“A pesar de todos estos cambios positivos y esperanzadores que hacen presagiar una nueva primavera eclesial, resuenan todavía en nuestros oídos las palabras proféticas del viejo obispo poeta Pere Casaldàliga:
Deja la curia, Pedro,
desmantela el sinedrio y la muralla,
ordena que se cambien todas las filacterias
por palabras de vida, temblorosas.
Todavía seguimos soñando con una Iglesia alejada del Estado Vaticano, de su bandera, su himno, su banca y su Guardia suiza, de sus nuncios diplomáticos… Soñamos con una Iglesia que vuelva a Galilea donde se manifiesta Jesús de Nazaret, el carpintero muerto y resucitado, y donde Pedro no lleva zapatos rojos, ni de color café o de color negro, sino simples sandalias de pescador. Ciertamente no podemos ser ingenuos, pero como recordaba Pedro el día de Pentecostés, el Espíritu es quien hace que los jóvenes tengan visiones y que los ancianos tengamos sueños (Hechos 2, 14-21, citando a Joel 3,1). ¿Podemos extinguir el Espíritu?”
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