Un
bloguero católico español de reconocida trayectoria llamado Luis Fernando Pérez
Bustamante (nada que ver con Fe Adulta, Iglesia de a pie, Cristianos Gays, Lupa
Protestante, Koinonía, Evangelizadoras de los Apóstoles y cosas del género) nos
habla de profetas contemporáneos, un tema, por cierto, del agrado de los
isamitas.
Estos
profetas son papas de nuestra Iglesia, y claro que no son del gusto de ciertos
“católicos” que conocemos en Sucumbíos, enemigos del sumo pontificado. Para ser
profeta, según Isamis, hay que estar contra la jerarquía y la disciplina de la
Iglesia, revelarse contra la tradición e inventar una nueva iglesia.
La
serie de Papas-Profetas citados abarca desde León XIII hasta San Juan XXIII. De
los cinco Papas posteriores podrían también citarse numerosos anuncios
proféticos, lo que haría el artículo excesivamente extenso. Es posible y
deseable que en otro artículo, el autor nos los presente, porque tenemos
maravillosas advertencias de cada uno de ellos, especialmente en el largo
pontificado de San Juan Pablo II y en el de Francisco, felizmente reinante
(expresión que haría estremecer de furia al Padre Pedro Pierre y compinches).
¿Qué
tienen a decir los eternos desobedientes a estas claras y paternales
advertencias pontificias y proféticas? ¡Impresiona cuánta cosa anunciada se ha
cumplido con exactitud y tan rápidamente!
Si
dicen que los Papas citados son de épocas pasadas y que por eso sus
advertencias ya no valen, hay que decir que Jeremías es muchísimo más remoto,
ya que profetizó seiscientos años antes de Jesucristo. Además, estas profecías se cumplieron o están en vías de realizarse. Hay
que ser ciego para no ver.
Un
peso pesado en la lista es Juan el Bueno, que fue el Papa del Concilio Vaticano
II y ha sido canonizado recientemente ¿Es santo de su devoción?
Lo
mejor sería que los isamitas sean sinceros y que digan de una vez por todas lo
que creen o sienten: que esos Papas fueron contrarios a su “Jesús de Nazareth”
y al evangelio libertario que ellos predican, y que, en resumidas cuentas,
fueron antipapas, anticristos, heraldos del anti-evangelio.
21.06.14
Dios
sabe hacerse oír. Cuando quiere que su pueblo no siga por el camino de
perdición, envía profetas que advierten de las consecuencias. Pero el pueblo no
siempre escucha, o lo hace pero no obedece. Esto dijo a través del profeta
Jeremías:
Así
dice Yahvé de los ejércitos, Dios de Israel: Ve y di a los hombres de Judá y a
los habitantes de Jerusalén: ¿No aprenderéis a obedecer mis palabras? Oráculo
de Yahvé. Las palabras de Jonadab, hijo de Recab, son obedecidas: mandó a sus
hijos no beber vino, y no lo han bebido hasta hoy, cumpliendo el mandato de su
padre, y yo os he hablado tantas y tantas veces, y no me habéis
obedecido.
Os he enviado una y otra vez a mis siervos los profetas para deciros: Convertíos de vuestros malos caminos, enmendad vuestras obras y no os vayáis tras de los dioses ajenos para darles culto, y habitaréis la tierra que os he dado a vosotros y a vuestros padres; pero no me habéis dado oídos, no me habéis obedecido.4)
Os he enviado una y otra vez a mis siervos los profetas para deciros: Convertíos de vuestros malos caminos, enmendad vuestras obras y no os vayáis tras de los dioses ajenos para darles culto, y habitaréis la tierra que os he dado a vosotros y a vuestros padres; pero no me habéis dado oídos, no me habéis obedecido.4)
Eso
mismo hizo Dios a través de varios Papas de finales del siglo XIX y primera
mitad del siglo XX. Ejemplos:
…
desgraciadamente, y con gran daño para la religión, se ha introducido un
sistema que se adorna con el nombre respetable de «alta crítica», y según el
cual el origen, la integridad y la autoridad de todo libro deben ser
establecidos solamente atendiendo a lo que ellos llaman razones internas. Por
el contrario, es evidente que, cuando se trata de una cuestión histórica, como
es el origen y conservación de una obra cualquiera, los testimonios históricos
tienen más valor que todos los demás y deben ser buscados y examinados con el
máximo interés; las razones internas, por el contrario, la mayoría de las veces
no merecen la pena de ser invocadas sino, a lo más, como confirmación. De otro
modo, surgirán graves inconvenientes: los enemigos de la religión
atacarán la autenticidad de los libros sagrados con más confianza de abrir
brecha; este género de «alta crítica» que preconizan conducirá en
definitiva a que cada uno en la interpretación se atenga a sus gustos y a sus
prejuicios; de este modo, la luz que se busca en las Escrituras no se
hará, y ninguna ventaja reportará la ciencia; antes bien se pondrá de
manifiesto esa nota característica del error que consiste en la diversidad y
disentimiento de las opiniones, como lo están demostrando los corifeos de esta
nueva ciencia; y como la mayor parte están imbuidos en las máximas de una
vana filosofía y del racionalismo, no temerán descartar de los sagrados
libros las profecías, los milagros y todos los demás hechos que traspasen el
orden natural.
