Infocatolica/
Luis Fernando Pérez Bustamante/ 16/06/13
Es habitual que
aquellos que tienen un problema existencial
consistente en que no aceptan el magisterio de la Iglesia, me acusan de
querer echarles de ella. A decir verdad me importa relativamente poco que se me
acuse de inquisitorial, fundamentalista, ultraconservador -los lefebvrianos me
llaman liberal-, talibán, etc. Ya lo dijo, entre otros, San Pío Pietralcina: “El
mundo os llamará fanáticos, locos y creaturas miserables; amenazarán haceros
vacilar en vuestra constancia con su elocuencia engañosa“.
En realidad, todo
gira alrededor de una pregunta bien sencilla: ¿en qué consiste ser católico? Mi respuesta es simple: en creer todo lo
que la Iglesia enseña. Y rápidamente me repreguntarán: ¿solo en eso? ¿de
verdad crees que ser católico consiste solo en adherirse a un corpus doctrinal?
A lo que respondo: Obviamente NO. Ser cristiano y católico es un
encuentro con Dios que va más allá de repetir el credo o de saberse “de pé a
pá” el Catecismo. Pero no se puede
ser católico si uno vive en constante rebeldía contra la autoridad doctrinal de
la Iglesia.
Ahora soy yo el
que pregunta: ¿en qué sentido puede considerarse (concretamente católico romano)
quien no cree lo que la Iglesia Católica enseña? ¿Hay alguien que me pueda defender la idea de que uno puede ser católico
y no profesar la fe católica?
Pero
aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del
que os hemos anunciado, sea anatema. Os lo hemos dicho antes, y ahora de nuevo
os lo digo: Si alguno os predica otro evangelio distinto del que habéis
recibido, sea anatema.
Gal 1,8-9
Gal 1,8-9
Y San Agustín
dijo:
“No creería en el Evangelio, si a ello no me
moviera la autoridad de la Iglesia católica”
C. ep. Man. 5,6; cf. C. Faustum 28,2
C. ep. Man. 5,6; cf. C. Faustum 28,2
A San Pablo digo
amén. Y a San Agustín digo amén. Y no
veo manera de ser católico sin decir amén al uno y al otro. No porque
quiera echar a nadie de la Iglesia, sino porque entiendo que es de sentido
común que así sea.
Parafraseando al
apóstol San Pablo en 1ª Cor 13,11-12, cuando yo era protestante -vale igual ateo, agnóstico, etc- hablaba como
protestante, pensaba como protestante, razonaba como protestante.
Cuando, por gracia de Dios, volví a ser católico, dejé como inútiles las cosas
de mi condición protestante. Bueno, no todas, pero se me entiende. Mantuve
aquellas que son patrimonio común de católicos y protestantes.
¿Quiere eso decir
que considero como no católico a
cualquiera que se separa un milímetro del magisterio de la Iglesia? Pues
tampoco. No es igual no creer lo mismo que la Iglesia sobre la Trinidad
que rechazar la doctrina católica sobre un sacramental en concreto.
Evidentemente hay grados en el corpus doctrinal católico. Y para entender la
importancia de dichos grados, y las consecuencias canónicas consiguientes,
recomiendo la lectura de la Carta Apostólica dada en forma de ‘Motu
Proprio’ “Ad tuendam fidem” del beato
Juan Pablo II, Papa.
Aun
así, advierto que si empiezas por
oponerte a la enseñanza de la Iglesia en un tema “menor", dejas que en tu
alma entre el virus de la heterodoxia. El cual, de no ser curado, acaba
por contaminarte entero y te convierte en un hereje de los pies a la cabeza.
Acabo este
artículo señalando que existe una diferencia esencial entre quienes se apartan
del magisterio de la Iglesia de forma personal y los que, además, “ayudan” a
otros a alejarse de la fe católica. No es igual que un fiel deje de
serlo por iniciativa propia que un fiel se convierta en instrumento de
propagación del error que profesa. Y
cuando dicho fiel es teólogo, sacerdote, religioso o incluso obispo -casos han
habido-, la cosa se pone realmente fea. Yo no soy ni apóstol ni sucesor de
los apóstoles. Por tanto, no puedo hacer lo que San Pablo con los heterodoxos
de su tiempo:
“Este
es el requerimiento que yo te confío, hijo mío Timoteo, conforme a las
profecías de ti hechas anteriomente, a fin de que, puestos en ellas los ojos,
sostengas el buen combate con fe y buena conciencia. Algunos que la perdieron
naufragaron en la fe; entre ellos, Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a
Satanás para que aprendan a no blasfemar".
1ª Tim 1,18-20
1ª Tim 1,18-20
Pero lo que sí
puedo hacer, si Dios me lo concede, es “combatir por la fe, que, una vez
para siempre, ha sido dada a los santos” (Jud 3). Y si no me lo ha concedido, si me
estoy sobrepasando, si voy más allá de aquello a lo que creo que he sido
llamado desde mi condición de seglar o si, que también puede ser, ya he hecho
todo lo que tenía que hacer, pido
al Señor que haga lo que sea menester para retirarme de la circulación.
Porque nada más lejos de mi voluntad que el ser piedra de tropiezo para
otros. Mientras tal cosa no
ocurra, ¡ay de mí! (1ª Cor 9,16) si no sirviera al Señor haciendo
lo que la Escritura recomienda:
…
si alguno de vosotros se extravía de la verdad y otro logra reducirle, sepa que
quien convierte a un pecador de su errado camino salvará su alma de la muerte y
cubrirá la muchedumbre de sus pecados.
Stg 5,19-20
Stg 5,19-20
Es lo menos que
puedo hacer en gratitud a Dios por
traerme de vuelta a la Iglesia y por gratitud a aquellos hermanos
que, como Fray Nelson Medina, OP, fueron
instrumentos del Señor para que yo volviera a profesar la fe católica. Beato Henry Newman, ora pro nobis.
Estas son convicciones y
confidencias de un converso. Bien expresadas, sinceras, lógicas, hasta
agradables de leer. En todo caso, irrefutables.
Por nuestra parte, nosotros
podemos concluir que en Sucumbíos hemos tenido “herejes de pies a cabeza”
y que la cosa “se nos ha puesto realmente fea”…
¡Virgencita del Cisne, ora por nosotros… y por los otros!
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