(Un texto erudito glosado por un corazón amante)
Leonardo Boff |
Escribíamos anteriormente en estas páginas que la crisis de la Iglesia-institución-jerarquía radica en la absoluta concentración de poder en la persona del papa, poder ejercido de forma absolutista, distanciado de cualquier participación de los cristianos y creando obstáculos prácticamente insuperables para el diálogo ecuménico con las otras Iglesias.
· El padre Leonardo Boff rehace la historia de la Iglesia a su antojo y “pontifica” sobre ello como ningún Pontífice romano lo ha hecho. No hay una “absoluta concentración de poder en la persona del Papa”. El poder está orgánicamente distribuido en las diversas instancias jerárquicas que van desde el Siervo de los siervos de Dios hasta el más humilde cura de aldea. Nunca un gobierno fue más acogedor y próximo del pueblo fiel como el de la Iglesia. Pero, claro, para comprender y vivenciar estas cosas, hay que estar en comunión con la Iglesia y con su Divino Fundador, Jesucristo.
No fue así al principio. La Iglesia era una comunidad fraternal. No existía todavía la figura del papa. Quien dirigía la Iglesia era el emperador pues él era el Sumo Pontífice (Pontifex Maximus) y no el obispo de Roma ni el de Constantinopla, las dos capitales del Imperio. Así el emperador Constantino convocó el primer concilio ecuménico de Nicea (325) para decidir la cuestión de la divinidad de Cristo. Todavía en el siglo VI el emperador Justiniano, que rehízo la unión de las dos partes del Imperio, la de Occidente y la de Oriente, reclamó para sí el primado de derecho y no el de obispo de Roma. Sin embargo, por el hecho de estar en Roma las sepulturas de Pedro y de Pablo, la Iglesia romana gozaba de especial prestigio, así como su obispo, que ante los otros tenía la “presidencia en el amor” y “ejercía el servicio de Pedro”, el de “confirmar en la fe”, no la supremacía de Pedro en el mando.
· Es un disparate contrario a la realidad histórica afirmar que al principio no existía la figura del papa y que el emperador fuese el Sumo Pontífice. La figura del papa existió ya en vida de Jesús y los emperadores, que más que pontífices supremos se creían dioses, realizaron su lamentable papel de espaldas o contra la Iglesia, hasta que el imperio se rindió y se hizo oficialmente católico. Un alumno de curso secundario sabe de eso, pero un “teólogo” de la liberación finge ignorarlo y lo contesta…
Todo cambió con el papa León I (440-461), gran jurista y hombre de Estado. Él copió la forma romana de poder que es el absolutismo y el autoritarismo del emperador. Comenzó a interpretar en términos estrictamente jurídicos los tres textos del Nuevo Testamento referentes a Pedro: Pedro como piedra sobre la cual se construiría la Iglesia (Mt 16,18), Pedro, el confirmador en la fe (Lc 22,32) y Pedro como Pastor que debe cuidar de sus ovejas (Jn 21,15). El sentido bíblico y jesuánico va en una línea totalmente contraria: la del amor, el servicio y la renuncia a cualquier honor. Pero predominó la lectura del derecho romano absolutista. Consecuentemente León I asumió el título de Sumo Pontífice y de Papa en sentido propio. Después, los demás papas empezaron a usar las insignias y la indumentaria imperial, la púrpura, la mitra, el trono dorado, el báculo, las estolas, el palio, la muceta, se establecieron los palacios con su corte y se introdujeron hábitos palaciegos que perduran hasta los días actuales en los cardenales y en los obispos, cosa que escandaliza a no pocos cristianos que leen en los evangelios que Jesús era un obrero pobre y sin galas. Entonces empezó a quedar claro que los jerarcas están más próximos al palacio de Herodes que a la gruta de Belén.
· Como construcción literaria este párrafo podrá tener su valor. Pero como análisis histórico y sociológico es de una pobreza espantosa. Pues es una infantilidad oponer tronos, báculos y mitras (en su ignorancia, el “teólogo” se olvidó de citar la tiara en lugar de la mitra, que era la corona propia de los Papas) a Jesús “que era un obrero pobre y sin galas”. Jesús no sería más que eso… ¡Qué teología! Los contextos cambian constantemente. No pretenderá que el Papa renuncie al avión y ande en burro. O que Jesús, si viviese en nuestros días, no se sirviese de un teléfono o de un computador en ciertas ocasiones. Lo peor es que estas cosas las puede llegar a pretender para un papa… pero nunca para sí, aunque sea un fraile franciscano y no viva la pobreza propia del carisma de su orden.