(Encíclica Providentíssimus Deus 40, León XXIII)
(Encíclica Providentíssimus Deus 40, León XXIII)
No
se le hizo, o más bien no se le hace, apenas caso. Y se ha cumplido lo que
profetizó. Literalmente.
Pero
es preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, en modo extraño,
el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes
enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las
energías vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera
posible, el reino de Jesucristo. Guardar silencio no es ya decoroso, si no
queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la
bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de
ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio.
Hablamos,
venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún
más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la
Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e
impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos
errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se
presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia,
y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la
obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del divino Redentor,
que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre.
2.
Tales hombres se extrañan de verse colocados por Nos entre los enemigos de la
Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que, prescindiendo de las
intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de
hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se
apartará de lo verdadero quien dijere que ésta no los ha tenido peores. Porque,
en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde
fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las
entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por
tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia.
…
. Ahora bien: si sólo se tratara de ellos, podríamos Nos tal vez disimular; pero
se trata de la religión católica y de su seguridad. Basta, pues, de
silencio; prolongarlo sería un crimen.
(Encíclica Pascendi, 1-2, San Pío X)
(Encíclica Pascendi, 1-2, San Pío X)
Lo
advirtió. Apenas se le hace caso. Estamos como estamos.
53.
Tampoco debe descuidarse la diligente preparación que exige la vida del
misionero, por más que pueda parecer a alguno que no hay por qué atesorar tanto
caudal de ciencia para evangelizar pueblos desprovistos aun de la más elemental
cultura.
54.
No puede dudarse, es verdad, que, en orden a salvar almas, prevalecen los
medios sobrenaturales de la virtud sobre los de la ciencia; pero también es
cierto que quien no esté provisto de un buen caudal de doctrina se
encontrará muchas veces deficiente para desempeñar con fruto su ministerio.
(Encíclica Maximum illud, 53-54 Benedicto XV
(Encíclica Maximum illud, 53-54 Benedicto XV
Vean
ustedes cuál es la situación actual de muchas órdenes que fueron otrora glorias
misioneras.
21.
Y no discrepan menos de la doctrina de la Iglesia —comprobada
por el testimonio de San Jerónimo y de los demás Santos Padres— los que
piensan que las partes históricas de la Escritura no se fundan en la verdad
absoluta de los hechos, sino en la que llaman verdad relativa o conforme a
la opinión vulgar; y hasta se atreven a deducirlo de las palabras mismas de
León XIII, cuando dijo que se podían aplicar a las disciplinas históricas los
principios establecidos a propósito de las cosas naturales. Así defienden
que los hagiógrafos, como en las cosas físicas hablaron según lo que aparece,
de igual manera, desconociendo la realidad de los sucesos, los relataron
según constaban por la común opinión del vulgo o por los testimonios falsos de
otros y ni indicaron sus fuentes de información ni hicieron suyas las
referencias ajenas.
22.
¿Para qué refutar extensamente una cosa tan injuriosa para nuestro predecesor y
tan falsa y errónea? ¿Qué comparación cabe entre las cosas naturales y la
historia, cuando las descripciones físicas se ciñen a las cosas que aparecen
sensiblemente y deben, por lo tanto, concordar con los fenómenos, mientras, por
el contrario, es ley primaria en la historia que lo que se escribe debe ser
conforme con los sucesos tal como realmente acaecieron? Una vez
aceptada la opinión de éstos, ¿cómo podría quedar a salvo aquella verdad
inerrante de la narración sagrada que nuestro predecesor a lo largo de toda su
encíclica declara deber mantenerse?
….
….
27.
Y no faltan a la Escritura Santa detractores de otro género; hablamos de
aquellos que abusan de algunos principios —ciertamente rectos si se mantuvieran
en sus justos límites— hasta el extremo de socavar los fundamentos de la verdad
de la Biblia y destruir la doctrina católica comúnmente enseñada por los
Padres. Si hoy viviera San Jerónimo, ciertamente dirigiría contra éstos los
acerados dardos de su palabra, al ver que con demasiada facilidad, y de
espaldas al sentido y al juicio de la Iglesia, recurren a las llamadas citas
implícitas o a las narraciones sólo en apariencia históricas; o bien pretenden
que en las Sagradas Letras se encuentren determinados géneros literarios, con
los cuales no puede compaginarse la íntegra y perfecta verdad de la palabra
divina, o sostienen tales opiniones sobre el origen de los Libros Sagrados, que
comprometen y en absoluto destruyen su autoridad.
