sábado, 4 de mayo de 2013
Somos la mente de Cristo, somos la
vida de Cristo, somos Cristo… Jesús hace su casa en nuestras vidas. Ésta era la
convicción en los orígenes cristianos. Desde su experiencia sabemos que si
queremos encontrar a Dios, tenemos que mirar a Jesús, que es su
reflejo, escuchar su Palabra y ser su memoria en el mundo. Sin
embargo, no es una tarea fácil porque tanto entonces como ahora mirar y
escuchar dependen de quién y cómo se mira y se escucha.
Han pasado siglos de historia
cristiana y muchas veces pareciera que no queda rastro de ese Jesús, a pesar de
la cantidad de manifestaciones artísticas y los templos e iglesias esparcidos
por todo el mundo. Pero el testimonio de tantos cristianos y cristianas que
“lavaron sus mantos en la sangre del Cordero” y el Espíritu de Dios siguen
haciendo valer su Palabra:
El que me ama
guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en
él. El que no me ama, no guardará mis palabras. El Espíritu Santo será quien
les enseñe todo y les vaya recordando todo lo que yo les he dicho. Que no
tiemble su corazón ni se acobarde. La paz les dejo. No se la doy como la da el
mundo.
Haremos morada en
él… ¿En qué consistirá ese “haremos
morada”? ¿Servirá esta promesa para los tiempos de crisis humanitaria y
ecológica mundial? ¿Dirá algo a las múltiples situaciones cotidianas
de mal con las que nos enfrentamos?
A lo largo del tiempo muchas personas
han quedado sorprendidas y asombradas ante estas palabras de Jesús y han sido
orientación y consuelo para sus vidas. Para Agustín de Hipona fue una
revelación el tomar conciencia de que sus búsquedas terminaban y comenzaban en
Dios y que éste no se encontraba en las alturas, sino que hacía su casa en lo
profundo de la propia vida.
Si escuchamos la Palabra con
atención, para que Dios Padre-Madre y Jesús decidan hacer su morada en la
comunidad es necesario guardarla. El evangelista Juan
insiste en la necesidad de guardar la Palabra como signo y señal de seguimiento
de Jesús. Y parece que precisamente aquí es donde están los
problemas. Tantas veces nos parecemos a esa semilla que cae en terreno
pedregoso y no fructifica… Tantas veces la Palabra es entendida bajo el prisma
de los propios intereses, y viene envuelta en cinismo y amargura… Tantas veces
nuestra mirada sobre la Palabra es estrecha, superficial, moralista, dogmática
e inadecuada… que así es muy difícil que Dios y Jesús hagan de nuestras
comunidades, personas, instituciones y relaciones “su morada”. ¿Cómo estamos
guardando la Palabra? ¿Cómo la interpretamos y la digerimos? Porque de eso
dependerá también su efectividad.
Por esto, necesitamos otras lentes
para mirar mejor. Mirar a la gente que sabe guardar la Palabra: la mujer
anciana que lleva años asistiendo a la comunidad, deseando encontrar en el
compartir común fortaleza para su vida y esperanza… el joven que no acaba de
aclararse sobre lo que quiere pero que continúa colaborando en la catequesis,
la mujer que lleva afrontando el maltrato de unos hijos desagradecidos con su
firmeza y fidelidad, la familia que se enfrenta continuamente a la pobreza y a
la exclusión social. En ellos y ellas Jesús y el Padre Dios ya han hecho su
morada, no porque cumplan con unos mandamientos, ni recen unas oraciones, sino
porque afrontan la dureza de la vida buscando a Dios y Dios les concede su paz.
Miremos a Jesús que es morada de los sufridos, desesperadas, maltratados,
empobrecidas, hambrientos y sedientas, enfermos y ancianas para aprender de
ellos y ellas el camino que nos llevará a toda la humanidad a ser
morada de Dios y que Dios sea la casa del mundo. Jesús nos dijo que prepararía
el sitio. ¿Será que en todo lo que acontece está trabajando su Espíritu para
que no se malogre su promesa?
