Pensábamos
que los isamitas eran un cáncer amazónico traído por europeos. Ahora vemos que hay
metástasis andinas, en las costas del Pacífico.
Un
tal Álvaro Ramis ostenta título de teólogo y de profesor de ética. Escribe en
un blog cuyo nombre es toda una declaración de principios… por cierto nada
éticos ni teológicos:
“Rebelión”, el grito de Luzbel. Su último artículo se
titula “La reacción integrista: Ezzati desafía al Papa Francisco”.
La
dialéctica actual de estos “isamitas” consiste en enfrentar a los que no son de
su agrado con el Papa de turno. ¡En su momento, Benedicto y Juan Pablo II
sufrieron contestación de estos mismos rebeldes!
Este
personaje, al soplo de su ideología, se pone en abierta rebelión contra su
Arzobispo, el Cardenal Ezzati de Santiago, al que opone al Papa Francisco del que
dice, según sus datos, que crece cada vez más en popularidad mientras que el
Cardenal chileno “se hunde en las encuestas”; los isamitas son contra la
infalibilidad papal, pero sostienen el dogma de la infalibilidad de la
democracia popular. Pero esto no es lo más importante en su nota.
Si
Álvaro Ramis cree que “las orientaciones de cambio que impulsa el Papa
Francisco” van contra la verdad y la moral (o contra la teología y la ética…)
pues se equivoca rotundamente. Se equivoca hoy con Francisco como se equivocó ayer
con Benedicto.
El
nombramiento del Obispo de Osorno es responsabilidad del Obispo de Roma y no
del Arzobispo de Santiago. Punto final. Todas esas supuestas maquinaciones de
que el Cardenal Ouellet, próximo del Opus Dei, y del Cardenal Sodano nuncio
durante la dictadura, que sería quien tutela a distancia al Episcopado Chileno
(?), etc. son fábulas de quien tiene prejuicios irracionales, en choque con la
sana teología y con la ética.
También
es disparatada la ternura que este Álvaro manifiesta hacia un jesuita heterodoxo
que, naturalmente, no puede enseñar en una Universidad Pontificia. Una vez más,
este asunto es responsabilidad del Pontífice Romano y no del Metropolita
chileno. Punto.
Para
Álvaro Ramis, el Arzobispo Ezzati, “longa manu” del papa en Santiago, haría la
labor de “impedir que las nuevas orientaciones y criterios que impulsa Jorge
Bergoglio lleguen a tocar tierra en Chile”. Esto es risible. ¿Cómo es que este
advenedizo se erige en portavoz de las intenciones y criterios del Papa? Así
son los pretenciosos, como Lucifer.
Si
Costadoat quiere enseñar sus teorías, no tiene más que dejar la Pontificia
Universidad de Chile y venir a nuestra Universidad Andina Simón Bolivar. Aquí
lo recibirá el político socialista Ayala con bombos y platillos y hasta lo hará honoris causa, como a Gonzalito.
Señor
Ramis: no es la Iglesia de Chile la que está “agónica” como usted dice, es el
sector (secta) libertario y rebelde de un fracasado “modelo de iglesia” que va
perdiendo sus “gurus” por la ley del tiempo o del derecho, tanto en Chile y en
Ecuador como en el resto del mundo. Gracias a Dios, de este género de ideólogos
tenemos muchas exequias y pocos bautismos.
Para
quien quiera leer el artículo en cuestión, lo reproducimos. Vale la pena leerlo,
refleja muy bien la mentalidad isamita, llena de resentimiento y de venganza. Se
le podría cambiar el título: “La reacción izquierdista: una oveja descarriada
desafía a su pastor”
La reacción integrista: Ezzati desafía al Papa Francisco
Punto Final
Se viven tiempos contradictorios en la
Iglesia Católica. El Papa Francisco es uno de los personajes internacionales
más respetados y populares del mundo. Pero el cardenal Ricardo Ezzati, primado
de la Iglesia chilena, se hunde en las encuestas; registra un rechazo ciudadano
prácticamente unánime y sin precedentes. Mientras el Vaticano busca formas de
hacer creíble su empeño institucional en el combate a la pedofilia y los abusos
de poder del clero, en Chile los feligreses se lanzan a la calle para repudiar
el nombramiento de Juan Barros como obispo en Osorno, por complicidad con el
presbítero Fernando Karadima. Y en Santiago, la Universidad Católica se
revuelve ante la sanción al jesuita Jorge Costadoat, que deberá dejar su cátedra
en la Facultad de Teología. Todo indica que se trata de pugnas profundas, que
revelan una reacción de los sectores integristas y ultraconservadores, que se
resisten a las orientaciones de cambio que impulsa el Papa Francisco. Pero
estas disputas intestinas tienen sus propias claves que es necesario develar,
para entender el panorama completo en que se desarrollan.
LA “BATALLA DE OSORNO”
A diferencia de Valdivia y Puerto Montt,
Osorno es una ciudad calmada, sin la tradición de luchas sociales ni debates
culturales de otras ciudades sureñas. Es una ciudad agraria, que valora su
tranquilidad y estabilidad. Esa característica puede explicar el repudio que
desató el nombramiento de Juan Barros Madrid como obispo. De acuerdo a los
testimonios de varios denunciantes, Barros era brazo derecho y discípulo
preferido de Fernando Karadima, párroco del Sagrado Corazón de El Bosque, en
Santiago, condenado por el Vaticano por abusos sexuales. Nadie esperaba una
reacción social tan intensa ante ese nombramiento. Una catedral repleta de
globos negros y gritos de repudio dejaron en claro que los ciudadanos no
deseaban recibir a Barros, que tuvo que dejar el obispado castrense ante el
manifiesto desprecio que las autoridades militares comenzaron a expresar hacia
su persona.
