Un blog isamita publica un artículo del
“teólogo” Leonardo Boff, ex fraile franciscano y hoy tierno abuelito. http://sucumbiosecuadorpaz.blogspot.com/2016/01/el-annus-nefastus-2015-no-invalida-la.html
El artículo se refiere al año 2015 al que
califica de “annus nefastus”. Curioso el uso del latín… ¿lo habrá usado en sus
Misas cuando era católico?
¿Cuáles son las causas de calificar al año
que pasó como nefasto? Básicamente tres: los daños al ecosistema, el terrorismo
y sus secuelas, entre las cuales que llegó a transformar a EE UU en un “estado
terrorista” (?) y la corrupción en la Petrobras y el consecuente desprestigió
del PT (partido de los trabajadores de la presidenta Russef)
En las antípodas de estas consideraciones
está lo que dice otro articulista que conocimos bien; se trata del Padre Rafael
Ibarburen que fuera Administrador Apostólico en Lago Agrio, nada del gusto de
isamitas y congéneres. Para él, el año
que pasó no fue “nefastus” aunque se dieron cosas bien tristes y graves que no
preocupan para nada al “teólogo” liberacionista y pachamamero. De este site
reproducimos su artículo: http://www.opera-eucharistica.org/espa%C3%B1ol/espiritualidad/mensaje-del-asistente-eclesi%C3%A1stico/
Leer los signos de los tiempos
P. Rafael Ibarguren EP – Asistente Eclesiástico
De la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas
de la Iglesia
Ha
concluido el año 2015 que, junto con algunos buenos logros, nos trajo
grandes calamidades. De tal manera la realidad grita que no es el caso de dar ejemplos.
Al hablar de catástrofes, naturalmente nos vienen a la mente las
guerras, los cataclismos naturales, los accidentes fatales, la corrupción… Pero
todo eso no ha sido lo peor. Ha habido algo más grave: fueron los sacrilegios
contra la Eucaristía.
Una onda sorprendente de atentados a Jesús Hostia empañó al mundo en los
diversos continentes durante el año que pasó. Con honrosísimas excepciones, el
mundo permaneció insensible y continuó indiferente ante esos hechos públicos que
clamaron al cielo. La humanidad no ha querido ver en profundidad y, por lo
mismo, se ha dispensado de reparar a la altura. Los crímenes de lesa majestad,
los magnicidios, que en todo tiempo y lugar han conmocionado a la opinión, al
ser perpetrados contra el Rey de reyes y Señor de señores… son como si no
hubieran existido: el sol no perdió su brillo, los días siguieron sucediéndose,
y la gente continuó a vivir… a pecar.
Una rápida consulta en internet nos muestra que se dieron profanaciones de
hostias consagradas en diversos lugares de España, Irlanda, Argentina, México,
Ecuador, Colombia, Venezuela, Estados Unidos, Francia, Italia, Chile, India,
Perú, Nicaragua, Filipinas, Brasil... la lista es todavía más extensa. En cada
caso hubo detalles diferentes de maldad, pero es el mismo odio a Jesús
Sacramentado que se hizo presente en todos ellos. Odio estulto, odio gratuito,
odio satánico. (No hablamos aquí del sacrilegio que se comete recibiendo la
comunión en pecado mortal; es imposible medir la extensión de esa odiosa
práctica).
Quizá el más grave de los sacrilegios noticiados, haya sido el ocurrido en
Pamplona, España: doscientos cuarenta y dos hostias consagradas robadas, fueron
expuestas para ser visitadas en el ayuntamiento, formando una palabra ignominiosa,
todo ello por obra de un supuesto “artista” plástico. Este sacrilegio no sólo
ha quedado impune, sino que suscitó nuevas burlas y ataques contra la
eucaristía y los símbolos cristianos que también se van
realizando sin mayores consecuencias.
Estamos en presencia de un característico signo de los tiempos. Los signos
deben ser leídos e interpretados, ya que reflejan una realidad profunda y, a la
vez, son preanuncio de lo que pueda venir. Ciertos hechos protuberantes que
estallan de repente, son la parte visible de un iceberg enorme que se ha
dilatado por debajo de las aguas.
Pero el signo que se manifiesta e interpela, no es solo el sacrilegio en sí.
Claro que también lo es, y lo es por excelencia. Más, igualmente es un signo
grave la insensibilidad de la mayoría de la gente, y de los fieles en
particular. En todos los lugares profanados se hacen actos de reparación; es lo
que se debe hacer. Pero ¿Cuántos participan? ¿Con qué calor? ¿Cuál es el cambio
de vida en las almas amantes de la Eucaristía y realmente indignadas? Todo eso,
está por verse…
Estamos en el Año Jubilar de la Misericordia en que se ha dado a varios
sacerdotes la potestad de perdonar los pecados reservados a la Sede Apostólica,
entre otros, las profanaciones al Sacramento Eucarístico. Algunos de esos
pecados son un hecho y están a la vista de todos; nos preguntamos ¿se hace
igualmente patente el arrepentimiento? Es verdad que se trata del fuero íntimo
de las personas, y que de lo interno la Iglesia no juzga. ¡Quiera Dios que los
profanadores que aspiran al perdón… ¡si es que los hay! tengan sinceras
disposiciones de dolor y de enmienda!
El Cardenal Cañizares, Arzobispo de Valencia, España, presidió a mitad de año
en su catedral, una Misa de desagravio por el hurto sacrílego de un cáliz y un
copón con hostias consagradas en un hospital de su diócesis. En su homilía,
exhortó a multiplicar las capillas de Adoración Eucarística como respuesta a la
grave ofensa contra el Sacramento ¡Qué propuesta oportuna!
La proliferación de capillas de adoración y el aumento de fieles que se rinden
a los pies de la Eucaristía, sería un formidable signo de los tiempos que
raparía tanto mal cometido y establecería de alguna manera el equilibrio en la
relación Creador-creaturas, aplacando a un Dios celoso (Ex. 20, 5; Deut. 4, 24)
y airado (Rom. 1, 18; Sal. 7, 12-14; Is. 48, 9). Un Dios que es infinitamente
misericordioso y deseoso de que todos se salven, aunque no todos acojan su
misericordia ni se empeñen en lograr la salvación ofrecida.
Hoy en día, hay muchísimas situaciones indeseables e inquietantes; ¿Cuántos se
preocupan con los gravísimos atentados hechos directamente al mismo Dios,
profanando su cuerpo oculto bajo la apariencia de una sencilla hostia blanca?
La realidad de esta indolencia, es también un signo de los tiempos que, por ser
menos chocante que la crudeza de un sacrilegio, no es menos preocupante.
Acabamos de celebrar la Navidad. Sabemos que a María y a José les cerraron las
puertas en la ciudad de Belén (que significa “casa del Pan”). Hoy, después de
dos milenios de beneficios que nos vinieron precisamente de la noche santa de
Navidad, se profana al Pan de Vida violando las puertas de los sagrarios, esas
humildes casitas donde nos espera siempre el Señor en su Sacramento de Amor.
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