Los textos que leemos este domingo hacen referencia al Espíritu, pero de muy diversa manera. Ninguno se puede entender al pie de la letra. Son teología que debemos descubrir más allá de la literalidad del discurso. Las referencias al Espíritu, tanto en el AT (377 veces) como en el NT no podemos entenderlas de una manera unívoca. Apenas podremos encontrar dos pasajes en los que tengan el mismo significado. Algo está claro: en muy pocas ocasiones podemos entenderlo como una entidad personal.
Pablo aporta una idea genial al hablar de los distintos órganos al servicio del cuerpo. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que la vida mantiene organizadas y da unidad a billones de células que vibran con la misma vida. Todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa cualquier forma de vida biológica. El evangelio de Juan escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas. Esas distintas "venidas" nos advierten de que en realidad, Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte.
No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión más completa de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu-Jesús-Dios. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su presencia física. Ahora, era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad.
El Espíritu es una realidad tan importante en nuestra vida espiritual, que nada podemos hacer ni decir si no es por él. Ni siquiera decir: "Jesús es el Señor" Ni decir "Abba", si no es movidos desde Él. Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que darme. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser.
Cada uno de los fieles está impregnado de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió a los discípulos. Solo la persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo tienen los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Somos conscientes de que, sin él, nada somos.
Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación "personal"; Se atreve a llamarlo papá, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar esa experiencia de Dios, para que nosotros lleguemos a la misma experiencia.
El Espíritu nos hace libres. "No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre". El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone el no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: "demonios", pecado, ley, ritos, teologías, intereses, miedos... El Espíritu es la energía integradora de cada persona y también la integradora de la comunidad.
A veces hemos pretendido que el Espíritu nos lleva en volandas desde fuera. Otras veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodándose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción, se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.
Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la donación del Espíritu. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios-Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dijo que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio. "El que quiera ser primero sea el servidor de todos." O, "no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, Maestro y Señor."
El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En el relato de Pentecostés, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es el amor, que todo el mundo puede comprender; lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el mensaje teológico. Dios-Jesús-Espíritu hace de todos los pueblos uno, "destruyendo el muro que los separaba, el odio". Durante los primeros siglos fue el Dios-Jesús-Espíritu el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción.
Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús, que seguía presente en ellos por el Espíritu. No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la cohesión interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir como comunidad.
Es muy difícil armonizar esta presencia del Espíritu en cada miembro de la comunidad con la obediencia, tal como se ha interpretado con demasiada frecuencia. En nombre de esa falsa obediencia, se ha utilizado la autoridad para hacer personas dóciles a los caprichos del superior de turno. En estos casos, no es la voluntad de Dios la que se busca, sino someter a los demás a la propia voluntad. La verdadera autoridad no se justifica por el Espíritu, sino por una necesidad de la comunidad humana.
"Obediencia" fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados, porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a su familia ni a los sacerdotes ni a la Ley ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: "mi alimento es hacer la voluntad del Padre". La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es nuestro verdadero ser.
El camino para salir de una falsa obediencia es que entremos en la dinámica de la escucha del Dios-Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto los superiores como los inferiores, tenemos que abrirnos al Espíritu y dejarnos guiar por él. Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia en nosotros de Dios-Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias pasadas, presentes y pretéritas de los demás. Creernos privilegiados con relación a los demás, anulará una verdadera escucha del Espíritu.
Teología católica y “teología adulta”
Se trata de dos teologías irreconciliables. Una es católica y
la otra, isamítica.
Para ésta última, el Espíritu Santo no es una Persona sino
una energía, no procede de ninguna parte ni tiene dones para dar a nadie. La fe
es tan solo una experiencia. La Iglesia no tiene autoridad y Cristo no fue
obediente.
Son errores impregnados de gnosticismo, panteísmo,
protestantismo, modernismo… Se trata de una contestación frontal de la fe
revelada.
¡Y con estas ideas que parecen salidas de la boca de Lucifer, los adeptos de la “teología adulta” celebran Pentecostes!
La teología
isamita pretende entender, abarcar y explicar algo inefable y misterioso como el
Espíritu Santo. Antes que nada, insinúa que no es una persona: “Las
referencias al Espíritu, tanto en el AT (377 veces) como en el NT no podemos
entenderlas de una manera unívoca. Apenas podremos encontrar dos pasajes en los
que tengan el mismo significado. Algo está claro: en muy pocas ocasiones
podemos entenderlo como una entidad personal”. Esas 377 referencias del
Antiguo Testamento no se refieren a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad
que es una revelación explícita y novedosa del Nuevo Testamento.
Pero insinuar
que no es persona es poco. Lo peor es afirmar que es “energía”: “El
Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras
de la persona humana: "demonios", pecado, ley, ritos, teologías,
intereses, miedos... El Espíritu es la energía integradora de cada persona y
también la integradora de la comunidad”. Dicen con todas las letras que
hay que liberarse de la teología (por lo tanto, liberarse también de la
teología “adulta”…) Diversas filosofías, sectas y cultos orientales y/o
“amazónicos” considern a Dios como una energía.
“Esas
distintas "venidas" nos advierten de que en realidad, Dios-Espíritu-Vida
no tiene que venir de ninguna parte”. Jesús nos dice en los Evangelios que
se va al Padre para enviarnos el Espíritu. Desde la esencia misma de la vida
divina nos es enviado el Espíritu. Pero para la teología isamita, el Espíritu
no viene de ninguna parte y por lo tanto no es susceptible de trasladarse. Además,
ni viene de ninguna parte ni va a ningún lado. No hay envío ni hay recepción
del Espíritu. ¿Por qué pretender explicar… ideologizar, el misterio inefable
que está tan bien esbozado en las Sagradas Escrituras? Ah! es que, dicen, no “se
puede entender al pie de la letra”. Entonces: libre examen, confusión y
viva la pepa. ¡Como los soberbios de la torre de Babel, ideal tan opuesto al de
Pentecostés!
