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sábado, 2 de marzo de 2013

DOS CAMPANAS

VER, JUZGAR Y ACTUAR

Una campana es la de los carmelitas del Ecuador que, en este período de Sede Vacante, no encontraron nada mejor que difundir en uno de sus blogs -como lo hizo el blog Cristianos Gays- la opinión de Hans Kung, un “teólogo” de perfil isamita y ex sacerdote suspendido por sus errores doctrinales.

En su artículo, Hans Kung afirma (entre otras barbaridades) que “una de las pocas acciones audaces” del papado de Benedicto XVI fue la de haber conversado con él en una ocasión durante cuatro horas!!! ¿Qué les parece la soberbia? Digna del diablo.

Otra campana es la de los Heraldos del Evangelio y la de los fieles católicos amantes de la Iglesia que, atentos únicamente al bien de la Iglesia y al influjo del Espíritu, desestiman -o ven en sus verdaderas dimensiones- cosas como las “primaveras árabes”, los vatileaks o del color de la piel y el tenor de la ideología de los candidatos.

En resumen, presentamos dos maneras de aproximarse a la grandiosa realidad que estamos viviendo en nuestra Iglesia: una, hecha de cálculos puramente humanos y otra impregnada de sobrenatural y que parte de la fe, la esperanza y el amor.

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VIERNES, MARZO 01, 2013

¿Habrá una Primavera para el Vaticano?

"La Iglesia necesita un papa que no viva intelectualmente en la Edad Media"

Hans Küng, 01 de marzo de 2013 a las 09:56
(Hans Küng, en Clarín).- La Primavera Arabe hizo tambalear a toda una serie de regímenes autocráticos. Con la renuncia del papa Benedicto XVI, ¿no sería posible algo similar en la Iglesia Católica, una Primavera Vaticana? El sistema de la Iglesia Católica naturalmente se parece menos a Túnez o Egipto que a una monarquía absoluta como Arabia Saudita. En ambos casos no hay reformas auténticas, sólo concesiones menores. En ambas, se invoca la tradición para oponerse a la reforma.

¿Pero esa tradición es verdadera? La iglesia se mantuvo durante un milenio sin un papado monárquico absolutista del tipo que conocemos hoy. Fue sólo en el siglo XI cuando una "revolución desde arriba", la "Reforma Gregoriana" iniciada por el papa Gregorio VII, nos legó las tres características imperecederas del sistema romano: un papado centralista-absolutista, clericalismo forzoso y celibato obligatorio para los sacerdotes. Los esfuerzos de los concilios de reforma del siglo XV, los reformistas del siglo XVI, la Ilustración y la Revolución Francesa de los siglos XVII y XVIII y el liberalismo del siglo XIX tuvieron un éxito parcial. El Concilio Vaticano II, si bien abordó muchas de las preocupaciones de los reformistas y los críticos modernos, se vio frustrado por el poder de la Curia, el órgano de gobierno de la iglesia.

En 2005, Benedicto mantuvo conmigo una cordial conversación de 4 horas en su residencia de verano de Castelgandolfo en Roma, una de las pocas acciones audaces de su papado. Yo había sido colega suyo en la Universidad de Tubingen y también su más duro crítico. En 22 años, gracias a la revocación de mi licencia de enseñanza eclesiástica por haber criticado la infalibilidad papal, no habíamos tenido el menor contacto privado. Para mí, y para todo el mundo católico, la reunión fue motivo de esperanza. Pero el pontificado de Benedicto se caracterizó por las malas decisiones. El papa irritó a las iglesias protestantes, los judíos, los musulmanes, los indios de América Latina, las mujeres, los teólogos reformistas y todos los católicos partidarios de la reforma.

Los grandes escándalos de su papado son conocidos: uno fue el reconocimiento de la archiconservadora Hermandad Sacerdotal San Pío X del arzobispo Marcel Lefèvre y el del obispo Richard Williamson, que niega el Holocausto. Otro fueron los abusos sexuales de niños y jóvenes por parte de los sacerdotes, de cuyo encubrimiento el papa fue en gran medida responsable. Y también estuvo el caso de los "Vatileaks", que revelaron una espantosa cantidad de intrigas, luchas de poder, corrupción y deslices sexuales en la Curia y que parecen ser la principal razón de la renuncia de Benedicto.

