Por Guillermo A. Cochez*
El anuncio de la renuncia del papa Benedicto XVI ha conmocionado al mundo; algo inusual en una sociedad tan apegada a los honores y a los bienes terrenales.
Esa conmoción se asemeja a la incertidumbre y desasosiego que existe en Venezuela tras más de 60 días en que nadie con mediana certeza sabe sobre la salud de su Presidente, desaparecido del escenario público, secuestrado en un hospital cubano, donde se oculta su estado de salud.
La humildad del Pontífice que se retira a orar y a vivir en un monasterio contrasta con la soberbia de quienes pensaron que serían eternos; que gobernarían hasta el año 2021; que para ganar una elección en octubre pasado llegaron hasta el fraude de afirmar que había sido curado del maligno cáncer que le afectaba.
La razón principal de la separación del Santo Padre es el sentirse cansado y agobiado como para seguir gobernando un ente tan complejo como lo es la Iglesia Católica, Apostólica y Romana; ha actuado con responsabilidad y coraje.
Lo propio de un gobernante comprometido con su pueblo, en este caso sus feligreses.
Ha decidido dejar a sus 85 años todo lo que tenía detrás para dedicar sus últimos días a la entrega total a la oración.
El Papa nos ha hablado con la bondad y la sinceridad que siempre caracterizó sus casi ocho años al frente del Vaticano.
Así como comenzó su reinado, lo terminará cuando se vaya el próximo 28 de febrero.
Mientras, en el otro extremo nos encontramos con todo lo contrario: la mentira sistemática, la promoción del odio, el engaño de los más humildes que a cambio de prebendas le ofrecieron el cielo y la tierra, a sabiendas de que ello los llevaría a la destrucción del país, tal como está ocurriendo.
A sabiendas que lo que hacían solo beneficiaban a sus familiares, amigos y partidarios.
Poco les importó cómo se afectó la vida cívica de su país; cómo patrocinaron la violencia y la inseguridad; cómo minaron los cimientos del profesionalismo militar.
Ahora, unos pocos, dentro y afuera y sin saber qué hacer, se aprovechan del calamitoso estado de su antiguo líder para seguir lucrando de él ante su moribunda ausencia.
Ambos pasarán a la historia.
Benedicto XVI como el Pontífice que sembró el amor y mantuvo la unidad dentro de la Iglesia Católica.
Hugo Rafael Chávez Frías, como el caudillo que cosechó la división de la sociedad venezolana con el permanente odio y la rencilla que tanto se ocupó en sembrar.
Que Dios, con su infinita misericordia, se compadezca de ambos. [©FIRMAS PRESS]
*Embajador de Panamá ante la OEA
(Julio 2009-Enero 2013)
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