“El
Espíritu no tiene dones que darme”… porque “hay que decir que nunca podrá
faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento”.
¡Al tacho de basura los siete dones del Espíritu Santo! Estos “teólogos”
confunden la creación de los seres racionales con su elevación a la vida
divina, lo que se hace por una gracia de Dios. La gracia es un don y la
creación también ¡Todo es don! Pero resulta que hay dones y dones. Lo que pasa
es que los “isamitas” dicen tener el espíritu y supuestamente están, como el
Padre, consubstanciados con él.
“Todo
el mensaje de Jesús se reduce a manifestar esa experiencia de Dios, para que
nosotros lleguemos a la misma experiencia”. No se puede reducir la fe,
“el mensaje de Jesús”, a una “experiencia” si bien que se la pueda y deba
experimentar. Es una realidad bien
concreta y razonable. ¿Cómo considerar al hombre/a (@)… como un mero ente de
impulsos y sentidos donde primen las vivencias? La inteligencia iluminada por
la fe debe llevar la delantera y no el sentimiento. El pecado original invirtió
el orden, poniendo la sensibilidad a mover la voluntad y condicionando así a la
inteligencia). Cristo vino a reestablecer el orden quebrado: Inteligencia,
voluntad, sensibilidad. Por lo tanto, cuidado con eso de “experiencia” que en
una noche oscura o en una aridez espiritual no se experimenta…
Ser libre es,
para el espíritu isamítico, no depender de nadie, no “esclavizarse” y hacer la
propia voluntad. Pues ese ideal es lo contrario del de la Virgen María que dijo
“Soy la esclava del Señor”. “El Espíritu tiene como misión hacernos ser
nosotros mismos. Eso supone el no dejarnos atrapar por cualquier clase de
esclavitud alienante”. Ser nosotros mismos: con todo el bagaje de
nuestros pecados y miserias. De nuestro orgullo por ejemplo… Qué fácil ¿no?
“Si
Dios-Espíritu está en lo más íntimo de todos y cada uno de nosotros, no puede
haber privilegiados en la donación del Espíritu”. Falso de toda
falsedad. Hay privilegios en la donación del Espíritu. Sino, miremos a la
Virgen Inmaculada y a los santos inocentes y penitentes. ¿Acaso El Che Guevara,
Hugo Chávez o Leónidas Proaños no han sido privilegiados en la óptica de su
teología adulta? ¡Sean coherentes!
Adentrándose en
su venenosa meditación, el autor, un tal Fray Marcos, en su afán de aguar el
compromiso personal del cual cada uno tendrá que dar cuentas a Dios en el
juicio paerticular, deja de lado a los individuos y los suplanta por la
comunidad: “El Espíritu es la fuerza de unión
de la comunidad”. Aquí es el auge de la mentalidad-ideología isamítica.
Y la conclusión
de esa visualización populista y masiificante es una crítica formal a la
Iglesia: “No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser comunidad
de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la cohesión
interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir como
comunidad”. Con ovejas (o lobos) como el autor y los lectores de estos
errores, ¿cómo prescindir de un cuerpo legislativo que corrija y que castigue,
y de una jerarquía que enseñe y que gobierne?
A medida que el
artículo se acerca al fin, las herejías se hacen más explícitas: “Es
muy difícil armonizar esta presencia del Espíritu en cada miembro de la
comunidad con la obediencia, tal como se ha interpretado con demasiada
frecuencia. En nombre de esa falsa obediencia, se ha utilizado la autoridad
para hacer personas dóciles a los caprichos del superior de turno.” La
“teología adulta” es alérgica a la obediencia, detesta la sumisión y pregona la
revolución. Además “de turno” no está solo el que manda sino también el que
obedece… o desobedece.
Para no
eternizarnos en consideraciones, digamos que Dios se rebela a los que le
obedecen. Esto está nítidamente dicho en las Sagradas Escrituras. A los
desobedientes no se rebela. Jesús dijo: "El que me ama, obedecerá mi
palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él. El que no me
ama, no obedece mis palabras. Pero estas palabras que ustedes oyen no son mías
sino del Padre, que me envió”. Juan 14:23-24. Amor es una palabra que requiere
acción, y resulta en obediencia y en deseo de agradar a Dios.
Baste eso para
desacreditar lo que estos pretendidos “teólogos” de fe adulta nos quieren hacer
pasar como verdadero; ellos no están en la verdad porque Dios no está con
ellos. Ante tanta autosuficiencia no
queda más que proclamar con fuerza: “¡viva la obediencia!”.
Por fin, llegan
a blasfemar al decir que Jesús no fue obediente: “descubrimos que no fue obediente
en absoluto, ni a su familia ni a los sacerdotes ni a la Ley ni a las
autoridades civiles”. Este es su “Jesús histórico de Nazaret”, opuesto
al de los Evangelios; se trata de un vulgar Che Guevra.
El Redentor del
mundo estuvo sometido a sus padres, fue respetuoso de sacerdotes y escribas
(aunque no congeniara con ellos) mandó dar al Cesar lo que le corresponde y
dijo que no solo no cambiaría ni una coma de la ley, sino que venía a cumplirla
en plenitud. “Jesús no fue obediente en
absoluto”… En vez de citar el dulce nombre de Jesús, hay que poner en su
lugar el de lucifer; ahí la frase tiene sentido. O sino, poner el nombre de
Fray Marcos, aunque sería demasiado excesivo y poco amable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario