En estos días, Raúl Castro fue reconfirmado en su puesto vitalicio de presidente del gobierno de Cuba y Benedicto XVI fue despedido en medio de ovaciones de entusiasmo filial y contando con el apoyo de todos los católicos del mundo que son más de mil doscientos millones.
Hagamos una reseña de lo que vemos en nuestro continente: Obama ya está en su segundo mandato, Chávez en su tercero, Correa en su segundo (y esperemos que no se eternice…), los Castro de Cuba en su vigésimo (o algo así) tiránico mandato. El guerrillero Ortega de Nicaragua está en su tercer mandato. Cristina en Argentina pretende seguir y va también por el tercero (entre Néstor y ella). Menos mal que en Paraguay el isamita y ex obispo Fernando Lugo fue depuesto en buena hora y su sucesor, Federico Franco, llamó a elecciones y deja oportunamente el poder.
Salvo el ejemplo paraguayo y algunos otros que se cuentan con los dedos de una mano, en nuestro continente los cuadros políticos no se renuevan mientras las arcas se van vaciando y la opinión pública no tiene más remedio que votar, en el mejor de los casos, por un mal menor... Eso sin hablar de todo lo que entra de manipulación en las campañas electorales y de fraude en los conteos de votos.
El Papa de Roma va en sentido opuesto a esta manía de instalarse: ni siquiera espera su muerte y en un gesto tan noble sale antes de tiempo, reconoce sus limitaciones y da lugar a que se realice una nueva elección. ¡Qué lindo ejemplo!
Nuestras jóvenes repúblicas tartamudean irresponsablemente; y la barca de Pedro lleva ya veinte siglos navegando en los mares agitados del mundo, siendo tan sabiamente capitaneada por hombres providenciales.
Nuestras jóvenes repúblicas tartamudean irresponsablemente; y la barca de Pedro lleva ya veinte siglos navegando en los mares agitados del mundo, siendo tan sabiamente capitaneada por hombres providenciales.
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