Eso
se ha enseñado en seminarios, catequesis, etc. Y se sigue enseñando. Y quienes
lo enseñan, no son objeto de disciplina eclesial.
En
los labios del sacerdote ha de estar el depósito de la ciencia, y de su boca se
ha de aprender la ley, dice el Espíritu Santo por Malaquías (115). Mas nadie
podría decir, para encarecer la necesidad de la ciencia sacerdotal, palabras
más fuertes que las que un día pronunció la misma Sabiduría divina por boca de
Oseas: «Por haber tú desechado la ciencia, yo te desecharé a ti para que no
ejerzas mi sacerdocio»(116). El sacerdote debe tener pleno conocimiento
de la doctrina de la fe y de la moral católica; debe saber y enseñar a los
fieles, y darles la razón de los dogmas, de las leyes y del culto de la Iglesia,
cuyo ministro es; debe disipar las tinieblas de la ignorancia, que, a
pesar de los progresos de la ciencia profana, envuelven a tantas inteligencias
de nuestros días en materia de religión. Nunca ha estado tan en su lugar
como ahora el dicho de Tertuliano: «El único deseo de la verdad es, algunas
veces, el que no se la condene sin ser conocida» (117). Es también deber del
sacerdote despejar los entendimientos de los errores y prejuicios en ellos
amontonados por el odio de los adversarios. Al alma moderna, que con ansia
busca la verdad, ha de saber demostrársela con una serena franqueza; a los
vacilantes, agitados por la duda, ha de infundir aliento y confianza,
guiándolos con imperturbable firmeza al puerto seguro de la fe, que sea
abrazada con un pleno conocimiento y con una firme adhesión; a los embates del
error, protervo y obstinado, ha de saber hacer resistencia valiente y vigorosa,
a la par que serena y bien fundada.
(Encíclica Ad catholici sacerdotii, 44, Pío XI)
(Encíclica Ad catholici sacerdotii, 44, Pío XI)
Ciertamente
hay sacerdotes así, pero ¿cuántos? Recemos para que el Señor mande más obreros
a la mies. Y bien dispuestos.
21.
Habiéndose, pues, algunos manifiestamente separado de la doctrina cristiana,
enseñada desde el principio y transmitida en todo tiempo sin interrupción, y
habiendo pretendido públicamente proclamar otra doctrina, la Iglesia católica,
a quien el mismo Dios ha confiado la enseñanza y defensa de la integridad y
honestidad de costumbres, colocada, en medio de esta ruina moral, para conservar
inmune de tan ignominiosa mancha la castidad de la unión nupcial, en señal de
su divina legación, eleva solemne su voz por Nuestros labios y una vez más
promulga que cualquier uso del matrimonio, en el que maliciosamente quede el
acto destituido de su propia y natural virtud procreativa, va contra la ley de
Dios y contra la ley natural, y los que tal cometen, se hacen culpables de
un grave delito.
Por
consiguiente, según pide Nuestra suprema autoridad y el cuidado de la salvación
de todas las almas, encargamos a los confesores y a todos los que tienen cura
de las mismas que no consientan en los fieles encomendados a su cuidado error
alguno acerca de esta gravísima ley de Dios, y mucho más que se conserven
—ellos mismos— inmunes de estas falsas opiniones y que no contemporicen en modo
alguno con ellas. Y si algún confesor o pastor de almas, lo que Dios no
permite, indujera a los fieles, que le han sido confiados, a estos errores, o
al menos les confirmara en los mismos con su aprobación o doloso silencio, tenga
presente que ha de dar estrecha cuenta al Juez supremo por haber faltado a su
deber, y aplíquese aquellas palabras de Cristo: “Ellos son ciegos que guían
a otros ciegos, y si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la
hoya"[48].
(Encíclica Casti Connubii 21, Pío XI)
(Encíclica Casti Connubii 21, Pío XI)
Dura
advertencia del Papa a los confesores que no cumplen bien su labor.
33.
Pero también contra todos estos desatinos, Venerables Hermanos, permanece en
pie aquella ley de Dios única e irrefrenable, confirmada amplísimamente por
Jesucristo: “No separe el hombre lo que Dios ha unido"[66]; ley que no
pueden anular ni los decretos de los hombres, ni las convenciones de los
pueblos, ni la voluntad de ningún legislador. Que si el hombre llegara
injustamente a separar lo que Dios ha unido, su acción sería completamente
nula, pudiéndose aplicar en consecuencia lo que el mismo Jesucristo aseguró con
estas palabras tan claras: “Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con
otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido,
adultera"[67]. Y estas palabras de Cristo se refieren a cualquier
matrimonio, aun al solamente natural y legítimo, pues es propiedad de todo
verdadero matrimonio la indisolubilidad, en virtud de la cual la solución del
vínculo queda sustraída al beneplácito de las partes y a toda potestad secular.
