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domingo, 28 de abril de 2013

Ser o no ser católico vale, en igualdad de condiciones, para un simple fiel o para un jefe de estado.

Lo que no sucede en Chile, Colombia, Paraguay, México o Costa Rica, pasa en países como Bolivia, Venezuela, Argentina, Cuba, Nicaragua o Ecuador…

En el primer grupo de países reina la concordia entre la Iglesia y los gobiernos. Esos pueblos son mayoritariamente católicos y sus autoridades civiles reconocen esa realidad y la respetan, al menos en líneas generales.

Los pueblos del segundo grupo de países también son mayoritariamente católicos, pero sus gobernantes parece que no tienen en cuenta ese dato y atentan contra su identidad:

En Bolivia, el presidente Evo Morales acusa sin pelos en la lengua a los Obispos de ser ladrones. Esa es su última excentricidad. Ya había dicho que la Iglesia Católica debería desaparecer en Bolivia por ser símbolo vivo del colonialismo.

En Venezuela, Maduro critica al Cardenal de Caracas, mientras la Iglesia pide el cese de la persecución política a los funcionarios católicos y que no se compare a Chávez con Cristo ni al gobierno con el reino de Dios!

En Argentina, a pesar del show-encuentro de la presidenta con el Papa, el gobierno mantiene las leyes que con vehemencia criticó Bergoglio en su momento y ahora reforma y politiza el Poder Judicial, a pesar de la oposición formal de la Iglesia.

En la Cuba “democrática” se violan sistemáticamente los derechos humanos, especialmente de los militantes católicos, y hay un silencio pesado sobre lo que hace y dice el papa Francisco.

En Nicaragua, pese a que Daniel Ortega invitó farisaicamente al papa a visitar su país, el gobierno persigue a la Iglesia y hasta hay sospechas de que asesina a sacerdotes católicos; además, la primera dama promueve la brujería y el espiritismo. Pero va a Misa con su marido (¿están casados?) y comulga.

En nuestro país, es sabido que el gobierno se entromete en los asuntos de la Iglesia y coarta su libertad. El presidente Correa fue recibido recientemente por el Papa Francisco y tuvo para con él gestos y un lenguaje vulgar e insolente. Lamentablemente, el encuentro con el Papa, en lugar de propiciar su conversión y un cambio de vida, le levantó los humos.

Vamos a ver: en rigor, se puede ser ateo, comunista o profesar cualquier credo. Lo que no se puede ni se debe hacer, es decirse católico y actuar en contra de los intereses de la religión. Y más, teniendo la enorme responsabilidad de regir los destinos de un país donde la fe católica es mayoría.

Entre ciertos presidentes, la vida espiritual anda fallando, lo mismo que los valores democráticos. Y eso que se dicen bolivarianos y populistas…

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