En el Ángelus, el santo padre pidió paz para las zonas en conflicto
Por Jose Antonio Varela Vidal
CIUDAD DEL VATICANO, 20 de enero de 2013 (Zenit.org) - Durante la meditación que antecede a la oración del Ángelus, el papa Benedicto XVI reflexionó sobre el pasaje del evangelio de hoy, que narra el primer milagro realizado por Jesús --a instancias de su Madre--, en las bodas de Caná. Un evangelio, que según dijo, se coloca inmediatamente posterior al tiempo de Navidad, ya que, junto con la visita de los Magos de Oriente y con el Bautismo de Jesús, “forman la trilogía de la epifanía, es decir, de la manifestación de Cristo”.
Fueron las bodas de Caná, por así decirlo, "el comienzo de los signos" (Jn. 2,11), “el primer milagro realizado por Jesús, con el cual Él manifestó en público su gloria”, reflexionó el papa ante miles de peregrinos y fieles.
Con este "signo" –prosiguió el Catequista universal--, “Jesús se revela como el Esposo mesiánico, que vino a establecer con su pueblo la nueva y eterna Alianza”. Otro símbolo que destacó fue el vino, como “símbolo de esta alegría del amor, (que) también alude a la sangre que Jesús derramará al final, para sellar su pacto nupcial con la humanidad”.
Superar la desunión
Esta Iglesia –reflexionó Benedicto XVI--, “es la esposa de Cristo, el cual la hace santa y hermosa con su gracia, (pero) está siempre necesitada de purificación”. Su análisis se centró en que una de las culpas más graves que aún tiene el cristianismo es aquella contra la unidad visible, “en particular las divisiones históricas que han separado a los cristianos y que aún no han sido superadas”.
Recordó que esta semana, de 18 al 25 de enero, se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, la cual es “un momento siempre grato a los creyentes y a las comunidades, que despierta en todos, el deseo y el compromiso espiritual por la plena comunión”.
Evocó por ello la vigilia celebrada hace un mes en la Plaza de San Pedro, con miles de jóvenes de toda Europa, y con la comunidad ecuménica de Taizé, la que denominó “un momento de gracia en el que experimentamos la belleza de formar en Cristo una sola cosa”.
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