No
hemos de echar tampoco en olvido el juicio solemne con que el Concilio
Tridentino anatematizó estas doctrinas: “Si alguno
dijere que el vínculo matrimonial puede desatarse por razón de herejía, o de
molesta cohabitación, o de ausencia afectada, sea anatema", y “si alguno
dijere que yerra la Iglesia cuando, en conformidad con la doctrina evangélica y
apostólica, enseñó y enseña que no se puede desatar el vínculo matrimonial por
razón de adulterio de uno de los cónyuges, y que ninguno de los dos, ni
siquiera el inocente, que no dio causa para el adulterio, puede contraer nuevo
matrimonio mientras viva el otro cónyuge, y que adultera tanto el que después
de repudiar a la adúltera se casa con otra, como la que, abandonando al marido,
se casa con otro, sea anatema".
Luego
si la Iglesia no erró ni yerra cuando enseñó y enseña estas cosas,
evidentemente es cierto que no puede desatarse el vínculo ni aun en el caso de
adulterio, y cosa clara es que mucho menos valen y en absoluto se han de
despreciar las otras tan fútiles razones que pueden y suelen alegarse como
causa de los divorcios.
(Encíclica Casti Connubii 33, Pío XI)
(Encíclica Casti Connubii 33, Pío XI)
Sin
comentarios. Ya saben ustedes por qué. Sobre Trento y el sacramento del
matrimonio, ya he escrito.
71.
En esta escuela católica, que concuerda con la Iglesia y con la familia
cristiana, no podrá jamás suceder que la enseñanza de las diversas disciplinas
contradiga, con evidente daño de la educación, la instrucción que los alumnos
adquieren en materia religiosa; y si es necesario dar a conocer a alumno, por
escrupulosa responsabilidad de magisterio, las obras erróneas que hay que
refutar, esta enseñanza se dará con una preparación y una exposición tan clara
de la sana doctrina que, lejos de implicar daño, proporcionará gran provecho a
la formación cristiana de la juventud.
(Encíclica Divini Illius Magistri, 71, Pío XI)
(Encíclica Divini Illius Magistri, 71, Pío XI)
¿En
cuántas escuelas, institutos y universidades católicas no se cumple tal cosa?
16.
Sólo que los exegetas de las Sagradas Letras, acordándose de que aquí se trata
de la palabra divinamente inspirada, cuya custodia e interpretación fue por el
mismo Dios encomendada a la Iglesia, no menos diligentemente tengan cuenta de
las exposiciones y declaraciones del Magisterio de la Iglesia y asimismo de la
explicación dada por los Santos Padres, como también de la «analogía de la fe»,
según sabiamente advirtió León XIII en las letras encíclicas Providentissimus
Deus. Traten también con singular empeño de no exponer únicamente —cosa que con
dolor vemos se hace en algunos comentarios— las cosas que atañen a la historia,
arqueología, filología y otras disciplinas por el estilo, sino que, sin dejar
de aportar oportunamente aquéllas en cuanto puedan contribuir a la exégesis, muestren
principalmente cuál es la doctrina teológica de cada uno de los libros o textos
respecto de la fe y costumbres, de suerte que esta exposición de los mismos no
solamente ayude a los doctores teólogos para proponer y confirmar los dogmas de
la fe, sino que sea también útil a los sacerdotes para explicar ante el pueblo
la doctrina cristiana y, finalmente, sirva a todos los fieles para llevar una
vida santa y digna de un hombre cristiano.
(Encíclica Divino afflante Spiritu, 16, Pío XII)
(Encíclica Divino afflante Spiritu, 16, Pío XII)
Cuarenta
y cinco años después, Benedicto XVI tuvo que advertir de
las consecuencias de no hacer
caso a Pío XII. Escribí post al respecto:
Oportunísima intervención de Benedicto XVI en el Sínodo
Oportunísima intervención de Benedicto XVI en el Sínodo
9.
En las materias de la teología, algunos pretenden disminuir lo más
posible el significado de los dogmas y librar el dogma mismo de la manera de
hablar tradicional ya en la Iglesia y de los conceptos filosóficos
usados por los doctores católicos, a fin de volver, en la exposición de la
doctrina católica, a las expresiones empleadas por las Sagradas Escrituras y
por los Santos Padres. Así esperan que el dogma, despojado de los elementos que
llaman extrínsecos a la revelación divina, se pueda coordinar fructuosamente
con las opiniones dogmáticas de los que se hallan separados de la
Iglesia, para que así se llegue poco a poco a la mutua asimilación
entre el dogma católico y las opiniones de los disidentes.