La gran pregunta que abrió este
nombramiento apunta a las razones por las cuales se decidió reubicar a un
obispo a pesar del rechazo del clero local y de la feligresía osornina. Para
entenderlo es necesario analizar la trenza de poder a la que Barros debe
lealtad, y en la que ejerce un rol clave. Karadima tejió su red sobre la base
de una promesa: los jóvenes que se acercaran a su círculo e iniciaran un camino
sacerdotal podrían hacer carrera y alcanzar un estatus social equivalente al de
sus familias de origen. Para hijos de gerentes o grandes empresarios, esta
promesa constituyó un imán inigualable. En una sociedad tan clasista como la chilena,
esta promesa permitía garantizar a esos jóvenes que conservarían en el campo
eclesial las mismas prerrogativas que les hacían ser parte de una elite en su
vida familiar. De esa forma, los discípulos de Karadima aumentaron de forma
meteórica, y varios de ellos llegaron a ser obispos: Horacio Valenzuela, en
Talca; Andrés Arteaga, auxiliar de Santiago; Tomislav Koljatic, en Linares;
Felipe Bacarreza, en Los Angeles. En total, la Pía Unión
Sacerdotal de Karadima llegó a contar con unos cuarenta miembros, todos
encumbrados en cargos eclesiales de influencia, con relaciones familiares con
las altas esferas financieras y políticas del país. Si Barros era defenestrado
significaba que todos ellos verían truncada su carrera, ya que se sentaba un
precedente directo de sanción a todo el grupo de El Bosque. En cambio, si
Barros accedía a una nueva diócesis, se validaba una tesis mucho más
conveniente, ya que todas las culpas quedaban acotadas en Karadima, y a sus
seguidores se les exoneraba de toda responsabilidad. Se establecía un dique
entre Karadima y los miembros de la Pía Unión.
Todo indica que este grupo contó con el
apoyo directo del Nuncio Apostólico, Ivo Scapolo, que los “apadrinó” ante la
figura crucial en este proceso: el prefecto de la Congregación para los
Obispos, Marc Ouellet, uno de los “papábiles” en el último cónclave, donde fue
derrotado por el argentino Jorge Bergoglio. Ouellet es un franco-canadiense
conservador, cercano al Opus Dei y al cardenal Angelo Sodano, antiguo Nuncio en
Chile durante la dictadura. Estos lazos muestran que las maquinaciones
palaciegas del Nuncio Scapolo cuentan con el soporte de Sodano, que continúa
tutelando al Episcopado chileno a la distancia, tratando de mantener bajo su
control su devenir ideológico y político.
EL CASO COSTADOAT
A las protestas contra Barros se debe unir
la ola de rechazo que desató la “expulsión” del jesuita Jorge Costadoat de su
cátedra de cristología en la Pontificia Universidad Católica de Chile. El caso
tiene un origen inmediato. Ezzati resolvió no renovar la “autorización
canónica” a este académico luego que en el transcurso de este verano
participara en un debate epistolar en las páginas de El Mercurio con
el cardenal Jorge Medina. El tema tenía relación con el asunto más
controvertido analizado por el Sínodo de la Familia, convocado por el Papa
Francisco. Costadoat defendió la posición papal, que se orientó a revisar la
doctrina tradicional que excluye a los divorciados de la comunión. Por su
parte, Medina argumentó desde la posición conservadora. Es probable que tras
este intercambio de posiciones, Medina haya sentido herido su orgullo, ya que
el profesor Costadoat dejó en mal pie sus argumentos. No sería la primera vez
que Medina actúa con ánimo de revancha.
Pero además de esta razón “pasional”, se
puede intuir que Ezzati deseaba enviar una señal de castigo a los jesuitas,
como colectivo, que han criticado las orientaciones conservadoras que el
arzobispo de Santiago ha impuesto durante todo su ministerio. Al sacar de la
PUC a Costadoat se descabeza además una iniciativa muy querida por los
jesuitas: el Centro Teológico Manuel Larraín, que vincula a la Universidad
Alberto Hurtado con la Facultad de Teología de la PUC, abriendo sus debates a
las grandes cuestiones interdisciplinares de nuestro tiempo. Si se ve el
panorama global, Ezzati se ha caracterizado por entrar en conflicto abierto con
la Compañía de Jesús. Sus acusaciones a otros jesuitas, como Felipe Berríos y
José Aldunate, y la tensa relación que mantiene con el rector de la U. Alberto
Hurtado, Fernando Montes, muestran que Ezzati se ha puesto en contradicción
directa con la orden, de la cual proviene el Papa Francisco. Su voluntad es
impedir que las nuevas orientaciones y criterios que impulsa Jorge Bergoglio
lleguen a tocar tierra en Chile.
Esta voluntad de ahogar todo debate ya lo
ha implementado en variados ámbitos. En 2014 barrió con la plana directiva del
Hogar Catequístico, institución con larga historia de formación docente. Además
avaló el despido arbitrario del académico de trabajo social y teología de la
PUC, Patricio Miranda, considerado demasiado “social” y “crítico” para los
gustos episcopales. Miranda sintetizó el momento que vive esta universidad bajo
las orientaciones de Ezzati, diciendo: “Si el Papa Francisco enseñara en la Católica,
lo expulsarían”. Ezzati parece incapaz de escuchar las voces críticas que le
han alertado de su deriva intolerante y autoritaria. Es probable que herede a
sus sucesores una Iglesia agónica, que desperdició el momento extraordinario de
apertura al cambio que propició el Papa Francisco. Tanta tozudez parece mostrar
que es su objetivo.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº
825, 3 de abril, 2015
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