Uno de los más emblemáticos teólogos de la
liberación, el “ex” Leonardo Boff, enumera lo que son, según él, los signos del
Espíritu en nuestro tiempo. Leer para creer: la
planetización, foros mundiales, primavera árabe, los indignados, el feminismo…
Ni una palabra sobre el pontificado del Papa Francisco. ¿Sintomático, no?
Y los de Isamis nos quieren hacer creer que los
Boff y los Pagola son católicos…
Con en riesgo de contaminación, pueden darse a la
lectura de esta pieza “teológica”.
Leonardo Boff |
Desde hace bastante tiempo se ha venido desarrollando toda una teología
de los “signos de los tiempos”, como una forma de percepción de un plan divino
para la historia humana. Este procedimiento es arriesgado porque para conocer
los signos hay que conocer primero los tiempos. Y hoy en día estos son
complejos cuando no contradictorios. Lo que es signo del Espíritu para algunos,
puede ser un anti-signo para otros.
Pero hay algunos hechos que se imponen a la consideración de todos
porque son evidentes en sí mismos. Vamos a referiremos a algunos de ellos por
la densidad de significado que contienen.
El primero es, sin
duda, el proceso de planetización. Este, más que un hecho económico y político
innegable, representa un fenómeno histórico-antropológico: la humanidad se
descubre como especie que habita en la misma y única casa, el planeta Tierra,
con un destino común. Él anticipa lo que ya decía Pierre Teilhard de Chardin en
1933 desde su exilio eclesiástico en China: estamos en la antesala de una nueva
fase de la humanidad: la fase de la noosfera, es decir, la convergencia de
mentes y corazones constituyendo una única historia junto con la historia de la
Tierra. Espíritu, que es siempre de unidad, de reconciliación y de convergencia
en la diversidad.
Otra señal relevante
está constituida por los Foros Sociales Mundiales que empezaron realizarse a
partir del año 2000 en Porto Alegre (RS). Por primera vez en la historia
moderna, los pobres del mundo, como contrapartida a las reuniones de los ricos
en la ciudad suiza de Davos, lograron acumular tanta fuerza y capacidad de
articulación que acabaron reuniéndose, miles y miles, para presentar sus
experiencias de resistencia y de liberación, y alimentar un sueño colectivo de
que otro mundo es posible y necesario. Ahí se notaron los brotes de un nuevo
paradigma de la humanidad, capaz de organizar de manera diferente la
producción, el consumo, la conservación de la naturaleza y la inclusión de
todos en un proyecto colectivo que garantice un futuro de vida.
La Primavera árabe
surge también como un signo del Espíritu en el mundo. Incendió todo el norte de
África y se llevó a cabo bajo el signo de búsqueda de la libertad, de respeto
de los derechos humanos y de integración de las mujeres, consideradas como
iguales, en los procesos sociales. Las dictaduras fueron derribadas, se están
probando las democracias, el factor religioso es cada vez más valorado en el
montaje de la sociedad, pero dejando de lado aspectos fundamentalistas. Estos
hechos históricos deben interpretarse, más allá de su lectura secular y
sociopolítica, como manifestación del Espíritu de libertad y de creatividad.
¿Quién podría negar
que, en una lectura bíblico-teológica, la crisis de 2008 que afectó
principalmente al centro del poder económico y financiero del mundo, allí donde
están los grandes consorcios económicos que viven de la especulación a costa de
la desestabilización de otros países y la desesperación de sus poblaciones, no
es también un signo del Espíritu Santo? Esta es una señal de advertencia de que
la perversidad tiene límites y que sobre ellos puede venir un juicio severo de
Dios: su colapso total.
En contrapartida al
signo negativo anterior está el signo positivo de los movimientos de víctimas
que se organizaron en Europa, como el de los «Indignados» en España e
Inglaterra y los «Ocupas de Wall Street» en Estados Unidos. Ambos revelan una fuerza
de protesta y de búsqueda de nuevas formas de democracia y de organización de
la producción, cuya fuente última, en la lectura de la fe, es el Espíritu.
Otro signo del
Espíritu ha tomado forma en la conciencia ecológica de un número cada vez mayor
de personas en todo el mundo. Los hechos no pueden ser negados: hemos tocado
los límites de la Tierra, los ecosistemas se están agotando cada vez más, la
energía fósil, motor secreto de todo nuestro proceso industrial, tiene sus días
contados, y el calentamiento global, que no para de aumentar, en algunas
décadas podría poner en peligro toda la biodiversidad.
Somos los principales
responsables de este caos ecológico. Es urgente otro paradigma de civilización
que esté en línea con las visiones ya probadas en la humanidad como son el
«buen vivir» y «el buen convivir» (sumak kawsay) de los pueblos andinos, el
«Índice de felicidad bruta» de Bután, el ecosocialismo, la economía biocentrada
y solidaria, una economía verde bien entendida o proyectos cuya centralidad se
pone en la vida, la humanidad y la Tierra viva.
Por último, un gran
signo del Espíritu en el mundo es el surgimiento del movimiento feminista y del
ecofeminismo. Las mujeres no sólo han denunciado la secular dominación de los
hombres sobre las mujeres (cuestión de género), sino especialmente toda la
cultura patriarcal. La irrupción de las mujeres en todos los ámbitos de la
actividad humana, en el mundo del trabajo, en los centros de saber, en el campo
de la política y de las artes, pero especialmente su vigorosa reflexión desde
la condición femenina sobre toda la realidad, deben ser vistos como una
manifestación de gran alcance del Espíritu en la historia.
La vida en el planeta
está amenazada. La mujer es connatural a la vida, pues la genera y la cuida durante
todo el tiempo. El siglo XXI, creo yo, será el siglo de las mujeres, quienes,
junto con los hombres, van a asumir cada vez más responsabilidades colectivas.
Gracias a ellas, los valores que más las distinguen como el cuidado, la
cooperación, la solidaridad, la compasión y el amor incondicional serán la base
de la nueva civilización planetaria.
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