… es evidente que estas tendencias no sólo conducen al llamado relativismo dogmático, sino que ya de hecho lo contienen, pues el desprecio de la doctrina tradicional y de su terminología favorecen demasiado a ese relativismo y lo fomentan.
… es evidente que estas tendencias no sólo conducen al llamado relativismo dogmático, sino que ya de hecho lo contienen, pues el desprecio de la doctrina tradicional y de su terminología favorecen demasiado a ese relativismo y lo fomentan.
…
Por todas estas razones, pues, es de suma imprudencia el
abandonar o rechazar o privar de su valor tantas y tan importantes nociones y
expresiones que hombres de ingenio y santidad no comunes, bajo la vigilancia
del sagrado Magisterio y con la luz y guía del Espíritu Santo, han concebido,
expresado y perfeccionado —con un trabajo de siglos— para expresar las verdades
de la fe, cada vez con mayor exactitud, y (suma imprudencia es) sustituirlas
con nociones hipotéticas o expresiones fluctuantes y vagas de la nueva
filosofía, que, como las hierbas del campo, hoy existen, y mañana caerían secas;
aún más: ello convertiría el mismo dogma en una caña agitada por el
viento. Además de que el desprecio de los términos y nociones que
suelen emplear los teóricos escolásticos conducen forzosamente a debilitar la
teología llamada especulativa, la cual, según ellos, carece de verdadera
certeza, en cuanto que se funda en razones teológicas.
…Por
desgracia, estos amigos de novedades fácilmente pasan del desprecio de
la teología escolástica a tener en menos y aun a despreciar también el mismo
Magisterio de la Iglesia, que con su autoridad tanto peso ha dado a aquella
teología. Presentan este Magisterio como un impedimento del progreso y
como un obstáculo de la ciencia; y hasta hay católicos que lo consideran como
un freno injusto, que impide que algunos teólogos más cultos renueven la
teología. Y aunque este sagrado Magisterio, en las cuestiones de fe y
costumbres, debe ser para todo teólogo la norma próxima y universal de la
verdad (ya que a él ha confiado nuestro Señor Jesucristo la custodia, la
defensa y la interpretación del todo el depósito de la fe, o sea, las Sagradas
Escrituras y la Tradición divina), sin embargo a veces se ignora, como
si no existiese, la obligación que tienen todos los fieles de huir de aquellos
errores que más o menos se acercan a la herejía, y, por lo tanto, de observar
también las constituciones y decretos en que la Santa Sede ha proscrito y
prohibido las tales opiniones falsas.
(Encíclica Humani Generis 9-12, Pío XII)
(Encíclica Humani Generis 9-12, Pío XII)
¿Se
acuerdan ustedes de aquello de “para que ya no seamos niños, que fluctúan y
se dejan llevar de todo viento de doctrina a capricho de los engaños de los
hombres y de las astutas maquinaciones del error” (Ef 4,14)? San Pablo lo
advirtió. Pío XII dijo que pasaría. Finalmente ha pasado.
Cito
otra vez de esa misma encíclica:
13.
Afirmaciones éstas, revestidas tal vez de un estilo elegante, pero que no
carecen de falacia. Pues es verdad que los Romanos Pontífices, en general,
conceden libertad a los teólogos en las cuestiones disputadas —en distintos
sentidos— entre los más acreditados doctores; pero la historia enseña
que muchas cuestiones que algún tiempo fueron objeto de libre discusión no
pueden ya ser discutidas.
14.
Ni puede afirmarse que las enseñanzas de las encíclicas no exijan de por sí
nuestro asentimiento, pretextando que los Romanos Pontífices no ejercen en
ellas la suprema majestad de su Magisterio.
Pues
son enseñanzas del Magisterio ordinario, para las cuales valen también aquellas
palabras: El que a vosotros oye, a mí me oye; y la mayor parte de las veces, lo
que se propone e inculca en las Encíclicas pertenece ya —por otras razones— al
patrimonio de la doctrina católica. Y si los sumos pontífices, en
sus constituciones, de propósito pronuncian una sentencia en materia
hasta aquí disputada, es evidente que, según la intención y voluntad de los
mismos pontífices, esa cuestión ya no se puede tener como de libre discusión
entre los teólogos.
(Encíclica Humani Generis 13-14, Pío XII)
(Encíclica Humani Generis 13-14, Pío XII)
Pues
nada. Como si tal cosa. Se vuelven a discutir doctrinas que la Iglesia ha
cerrado de forma definitiva e incluso dogmática. Y eso solo trae confusión y
oscuridad al pueblo de Dios.
11.