Que no tiemble su
corazón ni se acobarde. Mi paz no es como la que da el mundo. La paz nos da Jesús procede de la superación del miedo. Las comunidades
cristianas de los orígenes tuvieron que fundamentar su fe y su esperanza en
medio de múltiples persecuciones. Llegan a descubrir que no es posible la paz
si se dejan acobardar y no superan los miedos que les paralizan.
En Sucumbíos estamos viviendo
situaciones donde a veces es difícil encontrar paz. A menudo estamos abatidos
por un clima de persecución sorda, calumnias y amenazas sobre nuestra Iglesia,
problemas cotidianos, situaciones de inseguridad, crisis
económica… Escuchar de Jesús: “que no se acobarde su corazón” nos
llena de esperanza y nos fortalece. Nos hace también reflexionar y descubrir
que la paz no es una consecución humana ni es resultado de un esfuerzo
voluntarioso, ni fruto siquiera de habilidades sociales. La paz de Jesús llega
en la medida que superamos aquello que nos paraliza y no nos deja crecer.
Crecer y no dejarnos paralizar es nuestra tarea.
Y se superan los
miedos cada vez que nos atrevemos a seguir posibilitando espacios de encuentro
entre personas y comunidades, cada vez que alentamos nuestra vocación
misionera, cada vez que cuidamos la formación conjunta, cada vez que decidimos
no enmascarar la verdad, cada vez que ofrecemos nuestra palabra comprometida
aun a riesgo de tener críticas, cada vez que buscamos el Reino de Dios y su
justicia sin añadiduras. Esa paz es la que queremos, pedimos y
deseamos. Danos Jesús, tu paz, aquella que procede de la fuente de la verdad,
la misericordia, la fidelidad y la justicia.
BREVE COMENTARIO
Ya
en el título comienzan los errores: “Jesús, nuestra morada”. Jesús no es
nuestra morada. Somos nosotros los que somos morada de Jesús (Jn 14,23). No hay
más que tomar la Biblia y verificar. Isamis deforma la Palabra.
Además,
somos morada si guardamos su Palabra, no es automático. Por lo tanto la
interpretación “isamita” diciendo que no hace falta cumplir los mandamientos ni
rezar, es una aberración. Jesús hace su morada “no porque cumplan con unos
mandamientos, ni recen unas oraciones” escriben. ¿Cómo se puede afirmar una
cosa de esas?
Otra
de ellos: “para que Dios Padre-Madre y Jesús decidan hacer su morada en la
comunidad es necesario guardarla”.
Eso de “Dios Padre-Madre
y Jesús” será su Dios. Es otra trinidad. No es el Dios de nuestra fe, como lo
confesamos en el Credo. Sabemos que Dios no es un hombre ni un padre en sentido
fisiológico; sabemos también que tiene la ternura de una madre. De acuerdo.
Pero forjar otra imagen y rebautizar a Dios desde la selva amazónica, no es
catolicidad.
Jesús no promete hacer
morada en “la comunidad” sino en la persona. “Si alguno me ama, etc.” dice y no
“si la comunidad me ama”. ¡Tienen otra biblia como referencia! Hacen como Lutero y sus seguidores:
interpretan como el “espíritu” les sopla…
Las meditaciones de
ISAMIS son, siempre, para concluir que ellos tienen razón y que son víctimas. “En
Sucumbíos estamos viviendo situaciones donde a veces es difícil encontrar paz.
A menudo estamos abatidos por un clima de persecución sorda, calumnias y
amenazas sobre nuestra Iglesia, problemas cotidianos, situaciones de
inseguridad, crisis económica…” Y más adelante: “La paz de Jesús llega en
la medida que superamos aquello que nos paraliza y no nos deja crecer. Crecer y
no dejarnos paralizar es nuestra tarea”. O sea: pertinacia y jactancia
desafiante.
“Esa paz es la que queremos, pedimos y
deseamos”.
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