7.02.15
Quaterly Americas es una
revista cuatrimestral que publica la Americas Society and Council of Americas,
dedicada al análisis de la situación política, económica y de desarrollo social
de orientación claramente izquierdista.
La publicación suele prestar atención a la situación de las
comunidades indígenas en el continente americano. En su último número lleva
una información sobre el asesinato del líder de una tribu en Brasil a
manos de los mafiosos que se dedican a esquilmar el Amazonas. Ivan Theramin
fue encontrado el dos de diciembre gravemente herido tras sufrir una paliza que
finalmente le produjo la muerte. Este incidente, como tantos otros, viene
provocado por el hecho de que la tribu del fallecido vive en una zona que ha
sido ilegalmente ocupada por esas mafias.
El problema es que en el texto de la noticia nos encontramos con este
párrafo:
La Hermana Laura Manso, coordinadora
de la oficina regional del Conselho Indigenista Missionário (Consejo Misionero
para Pueblos Indígenas-CIMI), que defiende los pueblos indígenas en
Brasil y que expresamente se abstiene de convertirlos al cristianismo, dijo
que cada una de las 57 comunidades indígenas de la región está sufriendo
invasiones de madereros, mineros y rancheros-y que el gobierno federal no hace
nada para detenerlos.
Sí, lo han leído
ustedes bien. Una religiosa franciscana coordinadora de una
oficina misionera renuncia expresamente a la
conversión a la fe cristiana de las comunidades indígenas
que tiene a su cargo.
Pues bien, solo cabe calificar a la Hna. Laura Vicuña Pereria
Manso -ese es su nombre completo- de auténtica delincuente
espiritual. Los mafiosos agreden físicamente a los indígenas. Ella, y
los que siguen sus instrucciones, les roban la salvación del alma,
que es algo infinitamente más grave.
Que el Consejo Misionero para Pueblos
Indígenas denuncie los abusos que sufren los nativos a manos de terroristas
vendidos a multinacionales del sector maderero es algo digno de alabanza. Que
renuncie expresamente a llevar a Cristo a esos seres humanos es algo que la
Iglesia no puede ni debe tolerar. Y el bien que puedan hacer por la
denuncia de las agresiones no tapa el irreparable mal que se les provoca al
negarles el derecho a aceptar a Cristo como Salvador.
No sé si habrá lugar adecuado en el infierno para acoger a quien
traiciona a Dios de esa manera. Tanto la anciana como el niño que
acompañan la foto de este post forman parte de esos pueblos a los que Cristo
ordenó que se les predicara el evangelio. Tiene derecho a saber que el
Señor murió en la cruz por sus pecados y que pueden ser salvos si creen
en Él. Pero, a lo que se ve, su desagracia es tal que no solo ven como les
quieren expulsar de sus tierras, sino que son víctimas de los
traficantes de almas que tienen la poca vergüenza de llamarse a sí mismos
misioneros.
Dado que la Iglesia Católica en Brasil permite esto, solo cabe
pedir a Dios que les conceda la gracia de enviarles algún misionero protestante que,
aun jugándose la vida, tenga el suficiente amor por esas almas como para
llevarles a Cristo.
Mucho me temo que esa es la única salida que les queda, porque si
algunos de los movimientos eclesiales católicos que sí predican el evangelio a
los hombres quisiera instalarse allá, se le echarían encima como fieras
esos falsos misioneros. Y lo harían en nombre de una teología indigenista,
ecologista, o cualquier otro “ista” que se les ocurra. Es más, den por
hecho que usarían de la autoridad eclesial que tengan para evitar que esos
indígenas sean catequizados en la fe católica. Situaciones así son una
auténtica vergüenza para la Iglesia Católica. Y nadie hace nada por evitarlo.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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