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miércoles, 7 de mayo de 2014

Saquemos lecciones…

Ya se ha establecido una tradición -“tradición” de poco más de un año… (hace pensar en lo que los isamitas llaman la “tradición de la iglesia latinoamericana” que cuenta solo desde Medellín y no desde los albores de la evangelización que fue hace más de quinientos años); se ha establecido, decíamos, una tradición en este blog: que se comenten los artículos del columnista de El Telégrafo Pedro Pierre. Este oscuro personaje no es un columnista más. Se trata de un sacerdote católico extranjero, aunque no sabemos gran cosa de su vida anterior, como dónde estudió, quién lo ordenó, de qué diócesis viene y a qué Obispo responde (seguro que a Monseñor Arregui no…)

Su ideología resentida, su formal apostasía de la fe y su desconocimiento grosero de la historia y del sentido común, son proverbiales. En el último artículo llamado “Unidad en la diversidad” queda patente lo que se acaba de afirmar. Solo unas frases son más que suficientes para reconocer su nulidad mental y espiritual:

¿Qué lecciones podemos sacar de este acontecimiento? (se refiere a las canonizaciones de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, aunque el columnista las llame “beatificaciones”…) Con el paso de los siglos y de los dos papas anteriores a Francisco, se nos quería llevar a una unidad uniforme, un pensamiento único, una obediencia total, una seguridad infalible: el pasado era lo mejor de lo mejor”.

Un niño de escuela primaria nunca sacaría lecciones semejantes. En primer lugar, este “sacerdote” opone todos los siglos pasados y los dos papas anteriores, al papa Francisco. Lo que redunda en decir que Francisco no es católico, que es un sectario, como lo es él, Pedro Pierre, y sus compinches de isamis, que creen en una iglesia nueva y popular nacida del Concilio Vaticano II y de Medellín. ¿Cómo se puede escribir semejante aberración? Esa afirmación importa en negar el magisterio siempre límpido de la madre Iglesia, independiente de si el papa de turno se llame Pío, Juan o Benedicto. Pero este personaje no la tiene por madre, ni siquiera por madrastra: la tiene por enemiga. Sino, veamos:

Se nos quería llevar a la unidad uniforme”. Hablemos claro: La palabra unidad proviene del término en latín "unitas" y designa la calidad de lo que es único e indivisible. Unidad también se refiere a la unión de componentes con una cierta homogeneidad o identidad. ¡Sino no hay unidad! Así es la fe en nuestra Iglesia. No así la fe en la secta de Pedro Pierre. Él quisiera no una unidad sino el caos libertario. Lo afirma claramente después:

Un pensamiento único”. ¿Es concebible un pensamiento relativista si acatamos amorosamente el magisterio, los dogmas e incluso la voluntad de los superiores? Porque a los obispos y a los superiores religiosos los sacerdotes deben obediencia y no pueden pensar ni hacer lo que se les antoja. Seguro que en El Telégrafo le exigen al columnista Pierre uniformidad y coherencia de pensamiento: nunca habrá un artículo con una crítica al Che Guevara, al gobernante actual o Gonzalo López Marañón. Pero lo que vale para el periódico guayaquileño no puede valer para la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Una obediencia total”. La obediencia es total o no es obediencia. Una “obediencia” a medias es probablemente lo que practicó al inicio de su camino este padrecito francés cuando era joven, para después transformarse, en su ancianidad, en la rebelión total que hoy profesa. La “totalidad” tiene mano pero no contramano.

Una seguridad infalible”. La infalibilidad de la Iglesia es una garantía y un descanso para el espíritu. Además es un dogma de fe que hay que acatar so pena de excluirse de la comunión. Pues eso es lo que hace este gurú del relativismo. Él quiere navegar en aguas turbias y envenenadas por el error, más o menos como están las aguas de nuestros ríos amazónicos infectadas por el petróleo. Pero mucho peor que esa contaminación es la herejía, el cisma y la apostasía.

