Ya
se ha establecido una tradición -“tradición” de poco más de un
año… (hace pensar en lo que los isamitas llaman la “tradición
de la iglesia latinoamericana” que cuenta solo desde Medellín y no
desde los albores de la evangelización que fue hace más de
quinientos años); se ha establecido, decíamos, una tradición en
este blog: que se comenten los artículos del columnista de El
Telégrafo Pedro Pierre. Este oscuro personaje no es un columnista
más. Se trata de un sacerdote católico extranjero, aunque no
sabemos gran cosa de su vida anterior, como dónde estudió, quién
lo ordenó, de qué diócesis viene y a qué Obispo responde (seguro
que a Monseñor Arregui no…)
Su
ideología resentida, su formal apostasía de la fe y su
desconocimiento grosero de la historia y del sentido común, son
proverbiales. En el último artículo llamado “Unidad en la
diversidad” queda patente lo que se acaba de afirmar. Solo unas
frases son más que suficientes para reconocer su nulidad mental y
espiritual:
“¿Qué
lecciones podemos sacar de este acontecimiento?
(se refiere
a las canonizaciones de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, aunque
el columnista las llame “beatificaciones”…)
Con el paso de los siglos y de los dos papas anteriores a Francisco,
se nos quería llevar a una unidad uniforme, un pensamiento único,
una obediencia total, una seguridad infalible: el pasado era lo mejor
de lo mejor”.
Un
niño de escuela primaria nunca sacaría lecciones semejantes. En
primer lugar, este “sacerdote” opone todos los siglos pasados y
los dos papas anteriores, al papa Francisco. Lo que redunda en decir
que Francisco no es católico, que es un sectario, como lo es él,
Pedro Pierre, y sus compinches de isamis, que creen en una iglesia
nueva y popular nacida del Concilio Vaticano II y de Medellín. ¿Cómo
se puede escribir semejante aberración? Esa afirmación importa en
negar el magisterio siempre límpido de la madre Iglesia,
independiente de si el papa de turno se llame Pío, Juan o Benedicto.
Pero este personaje no la tiene por madre, ni siquiera por madrastra:
la tiene por enemiga. Sino, veamos:
“Se
nos quería llevar a la unidad uniforme”.
Hablemos claro: La palabra unidad proviene del término en
latín "unitas" y
designa la calidad de lo que es único e indivisible. Unidad también
se refiere a la unión de componentes con una cierta homogeneidad o
identidad. ¡Sino no hay unidad! Así es la fe en nuestra Iglesia. No
así la fe en la secta de Pedro Pierre. Él quisiera no una unidad
sino el caos libertario. Lo afirma claramente después:
“Un
pensamiento único”.
¿Es concebible un pensamiento relativista si acatamos amorosamente
el magisterio, los dogmas e incluso la voluntad de los superiores?
Porque a los obispos y a los superiores religiosos los sacerdotes
deben obediencia y no pueden pensar ni hacer lo que se les antoja.
Seguro que en El Telégrafo le exigen al columnista Pierre
uniformidad y coherencia de pensamiento: nunca habrá un artículo
con una crítica al Che Guevara, al gobernante actual o Gonzalo López
Marañón. Pero lo que vale para el periódico guayaquileño no puede
valer para la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
“Una
obediencia total”.
La obediencia es total o no es obediencia. Una “obediencia” a
medias es probablemente lo que practicó al inicio de su camino este
padrecito francés cuando era joven, para después transformarse, en
su ancianidad, en la rebelión total que hoy profesa. La “totalidad”
tiene mano pero no contramano.
“Una
seguridad infalible”.
La infalibilidad de la Iglesia es una garantía y un descanso para el
espíritu. Además es un dogma de fe que hay que acatar so pena de
excluirse de la comunión. Pues eso es lo que hace este gurú del
relativismo. Él quiere navegar en aguas turbias y envenenadas por el
error, más o menos como están las aguas de nuestros ríos
amazónicos infectadas por el petróleo. Pero mucho peor que esa
contaminación es la herejía, el cisma y la apostasía.
“El
pasado era lo mejor de lo mejor”.
