¡Hasta estas cosas se llegan a
escribir!
Este Capote pretende iluminarnos haciéndonos entender el sentido de la visita de Francisco a Cuba. Y teje una serie de comentarios tan inverosímiles como ridículos.
Nos dice que la cruz con la hoz y el martillo que el cacique Morales dio al Papa cuando estaba visitando Bolivia, es obra de un sacerdote Jesuita, crítico de cine (?) llamado Espinal; el papa Francisco también es jesuita… y Cuba está regida por dos exalumnos jesuitas, Fidel y Raúl Castro! Inclusive hay una cita infeliz de Raúl Castro después de visitar a Francisco en el Vaticano, el vetusto tirano habría declarado: “Él es un jesuita y yo, de alguna manera también lo soy, siempre estuve en escuelas de jesuitas […]”. Realmente, con estas “explicaciones” podemos entender, sin duda ninguna, la visita a Cuba del Papa Francisco… (Hay que ser cretino o comunista -quasi pleonasmo- para argumentar de esta manera).
Después de hablarnos del Concilio Vaticano II y del Celam –curioso un comunista puro y duro que cita textos eclesiales) y de poner en los cuernos de la luna al sacerdote guerrillero Camilo Torres a quien llama de “Protomártir”, se pregunta si la teología de la liberación está aún vigente. Y concluye diciéndonos que “El Papa Francisco visitará un país en el cual durante más de medio siglo se han exaltado los valores ético-morales; donde el precepto cristiano de amor al prójimo se traduce en igualdad, fraternidad, solidaridad e internacionalismo…” ¡Sí, eso está escrito! ¡Valores ético morales y amor al prójimo en la isla-prisión!!!
En este artículo penoso, el autor se permitió citar una bibliografía, tan elocuente cuanto pobre: tres autores: fray Boff, fray Betto y fray Gutiérrez. Y Salvador Capote ¿será también fraile o ex?
¿Qué tal? ¿Entendieron la visita del Papa Francisco a Cuba?
A continuación el artículo comentado:
10SEP2015 Salvador
Capote
08/09/2015.-
“Lo que voy a publicar aquí va a irritar o
escandalizar a aquellos a quienes no les guste Cuba o Fidel Castro. Eso no me
preocupa. Si no ves el brillo de la estrella en la noche oscura, la culpa no es
de la estrella sino tuya”. Leonardo Boff (1).
El 8 de julio de 2015, en el camino entre el
aeropuerto de El Alto y la ciudad de La Paz, en Bolivia, el Papa Francisco se
detuvo para orar cerca de Achachicala, sitio donde fue torturado y
asesinado el sacerdote Luis Espinal en la noche del 21 de marzo de 1980, sólo
dos días antes del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero en El
Salvador y justo en el mismo año de la asamblea de obispos de Medellín,
en la que sectores de la Iglesia elaboraron fundamentos teóricos y prácticos de
una proximidad a las luchas de los pobres y oprimidos: la Teología de la
Liberación. Luis Espinal (“Lucho” para los bolivianos), periodista y
crítico de cine, además de sacerdote, fue asesinado por denunciar la situación
miserable del pueblo boliviano y la represión militar. “Me detuve aquí
–dijo el Papa a la muchedumbre reunida en el lugar- para saludarlos y sobre
todo para recordar, recordar a un hermano, un hermano nuestro, víctima de
intereses que no querían que se luchara por la libertad de Bolivia”.
Mucho se ha especulado con el regalo de Evo Morales
al Papa de un crucifico tallado en el cual la cruz está formada por una hoz y
un martillo. Los detractores de Morales creyeron ver la oportunidad para acusar
al mandatario boliviano de burlarse del Papa regalándole un “crucifico comunista”.
Sin embargo, la historia detrás del obsequio es que se trata de la copia de una
talla realizada por el sacerdote Luis Espinal para expresar el anhelo común de
cristianos y marxistas de una sociedad más humana y más justa. Además, después
de recibir la Orden Nacional Cóndor de los Andes, el Papa fue condecorado
con la Orden al Mérito que lleva el nombre del mártir jesuita. En esta última
se encuentra también la imagen de Cristo sobre la hoz y el martillo.
Lucho era un jesuita, al igual que el Papa Francisco
y su alineamiento con los oprimidos y con la justicia desde la fe cristiana
estaba en armonía con el compromiso de la Compañía de Jesús definido en la
Congregación General 32, a partir de la cual más de 50 jesuitas darían su vida,
luchando al lado del pueblo, en diversos países, para defender una forma de fe
concebida desde la comunión con los pobres, una fe ligada a la justicia.