Ahora bien: si, por una parte, vemos con dolor que en algunas regiones
el sentido, el conocimiento y el estudio de la liturgia son a veces escasos o
casi nulos, por otra observamos con gran preocupación que en otras
hay algunos, demasiado ávidos de novedades, que se alejan del camino de
la sana doctrina y de la prudencia; pues con la intención y el deseo de una
renovación litúrgica mezclan frecuentemente principios que en la teoría o en la
práctica comprometen esta causa santísima y la contaminan también muchas veces
con errores que afectan a la fe católica y a la doctrina ascética.
12.
La pureza de la fe y de la moral debe ser la norma característica de esta
sagrada disciplina, que tiene que conformarse absolutamente con las
sapientísimas enseñanzas de la Iglesia. Es, por tanto, deber nuestro
alabar y aprobar todo lo que está bien hecho, y reprimir o reprobar todo lo que
se desvía del verdadero y justo camino.
13.
No crean, sin embargo, los inertes y los tibios que cuentan con nuestro asenso
porque reprendemos a los que yerran y ponemos freno a los audaces; ni los
imprudentes se tengan por alabados cuando corregimos a los negligentes y a los
perezosos.
(Encíclica Mediator Dei, 11-13, Pío XII)
(Encíclica Mediator Dei, 11-13, Pío XII)
Como
ven ustedes, la presencia de “inventores de movidas litúrgicas erróneas” es
algo anterior al Concilio Vaticano II. Pero entonces se les reprimía siempre.
77.
El empleo de la lengua latina, vigente en una gran parte de la Iglesia, es un
claro y hermoso signo de la unidad y un antídoto eficaz contra toda corrupción
de la pura doctrina. No quita esto que el empleo de la lengua vulgar en muchos
ritos, efectivamente, pueda ser muy útil para el pueblo.
(Encíclica Mediator Dei 77, Pío XII)
(Encíclica Mediator Dei 77, Pío XII)
¿Dónde
está hoy el “claro y hermoso signo de la unidad” y “antídoto eficaz contra toda
corrupción de la pura doctrina"?
81.
Así como ningún católico sensato puede rechazar las fórmulas de la doctrina
cristiana compuestas y decretadas con grande utilidad por la Iglesia, inspirada
y asistida por el Espíritu Santo, en épocas recientes, para volver a las
fórmulas de los antiguos concilios, ni puede repudiar las leyes vigentes para
retornar a las prescripciones de las antiguas fuentes del Derecho canónico; así,
cuando se trata de la sagrada liturgia, no resultaría animado de un
celo recto e inteligente quien deseara volver a los antiguos ritos y usos,
repudiando las nuevas normas introducidas por disposición de la divina
Providencia y por la modificación de las circunstancias.
(Encíclica Mediator Dei 81, Pío XII)
(Encíclica Mediator Dei 81, Pío XII)
Aviso
claro y rotundo a quienes desprecian una reforma litúrgica promovida y aprobada
por la Iglesia. Tampoco le hicieron caso muchos.
5.
No hay necesidad más urgente, venerables hermanos, que la de dar a conocer las
inconmensurables riquezas de Cristo (Ef. 3,8) a los hombres de nuestra época.
No hay empresa más noble que la de levantar y desplegar al viento las banderas
de nuestro Rey ante aquellos que han seguido banderas falaces y la de
reconquistar para la cruz victoriosa a los que de ella, por desgracia, se han
separado. ¿Quién, a la vista de una tan gran multitud de hermanos y hermanas
que, cegados por el error, enredados por las pasiones, desviados por los
prejuicios, se han alejado de la verdadera fe en Dios y del salvador mensaje de
Jesucristo; quién, decimos, no arderá en caridad y dejará de prestar
gustosamente su ayuda? Todo el que pertenece a la milicia de Cristo, sea
clérigo o seglar, ¿por qué no ha de sentirse excitado a una mayor vigilancia, a
una defensa más enérgica de nuestra causa viendo cómo ve crecer temerosamente
sin cesar la turba de los enemigos de Cristo y viendo a los pregoneros de una
doctrina engañosa que, de la misma manera que niegan la eficacia y la
saludable verdad de la fe cristiana o impiden que ésta se lleve a la
práctica, parecen romper con impiedad suma las tablas de los
mandamientos de Dios, para sustituirlas con otras normas de las que están
desterrados los principios morales de la revelación del Sinaí y el divino
espíritu que ha brotado del sermón de la montaña y de la cruz de Cristo? Todos,
sin duda, saben muy bien, no sin hondo dolor, que los gérmenes de estos
errores producen una trágica cosecha en aquellos que, si bien en los
días de calma y seguridad se confesaban seguidores de Cristo, sin embargo,
cuando es necesario resistir con energía, luchar, padecer y soportar
persecuciones ocultas y abiertas, cristianos sólo de nombre, se muestran
vacilantes, débiles, impotentes, y, rechazando los sacrificios que la profesión
de su religión implica, no son capaces de seguir los pasos sangrientos del
divino Redentor.
