El artículo no exalta el papel providencial y privilegiado de María, ni su ejemplaridad, sino tan solo ciertas cualidades humanas de la mujer, de cualquier mujer: discreción, solicitud, capacidad de presión, maternidad, femineidad, etc., y eso, por oposición a los que llaman “una entelequia, o una idea abstracta y semi-endiosada”… En resumen: María era una mujer común, una más del montón.
Llama la atención el empeño en rebajar a la Santísima Virgen: “Hay que decirlo: María era una mujer de pueblo, humilde, pobre (…)”. Nada de esto es verdad en su óptica revolucionaria. Veamos:
María, una mujer judía de su pueblo, ciertamente se destacaba notablemente por su belleza, su pureza, su fidelidad; evidentemente no era una mujer banal. No era “de pueblo” en el sentido isamita, es decir, sin mayor educación ni proyección social. María era de estirpe de David, noble por lo tanto, y lo mismo su esposo San José. En ese sentido no era de nivel popular o de clase social baja, como se dice convencionalmente. Esto no hiere ni discrimina a nadie, es una simple constatación histórica; más o menos como decir que Lady Diana de Inglaterra tampoco era una mujer “de pueblo”. Se puede ser de pueblo y tener mucha nobleza de alma. Y se puede ser de sangre noble y ser una persona muy mala. Los ejemplos sobran.
Tampoco María era humilde en el sentido isamita. La humildad es una virtud magnífica (que, dicho sea de paso, escasea en ISAMIS, pues están llenos de presunción y suficiencia). Ser humilde es dar el debido lugar a los demás, someterse a la voluntad de Dios y de los superiores, no pretender nada que no venga al caso y respetar a los otros, especialmente si están constituidos en dignidad o en autoridad. Esa es la virtud de la humildad. La “humildad” isamita es otra cosa. Es despreciar a los ricos y a las autoridades… para acabar tomando su lugar. También es ser vulgar, sin cuidado, opuesto a las cosas excelentes. No era así la Madre de Jesús, todo lo contrario.
Tampoco María era pobre en el sentido isamita. Sus padres constituían un distinguido y virtuoso matrimonio que la entregó al Templo desde niña. Allí viviría María con dignidad y sencillez, aunque sin faltarle el sustento necesario. La Pobreza es una virtud admirable, un consejo evangélico; “bienaventurados los pobres de espíritu”. Ser pobre no es ser pordiosero o tener el bolsillo vacío. Se puede tener muchos bienes y practicar la pobreza, como, por ejemplo, la Orden Franciscana que es riquísima en propiedades y rentas, pero sus miembros viven pobremente y hacen misiones, caridad, sirven a los demás. El joven rico del Evangelio no practicó la pobreza. En cambio Lázaro, el amigo de Cristo, que era rico en haberes, era desprendido y generoso. Era un verdadero pobre.
El artículo va derivando de la figura (desfigurada) de María, a lo que son las luchas sociales y los compromisos políticos, para concluir que María tiene un papel en la liberación de los pueblos como “compañera de luchas y trabajos”, etc., el lenguaje de siempre, más propio de un marxista que de un cristiano. El artículo finaliza con esta frase: “El mundo no se salva sin la mujer”. Curiosa teología. Siempre hemos aprendido que Cristo es nuestro Salvador y que solo Él salva. Ahora ISAMIS nos enseña que el mundo no se salva sin la mujer. ¿Pero habla de una mujer específica (María) o de cualquier mujer, o de todas?
Sabemos que por voluntad de Dios, el mundo no se salva sin María, eso es un hecho incontestable. Pero eso de “sin la mujer” es demasiado tendencioso: Pongan esa frase en los labios de ciertas mujeres (no de todas) de cierta Federación de Sucumbíos y ahí ya tendrá otro sentido, el sentido del artículo…
Es que la salvación para ISAMIS no es que se haga la voluntad de Dios, ni mucho menos alcanzar el cielo. Es reformar las estructuras sociales y desmitificar la religión, cambiándola. Lo hemos visto en Sucumbíos. “Mi reino no es de este mundo” dijo Jesús. Pero en ISAMIS es al revés.
En ese papel “liberador” de cambio político y religioso, la Virgen María no tiene nada qué ver ni qué hacer. A no ser el de interceder misericordiosamente junto a Jesús, como en las bodas de Caná, por estos otros hijos malogrados de ISAMIS y sus compinches internacionales, que tampoco tienen vino o que lo tienen demasiado agriado e intomable.
En resumen, la “María” de ISAMIS no es la mujer de la Biblia. No es la del Génesis enemiga de la serpiente, no es la Virgen purísima de la estirpe de David de que nos habla el Evangelio, ni es la mujer del Apocalipsis sentada en un trono, coronada de estrellas y vestida de luz. No es, por supuesto, nuestra compañera de camino, la Virgencita del Cisne.
La María de ellos es una reivindicadora social de lenguaje vulgar y mirada resentida, que echa humo por la boca, levanta el puño izquierdo cerrado y está vestida sin decencia y con mal gusto. Una especie de “mujer impura”, como alguien dijo que fue dicho cierta vez, aunque nunca se probó… ¿se acuerdan?
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