
Es
precisamente en tiempos de crisis cuando los sectores marginados toman
conciencia de la negatividad de la historia, expresan su insatisfacción con la
realidad, muestran su descontento e indignación, su protesta y su hartazgo. Es
en esos momentos especialmente críticos cuando radicalizan su sentido crítico y
formulan utopías movilizadoras de las energías emancipatorias de la Humanidad.
Es
en los márgenes de la sociedad donde se han fraguado siempre –y siguen
fraguándose- las alternativas, las grandes trasformaciones. Es en tiempos de crisis
y desde los márgenes cuando resulta más necesario que nunca sacar a la luz los
tesoros ocultos que anidan en lo profundo de la realidad y activar las
potencialidades ínsitas en los seres humanos.
El
Curso “Utopías para tiempos de crisis”, que venimos celebrando desde octubre de
2012, tiene como objetivo invitar, incitar, motivar a cultivar la utopía, si
bien críticamente, a seguir escribiendo nuevos relatos utópicos y a pensar la
realidad más allá de los límites de lo posible, como sugiere Walt Whitman:
“Antes del alba, subí a las colinas, miré los cielos apretados de luminarias y
le dije a mi espíritu: cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la
sabiduría de todas las cosas que contienen, ¿estaremos tranquilos y
satisfechos? Y mi espíritu dijo: No, ganaremos esas alturas para seguir
adelante”.
La
participación cada vez más numerosa en el Curso es un aliciente para seguir por
el camino de la esperanza en dirección a la Utopía.
Libro-guía: Juan José Tamayo, Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis, Trotta, Madrid, 2012.”
Libro-guía: Juan José Tamayo, Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis, Trotta, Madrid, 2012.”
¿Qué tal? Es una invitación a indignarse y a
revelarse no se sabe bien contra qué ni contra quién, aunque en realidad es contra
todo: contra Dios creador y contra su obra maravillosa; y una propuesta a
lanzarse en el vacío, en lo desconocido; en un sueño irresponsable no muy
diferente del budismo o del nihilismo.
Los horizontes de la fe, la vitalidad de la
Palabra de Dios, la riqueza del cuerpo doctrinal del magisterio, la fascinación
con la persona de Jesús, de María o de los santos, la fuerza de la mística o el
ascetismo cristiano, nada de eso es referencia.
En Sucumbíos se nos ha martillado sin piedad
con la idea de un reino utópico. ¿Ya estamos en ese reino o hay que seguir
esperando? ¿O se trata de desertar también de la esperanza, como se desertó de
la fe y del amor? Y cuando llegue ese “reino” anhelado e incógnito,
pluri-multi-todo, ¿qué va a ser de nuestras vidas?, ¿ya no habrá más ideal o
meta para ellas?
Desfigurada la fe, apagada la figura divina
de Jesús, suprimidos los sacramentos salvíficos, y desprestigiada totalmente la
esperanza del cielo, no queda más que la desesperación. Habrá llegado la hora
de caer en la tentación del suicidio. Y mejor si ese suicidio es comunitario,
como fue en la Guyana, en aquel suicidio colectivo de la secta de Jim Jones.
Cuando eso suceda, la nefanda “utopía” habrá quedado desenmascarada. Y el
diablo, eterno derrotado, pretenderá gozar de una felicidad también utópica,
como su plano de destronar a Dios.
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