Pero hay un fenómeno de difícil comprensión para nosotros: en el afán por legitimar esta transformación y garantizar el poder absoluto del papa, se forjaron una serie de documentos falsos. Primero, una pretendida carta del papa Clemente (+96), sucesor de Pedro en Roma, dirigida a Santiago, hermano del Señor, el gran pastor de Jerusalén, en la cual decía que Pedro antes de morir había determinado que él, Clemente, sería el único y legítimo sucesor. Y evidentemente los demás que vendrían después. Falsificación todavía mayor fue la famosa Donación de Constantino, un documento forjado en la época de León I según el cual Constantino habría hecho al papa de Roma la donación de todo el Imperio Romano. Más tarde, en las disputas con los reyes francos, se creó otra gran falsificación, las Pseudodecretales de Isidoro que reunían falsos documentos y cartas como si proviniesen de los primeros siglos, que reforzaban el primado jurídico del papa de Roma. Y todo culminó con el Código de Graciano en el siglo XIII, tenido como base del derecho canónico, pero que se basaba en falsificaciones y normas que reforzaban el poder central de Roma además de en otros cánones verdaderos que circulaban por las iglesias. Lógicamente, todo esto fue desenmascarado más tarde pero sin producir modificación alguna en el absolutismo de los papas. Pero es lamentable y un cristiano adulto debe conocer los ardides usados y concebidos para gestar un poder que está a contracorriente de los ideales de Jesús y que oscurece el fascinante mensaje cristiano, portador de un nuevo tipo de ejercicio del poder, servicial y participativo.
· Las falsificaciones a que hace referencia el “teólogo” Boff, son las de un crítico “adulto” que hace una relectura parcializada de la historia (como la hace también del Concilio Vaticano II). Destila desprecio y odio, menos por los tronos y los báculos, que por la venerable persona del Papa. De los papas de ayer y de hoy. El “teólogo” Leonardo Bofff contesta sin matices las manifestaciones de poder y de estabilidad del Romano Pontífice. Él querría ver al Obispo de Roma a la cabeza de una iglesia sin proyección, sin fuerza, sin medios para evangelizar. Como una secta más, y no como una institución grandiosa que pueda hacer contrapeso al poder del mundo y a la rebeldía de los “luteros” de ayer y de hoy.
Posteriormente se produjo un crescendo del poder de los papas: Gregorio VII (+1085) en su Dictatus Papae (la dictadura del papa) se autoproclamó señor absoluto de la Iglesia y del mundo; Inocencio III (+1216) se anunció como vicario-representante de Cristo y por fin, Inocencio IV (+1254) se alzó como representante de Dios. Como tal, bajo Pío IX en 1870, el papa fue proclamado infalible en el campo de doctrina y moral. Curiosamente, todos estos excesos nunca han sido denunciados ni corregidos por la Iglesia jerárquica porque la benefician. Siguen sirviendo de escándalo para los que todavía creen en el Nazareno pobre, humilde artesano y campesino mediterráneo, perseguido, ejecutado en la cruz y resucitado para levantarse contra toda búsqueda de poder y más poder aun dentro de la Iglesia. Ese modo de entender comete un olvido imperdonable: los verdaderos vicarios-representantes de Cristo, según el evangelio de Jesús (Mt 25,45) son los pobres, los sedientos y los hambrientos. Y la jerarquía existe para servirlos, no para sustituirlos.
· Efectivamente, la jerarquía existe para servir a los pobres. La afirmación de esta verdad evidente y esencial, no es inocente en la pluma del “teólogo” Boff. Sirve para disfrazar y atenuar en sus eventuales lectores, el espanto al constatar el tamaño de su rebelión contra la revelación, la Iglesia y sus dogmas. Al leer un artículo así (como también al conocer la cantidad de otros artículos y libros de su cosecha que son demasiados) nos viene a la mente la frase del Quijote de Cervantes: “Ladran Sancho, señal que cabalgamos”.
Para terminar, una anécdota llena de sabor. Se cuenta que hace unos cien años atrás, se encontraron en los jardines del Vaticano el Papa San Pio X y el Superior general de la orden franciscana. Éste iba montado en un burro y aquel en una carroza. El Papa mandó parar su coche y le dijo en tono de broma al religioso: “Padre, San Francisco no cabalgaba, iba a pie”. A lo que el fraile le retrucó apeándose reverente: “Y san Pedro tampoco andaba en carroza”.
Así es el diálogo respetuoso y gracioso entre dos hombres de Dios. No hay lugar para la diatriba, ni para el desprecio. ¡Que así sea!
· Efectivamente, la jerarquía existe para servir a los pobres. La afirmación de esta verdad evidente y esencial, no es inocente en la pluma del “teólogo” Boff. Sirve para disfrazar y atenuar en sus eventuales lectores, el espanto al constatar el tamaño de su rebelión contra la revelación, la Iglesia y sus dogmas. Al leer un artículo así (como también al conocer la cantidad de otros artículos y libros de su cosecha que son demasiados) nos viene a la mente la frase del Quijote de Cervantes: “Ladran Sancho, señal que cabalgamos”.
Para terminar, una anécdota llena de sabor. Se cuenta que hace unos cien años atrás, se encontraron en los jardines del Vaticano el Papa San Pio X y el Superior general de la orden franciscana. Éste iba montado en un burro y aquel en una carroza. El Papa mandó parar su coche y le dijo en tono de broma al religioso: “Padre, San Francisco no cabalgaba, iba a pie”. A lo que el fraile le retrucó apeándose reverente: “Y san Pedro tampoco andaba en carroza”.
Así es el diálogo respetuoso y gracioso entre dos hombres de Dios. No hay lugar para la diatriba, ni para el desprecio. ¡Que así sea!
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