Ahora todo el mundo se pregunta: ¿El próximo papa podrá, pese a todo, inaugurar una nueva primavera para la Iglesia Católica?

En la situación dramática que vive hoy, la iglesia necesita un papa que no viva intelectualmente en la Edad Media, un papa que defienda la libertad de la iglesia en el mundo no sólo dando sermones sino luchando con palabras y hechos por la libertad y los derechos humanos dentro de la iglesia, para los teólogos, para las mujeres y para todos los católicos que quieren decir la verdad abiertamente, un papa que ponga en práctica una democracia apropiada en la iglesia.

Como último teólogo activo en haber participado en el Concilio Vaticano II (junto con Benedicto), me pregunto si, al iniciarse el Cónclave, como ocurrió al comenzar el Concilio, no habrá un grupo de cardenales valientes que enfrenten con firmeza a la línea dura del catolicismo y exijan un candidato que esté dispuesto a aventurarse en nuevas direcciones.

Si el próximo cónclave elige a un papa que siga por el viejo camino, la iglesia nunca experimentará una nueva primavera sino que caerá en una nueva era del hielo y correrá el peligro de convertirse en una secta cada vez más irrelevante.
FIN

Después del humo de satanás, vamos al soplo del Espíritu:

http://es.gaudiumpress.org/content/44381--Por-el-bien-de-la-Iglesia-
"Por el bien de la Iglesia"

Redacción (Miércoles, 27-02-2013, Gaudium Press) Sin duda, el gobierno de Benedicto XVI se ha caracterizado, desde el punto de vista humano, por una actitud discreta y sin pretensiones muy bien expresada en las palabras iniciales de su pontificado: "Los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones".

Estos casi ocho años de papado estuvieron marcados también por el temperamento reflexivo, lógico y coherente de Joseph Ratzinger, siempre propicio a un análisis sereno y profundo de los acontecimientos, sin huir de los problemas más complejos de la realidad contemporánea. Este modo de ser se alió, desde su tiempo de profesor en la Universidad de Tubinga, con una admirable ciencia teológica y una cultura humanística que lo llevaron a ser considerado como uno de los principales intelectuales de nuestra época.
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Sobre esas innegables cualidades humanas, unidas a un espíritu siempre vuelto hacia lo sobrenatural, se proyecta, no obstante, algo más elevado y decisivo: la asistencia del Espíritu Santo, que se derrama en abundancia sobre el sucesor de Pedro.

Todas esas circunstancias son fundamentales para interpretar la renuncia de Benedicto XVI al papado y no pueden, de ningún modo, ser puestas de lado al analizarla, so pena de incurrir en comentarios frívolos, injustos o poco realistas.

Además, los motivos de este acto no son un secreto. Han sido claramente expresadas en el Consistorio público del 11 de febrero y repetidas en sucesivas ocasiones. Benedicto XVI renuncia "por el bien de la Iglesia", así lo dijo al comienzo de la Audiencia General del 13 de febrero.

¿Existirán otras razones que Benedicto XVI ha considerado prudente no revelar? ¿Habrá influido en esa decisión alguna preocupación concreta sobre el rumbo que podría tomar en adelante su pontificado? Querer dar una respuesta a tales preguntas es, a nuestro juicio, una temeridad, pues nuestros pensamientos pueden no corresponder hoy a la realidad de los hechos.

Mientras tanto, nos cabe a nosotros manifestar con énfasis un amor arraigado hacia el Sucesor de Pedro y pensar, como él, únicamente en el bien de la Iglesia. Esos fueron, sin duda, los sentimientos de los fieles que acogieron con prolongadas y calurosas ovaciones sus palabras en la mencionada Audiencia General y durante la Santa Misa de ese mismo día. Semejante reacción tuvieron los sacerdotes de la Diócesis de Roma cuando fueron recibidos por el Papa al día siguiente, en la Sala Pablo VI.

"Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes" (Is 55, 9), dice el Señor por la voz del profeta. Bien puede hacer suyas esas palabras el Vicario de Cristo, en la actual coyuntura.

El hecho es que, más allá del obrar de los hombres, debemos considerar con confianza el futuro de la Iglesia. Ella es "el árbol de Dios que vive eternamente y lleva en sí la eternidad y la verdadera herencia: la vida eterna" (Lectio Divina en el Pontificio Seminario Romano Mayor, 8/2/2013).

(Editorial Revista Heraldos del Evangelio - Marzo 2013)


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