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miércoles, 16 de julio de 2014

La pobreza… de Pedro Pierre

Quien lee el título del artículo “La pobreza europea” escrito por un “sacerdote” (?!), lógicamente puede pensar que se trata de constatar una evidencia: La pobreza europea es de aquello de lo que en América Latina somos ricos: la fe. Tan es así, que hasta los ateos concuerdan en esto.

La verdadera pobreza europea -y especialmente la pobreza del país del columnista…- es el materialismo craso y el vacío de espiritualidad que domina la vida pública y privada de las personas. “Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los estados e impregnaba las relaciones sociales” (León XIII). Ese tiempo es, por supuesto, anterior a la revolución francesa de la que nos vienen tantos equívocos y males y de la que es fruto el columnista en cuestión.

Los tan mentados” derechos humanos” (de “los y las” personas, dirían los isamitas), están ya proclamados en la montaña de las bienaventuranza y en las obras de misericordia, y nada tienen que ver con las manos ensangrentadas y las armas imperialistas de un Robespierre o de un Napoléon, prefiguras de Stalin y de Hitler.

Hubiera sido mejor que una reflexión de este tipo (economía, sueldos, bancos, desempleo, etc.) la tratase un especialista o, al menos, un conocedor de la materia. No un demagogo cuya talla intelectual y moral no le dio ciudadanía en su país de origen, viniendo a refugiarse entre nosotros y, especialmente, (es su ilusión, al menos la que nos vende…) entre indígenas y campesinos a los cuales les ofrece sus “espejitos”, como algunos conquistadores de la época de los descubrimientos.

El bien vivir y el respeto a la naturaleza, invocados por Pedro Pierre como si fuesen un culto litúrgico-religioso, no son más que consecuencias del amor a Dios y al prójimo y del respeto a la creación, espejo de las perfecciones divinas. Es la añadidura prometida en el Evangelio. Primero hay que buscar el Reino de Dios.

Su visión “monetarista” del problema de la pobreza, es la de los llamados “teólogos” de la liberación, que cuando les conviene se “liberan” del dinero (de los otros) y cuando no, lo usufructúan para sus fines oscuros.

Este columnista francés no piensa en español (mucho menos en nuestras lenguas autóctonas) y en el momento de escribir, traduce mal su pobre pensamiento. No es la primera vez que lo hace. El Telégrafo debería, por respeto a sus lectores, exigir coherencia y elegancia en los escritos de la página de opinión. En todo caso, esta vez escribe “Por estas razones sigue el despojo de estos países por las antiguas colonias europeas”. El despojo no sería “por las antiguas colonias” sino “de las antiguas metrópolis a sus antiguas colonias”… Pero bueno, esta falta es mínima al lado de la falta mayor de tener y de difundir una ideología trasnochada. El “Decano de la prensa ecuatoriana” merece más.

Por fin, como para bautizar su pensamiento laico y aconfesional, se refiere a los primeros cristianos diciendo que lo ponían todo en común. ¡Qué hipocresía! Que le pida a su admirado Fidel Castro que ponga en común sus lujos.

Hoy, como ayer, la riqueza de los cristianos no es un bolsillo o una panza llena de dólares o de comida. Tampoco lo es un patrimonio material puesto en común. Es la fe cristiana (¡católica!), esa que va abandonando progresivamente Europa.

“No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda!” (Hechos 3, 6), dijo San Pedro al paralítico del templo.

Al comuno-columnista Pedro Pierre le decimos también “Anda”… Anda de vuelta al lugar de donde nunca deberías haber salido y déjanos en paz con el Jesús de nuestros padres.


A continuación copiamos el artículo que hemos comentado:

La pobreza europea
Pedro Pierre
Al cambiar de continente, cambia también la noción de pobreza. En Ecuador, son reconocidos pobres las y los que reciben un salario inferior a los 300 dólares por mes. En Europa las cuentas son muy distintas. Por ejemplo, en Francia, se reconoce que 14% de la población es pobre porque vive con menos de 1.000 dólares al mes: eso representa casi 9 millones de personas. Entre estas hay unos 5 millones de desempleados, o sea, 12% que reciben una ayuda del Estado. En Francia, el salario mínimo mensual es superior a 1.600 dólares. En España, el desempleo llega a 25%, o sea que una de cuatro personas está desempleada; entre los jóvenes de menos de 25 años ¡el 50% está desempleado!
Curiosamente, en Europa la prioridad de los gobiernos no es el desempleo, sino los bancos que reciben centenares de millones de dólares sin discontinuar. A pesar de la crisis provocada por este apoyo casi incondicional a los bancos, Europa y Estados Unidos mantienen un nivel de vida superior a lo que producen y venden: es decir viven muy por encima de sus medios. ¿Quiénes pagan la diferencia? Principalmente los países de África y América Latina, por el comercio injusto, los intereses de los préstamos, los tratados de libre comercio. Por estas razones sigue el despojo de estos países por las antiguas colonias europeas. Mientras no se ponga en marcha un sistema de solidaridad en la misma Europa y entre Europa y África, principalmente, el problema seguirá empeorando.
Pero poco se puede esperar de los países del norte, a pesar de numerosos grupos que trabajan para que las relaciones internacionales cambien, comenzando por sus propios países: muchas instituciones fomentan la toma de conciencia de la realidad y la solidaridad efectiva. Positivamente, también las reuniones internacionales dan una atención particular a las propuestas del Bien Vivir de los pueblos indígenas latinoamericanos. Se trata de un mayor respeto a la naturaleza y un modo de vivir en armonía con ella y en solidaridad entre regiones y países latinoamericanos. Todavía queda mucho por hacer: el consumismo y el individualismo son los grandes impedimentos que nos hacen gastar muchas cosas que no son necesarias y nos hacen olvidar el resto.
Los cristianos estamos lejos de vivir lo que nos proponen como modelo las primeras comunidades cristianas. “Todo lo tenían en común… No había entre ellos ningún necesitado”. Por eso tal vez estamos, los cristianos cómodos e individualistas, poco creíbles para los jóvenes y las nuevas generaciones.



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