El pasado era lo mejor de lo mejor”. Esta frase es también totalmente incongruente y, una vez más, un niño de primaria no la escribiría. Quiere decir todo y no quiere decir nada. Ciertamente el presente es válido en la medida que recoge del pasado la riqueza de sus experiencias. La visión de este columnista es de corte marxista, pues pone en lucha el pasado, el presente y el futuro, cosas que deben integrarse armoniosamente. Lo eterno, por supuesto, no existe para él. Odia el pasado, el futuro es utopía y la eternidad, fábula. Ese es su presente.

Unidad en la diversidad” proclama Pedro Pierre, él que hace causa común con el pensamiento único, la uniformidad excluyente, la disciplina sectaria y la suficiencia impenitente de Isamis. Ellos siguen afirmando, respecto a sus “cuarenta años” pasados, que “era lo mejor de lo mejor”.

La conclusión de su artículo es significativa: “Los que conformamos la Iglesia de los Pobres nos sintamos confirmados en nuestra fidelidad”. Su “iglesia” se llama “Iglesia de los Pobres”. Hay más de mil iglesias y confesiones cristianas en el mundo. En Ecuador, la Católica es la que congrega el mayor número de cristianos. La que menos seguidores tiene es Isamis (Iglesia San Miguel de Sucumbíos).

¡Qué lamentable que tengamos que leer en El Telégrafo este tipo de literatura! 

A continuación el artículo que comentamos:

Unidad en la diversidad
Pedro Pierre
Las beatificaciones de los papas Juan 23 y Juan Pablo 2° han dejado muchas gentes felices, pero también interrogantes y críticas. De hecho, sorprende ver subir a los altares a dos papas bien distintos, para no decir opuestos: uno que reunió un concilio para actualizar la Iglesia y otro que prefirió un regreso al pasado.
El fallecido cardenal Martini, arzobispo de Milano en Italia, llegó a afirmar: “Era un hombre de Dios y servidor fiel de la Iglesia, pero no es necesario hacerlo santo. Tendría que haberse retirado antes…”. La renuncia del papa Benedicto dejó en claro que este camino estaba llevando a la Iglesia en un callejón sin salida y que era mejor cerrar este capítulo para emprender otro camino. Es lo que hicieron el Espíritu Santo y los cardenales al elegir al papa Francisco. En cuanto a las beatificaciones hechas, hay que respetar la actuación del obispo de Roma y primado en la unidad.
¿Qué lecciones podemos sacar de este acontecimiento? Con el paso de los siglos y de los dos papas anteriores a Francisco, se nos quería llevar a una unidad uniforme, un pensamiento único, una obediencia total, una seguridad infalible: el pasado era lo mejor de lo mejor. El papa Juan 23 quiso hacer escuchar otra voz: que la Iglesia tenía que volver al mensaje de Jesús, a la construcción del Reino y a la liberación de los pobres. Había afirmado en vísperas del Concilio que “frente a los países en desarrollo, la Iglesia es y debe ser la Iglesia de los Pobres”. Su proclama quedó como la de Juan Bautista, el primo precursor de Jesús, como “una voz que clama en el desierto”. Poco eco encontró como mucha oposición desde las más altas esferas del Vaticano.
Con la beatificación del Juan 23 y la elección de Francisco, se nos dice que hay otra y mejor manera de seguir a Jesús para que la Iglesia no caiga en completa decadencia. La tradición de la Iglesia debe ser respetada: eso es lo que nos confirma la beatificación de Juan Pablo 2°, pero no puede ser la única y exclusiva manera de seguir a Jesús hoy. Los papas Juan 23 y Francisco nos dicen que hay otras maneras legítimas y más evangélicas de ser Iglesia en la actualidad.
Que los que conformamos la Iglesia de los Pobres nos sintamos confirmados en nuestra fidelidad, acompañados por el testimonio de miles de mártires de América Latina, a los caminos abiertos en nuestro continente por el Concilio, las Comunidades Eclesiales de Base, la opción por las causas de los pobres y la Teología de la Liberación. ¡Bendito sea Dios!


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