(Encíclica Summi Pontificatus, 5, Pío XII)
(Encíclica Summi Pontificatus, 5, Pío XII)
Confieso
que, como seglar de la milicia de Cristo, me ha emocionado ese texto de Pío
XII. No lo había leído antes. Es un regalo del cielo.
20.
Hoy día los hombres, venerables hermanos, añadiendo a las desviaciones
doctrinales del pasado nuevos errores, han impulsado todos estos principios por
un camino tan equivocado que no se podía seguir de ello otra cosa que
perturbación y ruina. Y en primer lugar es cosa averiguada que la fuente
primaria y más profunda de los males que hoy afligen a la sociedad moderna
brota de la negación, del rechazo de una norma universal de rectitud moral,
tanto en la vida privada de los individuos como en la vida política y en las
mutuas relaciones internacionales; la misma ley natural queda sepultada bajo la
detracción y el olvido.
(Encíclica Summi Pontificatus, 10, Pío XII)
(Encíclica Summi Pontificatus, 10, Pío XII)
Dicho
en 1939. Confirmado, ratificado, aumentado y explícita y notoriamente presente
75 años después.
Venerables
hermanos: La Iglesia, esposa amada del Salvador divino, ha permanecido siempre
santa e inmaculada en sí misma por la fe que la ilumina, por los sacramentos
que la santifican, por las leyes que la gobiernan, por los numerosos miembros
que la embellecen con el decoro de heroicas virtudes. Pero hay también hijos
olvidadizos de su vocación y de su elección que prostituyen en sí mismos la
belleza celestial y no reflejan en sí la divina semblanza de Jesucristo.
Pues bien, Nos queremos dirigir a todos, más que palabras de reproche y de
amenaza, una paternal exhortación a tener presente esta consoladora enseñanza
del Concilio de Trento, eco fidelísimo de la doctrina católica: “Revestidos de
Cristo en el Bautismo” (Ga 3, 27), por medio de él nos convertimos de hecho en
una criatura nueva alcanzando la plena e integral remisión de todos los
pecados; a tal novedad e integridad no podemos llegar, sin embargo, por
medio del Sacramento de la penitencia sin nuestro gran dolor y fatiga,
exigiéndose esto por la justicia divina, de modo que la penitencia ha sido
justamente llamada por los Santos Padres una especie de laborioso bautismo.
(Encíclica Paenitentiam Agere, San Juan XXIII)
(Encíclica Paenitentiam Agere, San Juan XXIII)
Sin
reproche y sin amenaza, sino en plan paternal, pero ¿cuál es la situación
actual del sacramento de la Penitencia?
Todos,
por tanto, están obligados a abrazar la doctrina del Evangelio. Si se la
rechaza, vacilan los mismos fundamentos de la verdad, de la honestidad y de la
civilización.
(Encíclica Ad Petri Cathedram, San Juan XXIII)
(Encíclica Ad Petri Cathedram, San Juan XXIII)
Hoy
no vacilan. Se desploman.
Los
que empero, de propósito y temerariamente, impugnan la verdad conocida,
y con la palabra, la pluma o la obra usan las armas de la mentira para ganarse
la aprobación del pueblo sencillo y modelar, según su doctrina, las mentes
inexpertas y blandas de los adolescentes, esos tales cometen, sin duda, un
abuso contra la ignorancia y la inocencia ajenas y llevan a cabo una obra
absolutamente reprobable.
No
podemos, pues, menos de exhortar a presentar la verdad con diligencia, cautela
y prudencia a todos los que, principalmente a través de los libros, revistas y
diarios, hoy tan abundantes, ejercen marcado influjo en la mente de los
lectores, sobre todo de los jóvenes, y en la formación de sus opiniones y
costumbres. Por Su misma profesión tienen ellos el deber gravísimo de
propagar no la mentira, el error, la obscenidad, sino solamente lo
verdadero y todo lo que principalmente conduce no al vicio, sino a la práctica
del bien y la virtud.
…
A todo esto tenemos hoy que añadir, como vosotros bien lo sabéis, venerables
hermanos y queridos hijos, las audiciones radiofónicas y las funciones de cine
y de televisión, espectáculos estos últimos que fácilmente se tienen en casa.
Todos estos medios pueden servir de invitación y estímulo para el bien, la
honestidad y aun la práctica de las virtudes cristianas; sin embargo,
no raras veces, por desgracia, sirven, principalmente a los jóvenes, de
incentivo a las malas costumbres, al error y a una vida viciosa.
(Encíclica Ad Petri Cathedram, San Juan XXIII)
(Encíclica Ad Petri Cathedram, San Juan XXIII)
Tampoco
se ha hecho caso a esa advertencia del “Papa bueno". El “no raras veces”
es hoy el pan nuestro de cada día.