Esta frase es también totalmente incongruente y, una vez más, un
niño de primaria no la escribiría. Quiere decir todo y no quiere
decir nada. Ciertamente el presente es válido en la medida que
recoge del pasado la riqueza de sus experiencias. La visión de este
columnista es de corte marxista, pues pone en lucha el pasado, el
presente y el futuro, cosas que deben integrarse armoniosamente. Lo
eterno, por supuesto, no existe para él. Odia el pasado, el futuro
es utopía y la eternidad, fábula. Ese es su presente.
“Unidad
en la diversidad” proclama Pedro Pierre, él que hace causa común
con el pensamiento único, la uniformidad excluyente, la disciplina
sectaria y la suficiencia impenitente de Isamis. Ellos siguen
afirmando, respecto a sus “cuarenta años” pasados, que “era lo
mejor de lo mejor”.
La
conclusión de su artículo es significativa: “Los que conformamos
la Iglesia de los Pobres nos sintamos confirmados en nuestra
fidelidad”. Su “iglesia” se llama “Iglesia de los Pobres”.
Hay más de mil iglesias y confesiones cristianas en el mundo. En
Ecuador, la Católica es la que congrega el mayor número de
cristianos. La que menos seguidores tiene es Isamis (Iglesia San
Miguel de Sucumbíos).
¡Qué
lamentable que tengamos que leer en El Telégrafo este tipo de
literatura!
A continuación el artículo que comentamos:
Unidad en la diversidad
Pedro Pierre
Las beatificaciones de los papas Juan
23 y Juan Pablo 2° han dejado muchas gentes felices, pero también
interrogantes y críticas. De hecho, sorprende ver subir a los
altares a dos papas bien distintos, para no decir opuestos: uno que
reunió un concilio para actualizar la Iglesia y otro que prefirió
un regreso al pasado.
El fallecido cardenal Martini,
arzobispo de Milano en Italia, llegó a afirmar: “Era un hombre de
Dios y servidor fiel de la Iglesia, pero no es necesario hacerlo
santo. Tendría que haberse retirado antes…”. La renuncia del
papa Benedicto dejó en claro que este camino estaba llevando a la
Iglesia en un callejón sin salida y que era mejor cerrar este
capítulo para emprender otro camino. Es lo que hicieron el Espíritu
Santo y los cardenales al elegir al papa Francisco. En cuanto a las
beatificaciones hechas, hay que respetar la actuación del obispo de
Roma y primado en la unidad.
¿Qué lecciones podemos sacar de este
acontecimiento? Con el paso de los siglos y de los dos papas
anteriores a Francisco, se nos quería llevar a una unidad uniforme,
un pensamiento único, una obediencia total, una seguridad infalible:
el pasado era lo mejor de lo mejor. El papa Juan 23 quiso hacer
escuchar otra voz: que la Iglesia tenía que volver al mensaje de
Jesús, a la construcción del Reino y a la liberación de los
pobres. Había afirmado en vísperas del Concilio que “frente a los
países en desarrollo, la Iglesia es y debe ser la Iglesia de los
Pobres”. Su proclama quedó como la de Juan Bautista, el primo
precursor de Jesús, como “una voz que clama en el desierto”.
Poco eco encontró como mucha oposición desde las más altas esferas
del Vaticano.
Con la beatificación del Juan 23 y la
elección de Francisco, se nos dice que hay otra y mejor manera de
seguir a Jesús para que la Iglesia no caiga en completa decadencia.
La tradición de la Iglesia debe ser respetada: eso es lo que nos
confirma la beatificación de Juan Pablo 2°, pero no puede ser la
única y exclusiva manera de seguir a Jesús hoy. Los papas Juan 23 y
Francisco nos dicen que hay otras maneras legítimas y más
evangélicas de ser Iglesia en la actualidad.
Que los que conformamos la Iglesia de
los Pobres nos sintamos confirmados en nuestra fidelidad, acompañados
por el testimonio de miles de mártires de América Latina, a los
caminos abiertos en nuestro continente por el Concilio, las
Comunidades Eclesiales de Base, la opción por las causas de los
pobres y la Teología de la Liberación. ¡Bendito sea Dios!
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