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domingo, 4 de octubre de 2015

Santos sin aureola

Ciertos “católicos” norteamericanos (de corte isamita) se han opuesto a la canonización del incansable misionero franciscano español fray Junípero Serra, que evangelizó California y otros lugares de Norte América. Al flamante santo canonizado le llaman genocida, cuando en realidad fue un apóstol y un protector de los indios.

"Las misiones eran cárceles y campos de exterminio para mi gente", escribió Andrew Salas, presidente tribal de la nación Kizh, de la Misión de San Gabriel, una de las nueve misiones que fundó San Junípero Serra.

También en Ecuador, hay quien piense que la labor misionera en la época de la conquista y de la colonización fue nefasta. Lo que hubiesen querido es que los españoles que nos traían la fe, se pervirtiesen al paganismo precolombino.

Cuando el papa Francisco vino recientemente a Ecuador, algunos movimientos de indígenas criticaron que no los recibió ni los escuchó. También hubo seudo-selvícolas que pensaron lo mismo en Bolivia y en Paraguay. ¿Pero qué pretendían? En vez de aprender tanta cosa que el papa nos trasmitió por palabras y por gestos, ambicionaban catequizarlo con sus creencias idolátricas y rituales salvajes. ¡Cuánta arrogancia y arbitrariedad en querer dar lecciones al Sumo Pontífice en lugar de ponerse humildemente a recitar el Credo!

Curiosamente, los que fueron de la pastoral indígena de Sucumbíos, el columnista de El telégrafo Pedro Pierre de y gente de ese perfil, se quedó calladita en esta materia, ya que esperaban sacar provecho de la venida de Francisco al pretenderlo compinche de su fracasada ideología.

Estas personas que reniega de su bautismo  (o se resisten a recibirlo) no aceptan a ciertos santos canonizados como los contemporáneos Juan Pablo II o Josemaría Escribá, o los antiguos  San Pío V o San Toribio que en su tiempo fueron inquisidores; o a San Luis rey de Francia o a San Fernando de Castilla que fueron reyes y participaron de las cruzadas contra los mahometanos. No sosegarán hasta lograr “descanonizarlos” (aunque no exista esa práctica en nuestra Iglesia infalible)  y, por fin, coronarán sus pretensiones “canonizando” al Ché Guevara, a Hugo Chávez o a Martín Lutero. O al propio Lucifer.

¡A que derivas delirantes lleva el pecado de orgullo y la consecuente  apostasía de la fe!

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