Mons. Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas
SITUACIONES
Comentaristas sin fe, o ignorantes de nuestra religión,
aventuran que la Iglesia Católica, por la renuncia del Papa Benedicto XVI, ha
entrado en un colapso que indica su próximo fin, su extinción.
En un programa dominical de radio que tengo desde hace más
de cinco años, alguien mandó un mensaje en que dice que esto es anuncio de la
llegada del “Anticristo”… ¡Cuánta estulticia, o mala fe!
Otro ha dicho que ya llegó el tiempo de prescindir de un
Papa, que es un ser humano, y quedarnos sólo con Jesucristo. Es decir, un
Cristo sin Iglesia. ¡Qué fácil sería una religión sin Iglesia! Cada quien haría
la religión a su medida, sin depender de nadie, considerándose dios. Si esa
hubiera sido la decisión de Jesús, la asumiríamos; pero es claro que El quiso
establecer la mediación de una Iglesia, para hacernos llegar su Palabra y su
Vida, sobre todo en los sacramentos.
ILUMINACION
Los papas se suceden en la historia, como es normal; pero la
Iglesia, que es de Cristo, continúa su identidad y misión. Cambian los tiempos
y los estilos, pero el Evangelio no cambia. Jesucristo sigue siendo el único
Señor y Mediador, el único Salvador, quien estableció su Iglesia no como una
instancia de poder político, o como una empresa económica, sino un medio, un
instrumento sacramental, para que la obra de la Redención, culminada en la cruz
y la resurrección, llegue a todas las épocas y a toda la humanidad. Nuestros
pecados ensombrecen el rostro de Cristo en la Iglesia y la hacen menos creíble,
pero, por obra de Dios, no sucumbe.
Ha dicho el Papa Benedicto XVI: “El árbol de la
Iglesia no es un árbol moribundo, sino el árbol que crece siempre de nuevo. Por
lo tanto, tenemos motivo para no dejarnos persuadir por los profetas de
desventuras, que dicen: La Iglesia es un árbol nacido del grano de mostaza;
creció en dos milenios; ahora tiene el tiempo tras de sí; ahora es el tiempo en
el cual muere. ¡No! La Iglesia se renueva siempre, renace siempre. Un falso
pesimismo dice: el tiempo del cristianismo se acabó. ¡No! Comienza de nuevo. El
futuro es nuestro. Hay caídas graves, peligrosas, y debemos reconocer con sano
realismo que así no funciona, no funciona donde se hacen cosas equivocadas. Pero
también debemos estar seguros de que si aquí y allá la Iglesia muere por causa
de los pecados de los hombres, al mismo tiempo, nace de nuevo. El futuro es
realmente de Dios: esta es la gran certeza de nuestra vida, el grande y
verdadero optimismo que conocemos. La Iglesia es el árbol de Dios que vive
eternamente y lleva en sí la eternidad y la verdadera herencia: la vida eterna” (8-II-2013).
El miércoles de ceniza, mencionó unas realidades pecaminosas
que desfiguran el rostro de la Iglesia, como “las culpas contra la
unidad, las divisiones en el cuerpo eclesial, individualismo y
rivalidades, hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere
aparentar, las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación”.
Ante esta realidad de pecado, nos invitó a convertirnos: “Muchos están
listos para rasgarse las vestiduras frente a escándalos e injusticias
--naturalmente cometidas por los demás--, pero pocos parecen dispuestos a
actuar sobre el propio corazón, sobre la propia conciencia y sobre las propias
intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta”. Esta
conversión es un proceso en que todos estamos implicados: “El camino
penitencial no lo afronta uno solo, sino junto a muchos hermanos y hermanas, en
la Iglesia”. Nos pide reflexionar en “la importancia del testimonio
de fe y de vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades,
para manifestar el rostro de la Iglesia” (13-II-2013).
COMPROMISOS
Más que dejarnos impresionar por especulaciones,
convirtámonos todos al Evangelio, al estilo de vida de Jesús, y renovemos
todos, jerarquía y fieles, nuestra vida cristiana y eclesial. La Iglesia no
depende sólo de una persona, ni siquiera del Papa, de los obispos o sacerdotes;
es obra de Dios y obra nuestra. Nosotros pasamos; Dios no pasa. Hagamos lo que
nos corresponde y el Espíritu Santo hará su trabajo, para que nuestra Iglesia
siempre se renueve.
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