Desde que Cristo murió en la Cruz no hay perdedores, todos somos beneficiados: ganan las almas y la gloria de Dios es satisfecha. “Todo lo que sucede es para el bien de los que aman a Dios”, dice San Pablo a los Romanos. “Todo”: la llegada y la salida de Monseñor Gonzalo, la llegada y la salida de los Heraldos, las obras y los fracasos de Isamis. Dios tiene la última palabra, Dios ganó. Dios gana siempre.
Si acaso hubo perdedores, ellos son los que continúan a alimentar en su corazón la ira, el resentimiento y la venganza, como los autores de ese pobre artículo de un blog que nadie lee -vamos a hacerle propaganda, a ver si la gente se entera; se llama sucumbíosecuadorpaz- que celebra eufórico y el hecho de que los heraldos “se fueron”.
Más importante que los heraldos se hayan ido es que llega un nuevo Administrador Apostólico. Para él, ni una palabra de acogida o de respeto. No existe. Solo creen que existen ellos, aunque están dejando de existir…
“Quedaron al descubierto”, como dicen, no los heraldos (a los que no osan citar, tanto es su odio) sino Isamis (que tampoco citan, tan arruinado e inexpresivo se ha vuelto ese vejestorio).
Los cuarenta años habrán sido una pesadilla, los “470” días (bien contaditos, por cierto) un despertar y la llegada de Monseñor Mietto, prenda de paz.
Que cambien el nombre de su blog: Sucumbíosecuadorguerra, o Sucumbíosecuadorfracaso. Y no miren más para atrás, miren para el futuro.
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