Publicado en LA GACETA
El agonizar de la vida religiosa, masculina y femenina, es seguramente la gran asignatura pendiente de la Iglesia. Y no se ven señales de que vaya a aprobarla en los próximos años. Con el agravante de que si algún día se pusiera a ello es posible que dicha asignatura ya no esté en el plan de estudios por haber desaparecido los religiosos. Que a ese fin se encaminan sin que nadie tome medidas para curar a un enfermo a punto de ingresar en su fase terminal. El diagnóstico de cualquier médico, por poco ojo clínico que tenga, no puede ser optimista ante unos síntomas evidentes. Cada vez son menos y más ancianos. La hemorragia posconciliar ha sido tan tremenda que no pocos de los institutos religiosos a más de la mitad o casi de los efectivos que tenían cuando se celebró el Concilio. Las escasísimas vocaciones que tienen, y algunos ni las tienen, son absolutamente insuficientes para cubrir las muertes y los abandonos del año. Y llevan así más de cuatro decenios. La media de edad de no pocas casas religiosas está en los 70 años o los supera. Y son unos geriátricos, cada vez con más inquilinos, o unos pisos de solterones o solteronas, la expresión es del Papa Francisco, secularizados a tope, que no atraen a ningún joven que sienta la llamada de Cristo. Y esto no es ninguna opinión sino simple constatación de la realidad. Además, entre ellos, se dan los mayores contestatarios de la Iglesia. Cierto que no son la mayoría pero sí un número muy importante.