Tampoco
faltan los que, si bien no impugnan de propósito la verdad, adoptan, sin
embargo, ante ella una actitud de negligencia y sumo descuido, como si Dios no
les hubiera dado la razón para buscarla y encontrarla. Tan reprobable modo
de actuar conduce, como por espontáneo proceso, a esta absurda afirmación:
todas las religiones tienen igual valor, sin diferencia alguna entre lo
verdadero y lo falso. «Este principio —para usar las palabras de nuestro
mismo predecesor— lleva necesariamente a la ruina todas las religiones,
particularmente la católica, la cual, siendo entre todas la única verdadera, no
puede ser puesta al mismo nivel de las demás sin grande injuria» [9]. Por lo
demás, negar la diferencia que existe entre cosas tan contradictorias entre sí,
derechamente conduce a la nefasta conclusión de no admitir ni practicar
religión alguna. ¿Cómo podría Dios, que es la verdad, aprobar o tolerar la
indiferencia, el descuido, la ignorancia de quienes, tratándose de cuestiones
de las cuales depende nuestra eterna salvación, no se preocupan lo más mínimo
de buscar y encontrar las verdades necesarias ni de rendir a Dios el culto
debido solamente a Él?
(Encíclica Ad Petri Cathedram, San Juan XXIII)
(Encíclica Ad Petri Cathedram, San Juan XXIII)
Quienes
se proponen defender los derechos económicos del pueblo tienen en la doctrina
social cristiana. rectas y seguras normas, que, puestas debidamente en
práctica, bastarán para satisfacer esos derechos. Por lo cual nunca deben
acudir a los defensores de doctrinas condenadas por la Iglesia. Es verdad que
éstos atraen con falsas promesas. Pero en realidad allí donde ejercen el poder
público se esfuerzan con audacia temeraria en arrancar de las almas de los
ciudadanos los supremos valores espirituales, es decir, la fe cristiana, la
esperanza cristiana, los mandamientos cristianos. Asimismo restringen o
aniquilan completamente lo que exaltan hasta las nubes los hombres de hoy día,
a saber: la justa libertad y la verdadera dignidad debida a la persona humana.
De esta manera, se empeñan en echar por tierra los fundamentos de la
civilización cristiana.
(Encíclica Ad Petri Cathedram, San Juan XXIII)
(Encíclica Ad Petri Cathedram, San Juan XXIII)
Lo
cierto es que los poderes públicos en multitud de países ya han arrancado del
alma de los ciudadanos los supremos valores espirituales. O están en ello.
Con
razón afirma también nuestro predecesor Pío XII que la época actual se
distingue por un claro contraste entre el inmenso progreso realizado por las
ciencias y la técnica y el asombroso retroceso que ha experimentado el sentido
de la dignidad humana. «La obra maestra y monstruosa, al mismo tiempo, de
esta época, ha sido la de transformar al hombre en un gigante del mundo físico
a costa de su espíritu, reducido a pigmeo en el mundo sobrenatural y eterno»
(Radiomensaje navideño del 24 de diciembre de 1943; cf. Acta Apostolicae Sedis
36 (1944) p. 10).
Una
vez más se verifica hoy en proporciones amplísimas lo que afirmaba el Salmista
de los idólatras: que los hombres se olvidan muchas veces de sí mismos en su
conducta práctica, mientras admiran sus propias obras hasta adorarlas como
dioses: «Sus ídolos son plata y oro, obra de la mano de los hombres»
(Encíclica Mater et Magistra, 243-4, San Juan XXIII)
(Encíclica Mater et Magistra, 243-4, San Juan XXIII)
Cincuenta
y tres años después, estamos bastante peor.
Constitución
Apostólica Veterum Sapientia (San Juan
XXIII)
No
cito nada. Léanla entera. Analicen en qué se le ha hecho caso. Y saquen sus
propias conclusiones.
Hasta
aquí llega esta recopilación. Podría incluir también el magisterio de
Pablo VI y los papas posteriores, que ciertamente abundan en no pocos de los
puntos aportados por sus predecesores. Pero he preferido quedarme en el
Papa que nos trajo el último concilio.
Dios
ha hablado a su Iglesia y al mundo por medio de todos esos Papas.
A lo largo de la historia han existido Papas igual de firmes, contundentes y
proféticos. Pero sin duda, no ha habido nunca una sucesión de ellos tan
completa como la que el Señor nos ha regalado en el último siglo y medio. Lo
que advirtieron que pasaría si no se hacía caso a sus indicaciones, ha pasado.
Tanto en la Iglesia como en el mundo. Debemos volver a ellos, y a sus
enseñanzas, para encontrar la luz que nos ayude a salir de la situación.
Luis
Fernando Pérez Bustamante
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