La Congregación General 32 (1975) tuvo lugar en el
espíritu del Concilio Vaticano II y de los Sínodos de Obispos que la
precedieron con los temas: “La justicia en el mundo” (1971) y “La
evangelización del mundo contemporáneo” (1975). Esta congregación redefinió la
misión de los jesuitas, la cual se enfocaría en lo adelante en la consagración
al servicio de la fe y a la promoción de la justicia. A ella asistió como
Provincial de Argentina Jorge Mario Bergoglio, que más tarde sería Obispo y
Cardenal de Buenos Aires y, por último, elegido Papa con el nombre de
Francisco. El Papa Francisco es pues, un sacerdote jesuita comprometido con el
Decreto 4: “Nuestra misión hoy” de la CG 32 de la Compañía de Jesús, el cual
contiene impresionantes pronunciamientos. En ella los jesuitas afirman
clarividentemente que “no trabajarían por la promoción de la justicia sin pagar
un precio”, y es ciertamente alto el precio que han tenido que pagar, regando
con la sangre de numerosos mártires el suelo de América Latina y de otras
regiones del mundo.
En el Decreto 4 se habla “[…] de la posibilidad
evangélica, que es don de Dios, de una comunión entre los hombres basada sobre
la participación y no sobre el acaparamiento, sobre la disponibilidad y la
apertura y no sobre la busca de privilegios de castas, de clases o de razas,
sobre el servicio y no sobre la dominación o la explotación” (4,16). Se afirma
que “[…] no hay verdadero anuncio de Cristo, ni verdadera proclamación de su
Evangelio, sin un compromiso resuelto por la promoción de la justicia” (4,27).
Y sobre las estructuras de dominación explica: “Las estructuras sociales –de
día en día se adquiere de ello más viva conciencia- contribuyen a modelar al
mundo y al mismo hombre, hasta en sus ideas y sentimientos, en lo más íntimo de
sus deseos y aspiraciones. La transformación de las estructuras en busca de la
liberación tanto espiritual como material del hombre queda, así, para nosotros
estrechamente ligada con la obra de evangelización […]” (4,40). El Decreto 4 no
sólo define líneas de pensamiento y de acción que se sitúan inequívocamente al
lado de los pobres y de los oprimidos sino que proclama la necesidad de
transformar las estructuras de la sociedad.
En la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe (CELAM), que tuvo lugar en el Santuario de
Aparecida, en Brasil, el entonces Cardenal Jorge Bergoglio fue elegido para
presidir el comité encargado de redactar el documento final. Su elección, por
supuesto, no fue accidental sino en reconocimiento de su relevante protagonismo
en eventos similares anteriores que conformaron una tradición teológica y
pastoral en América Latina: “La opción preferencial por los pobres y los
marginados”, que la Conferencia de Aparecida reafirmó y actualizó y en la
cual se confirmó la decisión de dar la vida entera y llegar hasta el martirio
en el ejercicio de este apostolado. Seguramente tampoco fue accidental que el
encargado de revelar al público las palabras del futuro Papa Francisco durante
su participación en la congregación general previa al cónclave fuese el
cardenal cubano Jaime Ortega y Alamino. En ellas Bergoglio argumentó que la
misión de la Iglesia debía ser “salir de si misma e ir a la periferia, que no
es sólo geográfica, sino también existencial: donde hay pecado, dolor,
injusticia, ignorancia e indiferencia religiosa, donde hay miseria humana”.
Fidel Castro, antiguo alumno jesuita, reconoció la
influencia de los maestros del colegio de Belén, rigurosos en organización,
disciplina y valores -sacerdotes que sabían inculcar un gran sentido de
la dignidad personal- en ciertos elementos de su formación (2). En 1985
el teólogo brasileño Leonardo Boff visitó Cuba por invitación de Fidel. Afirma
Boff que en el contexto de las conversaciones que sostuvo con el líder de la
revolución, éste confesó: “Cada vez me convenzo más de que ninguna revolución
latinoamericana será verdadera, popular y triunfante si no incorpora el
elemento religioso” (3). Su hermano, el actual presidente de Cuba, Raúl Castro,
después de reunirse con el Papa Francisco en su visita a Italia en mayo de
2015, expresó: “El es un jesuita y yo, de alguna manera también lo soy, siempre
estuve en escuelas de jesuitas […]”.
Ahora se produce un reencuentro en Cuba con los
jesuitas, pero esta vez con un papa latinoamericano que conoce, porque las ha
vivido, las desigualdades extremas de la sociedad en el continente y que sueña
con una iglesia pobre y de los pobres mientras denuncia proféticamente la
injusticia de un sistema económico que pone el dinero por encima de la persona
humana. No escapa a Fidel la base común que existe entre militantes religiosos
y revolucionarios: “[…] Estoy seguro de que sobre los mismos pilares en que se
pueda asentar hoy el sacrificio de un revolucionario, se asentó ayer el
sacrificio de un mártir por su fe religiosa. En definitiva, la madera del
mártir religioso, a mi juicio, estuvo hecha del hombre desinteresado y
altruista, de la misma que está hecho el héroe revolucionario. Sin esas
condiciones no existen, ni pueden existir, ni el héroe religioso ni el héroe
político”(4). Esta base común es la que permite que el Papa Francisco pueda
dialogar con el gobierno y el pueblo cubanos utilizando un mismo idioma ético
compartido.
¿Mantiene vigencia la Teología de la Liberación?
–La actualidad de una teología, como muy bien explica Gustavo Gutiérrez (5),
“depende en gran parte de su capacidad para interpretar la forma como es vivida
la fe en unas circunstancias y en una época determinadas”, es decir, de su
contextualidad. La teología que comenzó a surgir en los tiempos del sacerdote
Camilo Torres Restrepo, protomártir colombiano de la Teología de la Liberación,
el de la famosa frase: “Si Cristo estuviera vivo sería un guerrillero”,
pertenece a una época en que la lucha armada era seguramente la única opción
viable para los pueblos oprimidos. Las circunstancias han variado mucho desde
entonces, y Bergoglio, aclaremos, discrepó en ocasiones de algunos aspectos de
esta teología, pero es incuestionable que la pobreza, la injusticia y la
desigualdad, factores que se sitúan en el origen de la Teología de la
Liberación, continúan, hoy más que nunca, como temas centrales de la reflexión
teológica.
En el intervalo entre las Conferencias de Medellín
(1968) y Puebla (1979), América Latina se convirtió no sólo en el centro
demográfico del catolicismo sino también en su centro teológico y, dentro de
este ámbito latinoamericano, Cuba ocupa una posición de extraordinario interés
para los teólogos porque –digámoslo con palabras del dominico brasileño Frei
Betto- “desde el punto de vista evangélico la sociedad socialista, que crea las
condiciones de vida para el pueblo, está realizando ella misma,
inconscientemente, aquello que nosotros, hombres de fe, llamamos los proyectos
de Dios en la historia” (6). No por casualidad Cuba, un país de extensión
territorial y población relativamente pequeñas, tendrá próximamente el
privilegio de haber recibido la visita de tres papas en un corto período de
tiempo.
El Papa Francisco visitará un país en el cual
durante más de medio siglo se han exaltado los valores ético-morales; donde el
precepto cristiano de amor al prójimo se traduce en igualdad, fraternidad,
solidaridad e internacionalismo; donde la devoción a la Virgen de la Caridad
del Cobre (Ochún en los cultos sincréticos) forma parte raigal de nuestra
cultura; donde existe una amplia coincidencia entre el pensamiento cristiano y
el pensamiento revolucionario. ¡Qué otra cosa ha sido el programa
revolucionario cubano sino una “opción preferencial por los pobres”! Pero
téngase en cuenta que el “pobre” cubano no es igual al pobre de otras latitudes
donde la pobreza no solamente es carencia de bienes materiales sino
privación de servicios de salud, educación y asistencia social, donde la
pobreza significa ignorancia, alienación, discriminación, opresión, desempleo,
exclusión, violencia, enfermedad e injusta muerte prematura. El niño
“pobre” cubano puede que no tenga juguetes electrónicos y quizás no posea más
de un par de zapatos, pero tiene médico, maestro, alimentación y techo
asegurado y, lo más importante, se cría en un entorno de protección y amor.
El término “socialismo”, como sabemos, abarca un
amplio espectro semántico. El socialismo cubano es consecuente con una
tradición revolucionaria que se puede seguir, sin solución de continuidad,
desde los orígenes de nuestra nacionalidad, con la semilla sembrada por las
enseñanzas del Padre Félix Varela a comienzos del siglo XIX y con gigantes del
mundo ético-moral como Martí y Fidel. Si el bien común es la principal
preocupación al definir la propiedad de los medios de producción, no debe haber
dudas de que el socialismo cubano es el que mantiene más arraigo y solidez en
los principios. Perfeccionar el socialismo cubano, hacerlo cada vez más
participativo, más justo, más humano y, ¿por qué no?, más cristiano, debe ser
la aspiración de todos y, en este sentido, estoy seguro de que la visita a Cuba
del Papa Francisco, que se anuncia como pastoral, será también profética.
Bibliografía
– Leonardo Boff: “Los 80 años de
Fidel: confidencias”, CUBADEBATE, 24 de Agosto de 2006.
– Frei Betto: “Fidel y la Religión – Conversaciones con Frei Betto”, p. 155, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1985.
– Leonardo Boff: Artículo citado.
– Frei Betto: Idem, p. 157.
– Gustavo Gutiérrez: La Densidad del Presente, p. 89, Ed. Sígueme, Salamanca, 2003.
– Frei Betto: Idem, p. 261.
– Frei Betto: “Fidel y la Religión – Conversaciones con Frei Betto”, p. 155, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1985.
– Leonardo Boff: Artículo citado.
– Frei Betto: Idem, p. 157.
– Gustavo Gutiérrez: La Densidad del Presente, p. 89, Ed. Sígueme, Salamanca, 2003.
– Frei Betto: Idem, p. 261.
No hay comentarios:
Publicar un comentario